Salmo 125

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El libro de los Salmos contiene una serie de quince composiciones cuyo encabezamiento común —«canción de los ascensos»— parece vincularse, en cierto sentido profético, con aquella experiencia de enfermedad mortal y sanación por la que pasara Ezequías, el rey de Judá en Jerusalén durante los días del profeta Isaías, en cuyo libro profético, más específicamente en su capítulo treinta y ocho, se encuentra consignada la misma. Por mi parte, me pareció más que interesante publicarla aquí traducida del texto hebreo estándar (aunque cotejado, aquí y allá, con sus versiones aramea del Targum, griega y siríaca) e incluyendo algunas notas aclaratorias.


 

Canción de los ascensos. [1]

Los que confían en Yahweh son como el monte de Sión, [2] que no se sacudirá, sino que permanecerá para siempre. [3] A Jerusalén la rodean montes: ¡y así es como Yahweh rodea a su pueblo, desde ahora y hasta siempre! [4] Y es que no descansará la vara de la impiedad sobre la heredad de los justos, a fin de que los justos no extiendan sus manos en iniquidad… [5]

¡Yahweh hará bien a los buenos y a los que son rectos en sus corazones! Pero a los que se vuelven hacia sus propias perversidades, los hará conducirse Yahweh juntamente con los que practican la iniquidad… [6]

¡Que haya paz sobre Israel!

 

Notas

[1] שיר המעלות. El sentido de esta nomenclatura que encabeza los salmos comprendidos entre el 120 y el 134 (con la excepción del 121, que presenta una pequeñísima variante) es ambiguo. Literalmente, podría traducirse este título como «canción de los escalones» o «canción de las gradas»; también, como algunos lo han hecho, como «canción gradual». Todas estas opciones sugieren que los salmos que llevan el título en cuestión fueron compuestos para ser entonados mientras se ascendía por alguna escalinata durante el culto del antiguo templo, o bien que el título en cuestión es una indicación para repetir sus versos siguiendo una melodía de escala tonal ascendente.

[2] En un registro escatológico —y ciertamente tal es el registro en el que se ha de leer la inmensa mayoría, si es que no la totalidad de los salmos— Sión es la sede central del reino de Dios, donde se encuentra su trono y su morada, así como también donde moran sus santos. Así, en el Nuevo Testamento, el autor de la carta a los Hebreos, dice a sus destinatarios: “Pero ustedes han venido al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo —la Jerusalén celestial—, a la compañía de diez millares de ángeles, a una asamblea general y a la congregación de los primogénitos registrados en el cielo, a Dios el juez de todos, a los espíritus de los justos perfeccionados, a Jesús, el mediador de un pacto renovado y a la sangre del rociamiento que habla mejor que la de Abel…” (Hebreos 12:22-24)

[3] לעולם. Este no es sino un juego de sentidos, ya que «para siempre» o «en forma perenne» se dice igual que «para una era». ¿De qué era se trataría, proféticamente, sino de aquella a la que el propio Jesucristo llamaba “la era que viene” (Mateo 12:32), cuya expresión aramea עלמא דאתי no era sino la forma en la que por entonces se designaba en Judea a la era del Cristo (ver Apocalipsis 20:4)?

[4] עד־עולם. Ver la nota anterior.

[5] בעולתה.

[6] האון.

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