La breve carta atribuida a Judas —hermano carnal de Santiago y del propio Cristo Jesús— se constituye en uno de los textos más misteriosos del Nuevo Testamento, sólo superada por el evangelio de Juan, las tres cartas atribuidas a este y, desde luego, el mismo Apocalipsis. En efecto, tanto sus alusiones y glosas de libros extra-canónicos (concretamente, el Libro de Enoc y la así llamada «Asunción de Moisés») como ciertas formas de dirigirse a sus destinatarios (“nuestra común salvación”), sugieren que la carta fue redactada mayormente para alcanzar a aquellos que estarían leyéndola hacia el final de la presente era.
Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago, a los que fueron amados en Dios Padre y guardados y llamados en Jesucristo: que la misericordia, la paz y el amor les sean multiplicados.
Amados: aplicando toda diligencia en escribir a ustedes acerca de nuestra común salvación, me fue necesario escribirles, alentándolos a luchar por la fe una vez entregada a los consagrados. Y es que algunas personas se introdujeron furtivamente, aquellos de los que antaño se escribiera de antemano en pos de esta condenación, irreverentes que trocan la gracia de nuestro Dios en libertinaje y que niegan al único Dios soberano y Señor nuestro, Jesucristo.
Quiero recordarles, sin embargo, esto que ustedes ya supieron una vez: que el Señor, habiendo librado al pueblo sacándolo de la tierra de Egipto, en una segunda instancia destruyó a los que no creyeron. Asimismo, a los ángeles que no guardaron su soberanía, sino que abandonaron la residencia que les era propia, los mantuvo en prisiones duraderas, bajo oscuridad, para el juicio del gran día. Tal como Sodoma y Gomorra y las ciudades que estaban en sus contornos: los que se correspondían con aquellos, que se habían entregado a una ultra inmoralidad sexual, yendo también tras la carne de los otros, fueron puestos como un ejemplo, sufriendo la pena de un fuego duradero.
Y aun así, de la misma manera, ciertamente también estos soñadores ensucian la carne, desprecian el señorío, insultan la majestad. Ahora bien, Miguel, el príncipe de los ángeles, entrando en juicio con el diablo cuando disputaba acerca del cuerpo de Moisés, no arriesgó una sentencia de maldición contra él, sino que ha dicho: “¡Que Yahweh te reprenda!” En cambio, estos calumnian cuanta cosa no llegaron a percibir; y aun en cuanta cosa entienden naturalmente, en las tales se corrompen como bestias irracionales. ¡Ay de ellos, porque han seguido el camino de Caín y han corrido avarientamente tras el desvío de la paga de Balaam y se han arruinado en la objeción de Coré! Estos son manchas en las reuniones de amor de ustedes, que banquetean junto a ustedes jactanciosamente, alimentándose a sí mismos sin temor, nubes sin agua, llevadas de un lado a otro por los vientos, árboles de finales de otoño, sin fruto, dos veces muertos, desarraigados, impetuosas olas de mar espumando su propia vergüenza, estrellas errantes, para los cuales fue reservada la negrura de la oscuridad de la era que viene. De hecho, también sobre los tales profetizó el séptimo desde Adán, Enoc, diciendo: “¡Vean: viene Yahweh con diez millares de sus consagrados para ejecutar juicio sobre todos y convencer a todos los irreverentes respecto de todas sus obras de irreverencia que han llevado a cabo irreverentemente y acerca de todas las cosas duras que hablaron contra él los pecadores irreverentes!” Estos son murmuradores quejosos que se conducen según sus propios deseos y cuyas bocas hablan cosas pomposas, admirándose por interés del aspecto superficial de las cosas.
En cambio, ustedes, amados, traigan al recuerdo las cosas predichas por los enviados del Señor nuestro, Jesucristo, que les decían que en el último tiempo habría impostores conduciéndose según sus propios deseos irreverentes. Estos son los que desunen, puramente anímicos, carentes de espíritu. Pero ustedes, amados, edificándose sobre su muy consagrada fe, orando con un espíritu santo, presérvense en el amor de Dios, aceptando y acogiendo la misericordia del Señor nuestro, Jesucristo, en pos de la vida de la era que viene. Sean también, de hecho, compasivos con los que dudan; aunque, a otros, líbrenlos arrebatándolos del fuego; y aun con otros sean compasivos con temor, aborreciendo incluso la ropa interior que se manchó por la carne.
Por lo demás, a Aquel que es capaz de conservarlos a ustedes sin tropiezo y de presentarlos a ustedes sin suciedad en la presencia de su gloria con gran alegría, al único sabio Dios, salvador nuestro, sean la gloria y la grandeza, el poder y la potencia, ahora y por todas las eras. ¡Amén!