A los colosenses

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La carta que Pablo dirigiera a los colosenses desde su prisión en Roma guarda un fuerte paralelismo temático, estructural e incluso lingüístico con la que enviara desde allí mismo a los efesios, al punto de dejar ambas la impresión de haber sido compuestas con una diferencia de días, incluso de horas. En ambos casos, el misterio del Cristo que se manifestaría entre las naciones destaca por sobre cualquier otro asunto, así como también el hecho de que los llamados y escogidos por Dios en el Cristo Jesús coheredarían el reino de Dios junto a él como miembros de su cuerpo.


 

1

Pablo, enviado del Cristo Jesús por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a los que están en Colosas, consagrados y fieles hermanos en un Cristo: gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Damos gracias al Dios y Padre del Señor nuestro, Jesucristo, siempre orando concerniente a ustedes, habiendo oído de la fe de ustedes en el Cristo Jesús y del amor que tienen por todos los consagrados debido a la esperanza reservada para ustedes en el cielo, la cual oyeron previamente en el asunto de la verdad de la buena nueva, el cual, estando presente entre ustedes, así como también en todo el mundo, va dando fruto y creciendo, como también entre ustedes desde el día en que han oído y han llegado a conocer la gracia de Dios en verdad, tal como también han aprendido de Epafras, nuestro amado consiervo, que es un fiel servidor del Cristo para con ustedes, el cual también nos hace evidente el gran amor de ustedes en espíritu… Por ello, también nosotros, desde el día en que lo oímos, oramos por ustedes sin cesar y pedimos para que sean plenamente llenos del reconocimiento de su voluntad con toda sabiduría y entendimiento espiritual para que se conduzcan ustedes como es digno del Señor para todo agrado, siendo fructíferos en toda obra buena y creciendo en pos del conocimiento preciso de Dios, fortalecidos con toda fuerza conforme al poder de su gloria, para toda perseverancia y paciencia con alegría, dando gracias al Padre que nos hace aptos para recibir la parte de la herencia de los consagrados en la luz, el cual nos libra de la potestad de la oscuridad y nos traslada al reino del hijo de su amor —en el cual tenemos la redención por su sangre, el perdón de los pecados—, el cual es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque es a cuenta de él que fueron creadas todas las cosas que hay en el cielo y las que hay sobre la tierra —las visibles y las invisibles, ya sean tronos, ya dominios, ya principados, ya potestades—, todas las cosas fueron creadas debido a él y para él. Y él fue creado antes de todas las cosas y todas las cosas están comprendidas en él. También él es la cabeza del cuerpo, de la iglesia, el cual es príncipe, primogénito de entre los muertos, a fin de llegar a ser él la preeminencia en todo, ya que agradó que en él se asiente toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas —ya sea las que están sobre la tierra como las que están en el cielo— por intermedio de él, habiendo traído la paz mediante la sangre de su cruz. También a ustedes, estando alguna vez alienados y siendo enemigos en el pensamiento, en las obras malvadas, ahora, sin embargo, los reconcilia en su cuerpo de carne mediante la muerte para presentarlos consagrados y sin mancha e irreprensibles ante su vista: de hecho, están perseverando en la fe, cimentados y asentados y sin moverse de la esperanza de la buena nueva que oyeron, la cual es predicada en toda la creación que está bajo el cielo, de la cual yo, Pablo, he venido a ser servidor.

Ahora me alegro en mis padecimientos por ustedes y compenso las carencias de las tribulaciones del Cristo en mi carne por su cuerpo, el cual es la iglesia, de la cual llegué yo a ser un servidor según la administración de Dios que me fue encomendada para con ustedes para cumplir el asunto de Dios, el misterio que estuvo oculto de las eras y las generaciones y que ahora ha sido puesto en evidencia a sus consagrados, a los cuales Dios quiere dar a conocer las riquezas de la gloria de dicho misterio entre las naciones, el cual es: ¡un Cristo entre ustedes, la esperanza de la gloria! Al cual anunciamos, advirtiendo a toda persona y enseñando a toda persona en toda sabiduría a fin de presentar completa a toda persona en el Cristo Jesús, en pos de lo cual también trabajo arduamente, luchando según la fuerza de él, la cual está operando poderosamente en mí.

2

Y es que quiero que ustedes sepan cuán grande lucha tengo acerca de ustedes y de los que están en Laodicea y de cuantos sean que no vieron mi rostro en la carne a fin de que sus corazones sean consolados, unidos en el amor y en todas las riquezas de la certeza del entendimiento para conocer con precisión el misterio del Dios y Padre y del Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.

Por cierto que esto lo digo a fin de que nadie los engañe con falsos razonamientos con palabras persuasivas; pues aunque estoy ausente en la carne, sin embargo en el espíritu estoy junto a ustedes, alegrándome y viendo el orden y la firmeza de la fe de ustedes en un Cristo. Por lo tanto, de la misma manera en que han recibido al Cristo Jesús condúzcanse en él, arraigados y edificados en él y consolidados en la fe tal como fueron enseñados, abundando en ella con acciones de gracias.

Cuídense de que alguien vaya a despojarlos y a llevarlos cautivos mediante las filosofías y las seducciones vacuas, conformes a las tradiciones humanas y a las cosas visibles del mundo que no se conforman a un Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad y ustedes están completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad; en él están también circuncidados con una circuncisión no hecha a mano al despojarse del cuerpo del pecado de la carne en la circuncisión del Cristo, habiendo sido sepultados junto a él en el bautismo, en el cual fueron también juntamente levantados con él mediante la fe en el poder de Dios que lo levantó de entre los muertos; y a ustedes, estando aún muertos en las transgresiones y en la incircuncisión de su carne, les dio vida junto a él, perdonándoles a ustedes todas las transgresiones, borrando el acta de los decretos que nos era contraria, quitándola también del medio y clavándola a la cruz (despojando y llevando cautivos a los principados y a las potestades, exhibiéndolos abiertamente, triunfando sobre ellos en la cruz). Por lo tanto, que nadie los esté juzgando en cuanto a comida y a bebida o en cuanto a festividad, luna nueva o día de reposo, todo lo cual es una sombra de las cosas que vienen; en cambio, el cuerpo es del Cristo…

Que ninguno los prive del premio de la victoria intencionalmente, con actitud de humildad y de culto a los ángeles, entremetiéndose en aquello que vio a la ligera, inflado en su propia mente carnal y no aferrándose a la cabeza de quien todo el cuerpo, mediante las articulaciones y los ligamentos, es nutrido y unido y va creciendo con el crecimiento que proviene de Dios. Por consiguiente, si han muerto juntamente con el Cristo respecto de las cosas visibles del mundo, ¿por qué, como viviendo en el mundo, están ustedes sometidos a preceptos como “No tengas contacto, no gustes ni tampoco toques” (las cuales son todas cosas que se desgastan con el uso) conforme a los mandamientos y a las enseñanzas humanas, las cuales (teniendo, de hecho, una expresión de sabiduría en un culto voluntario y en un trato duro del cuerpo) no tienen valor alguno frente a la indulgencia de la carne?

3

Si, por lo tanto, han sido levantados juntamente con el Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está el Cristo sentado a la derecha de Dios; pongan sus pensamientos y sus sentimientos en las cosas de arriba, no en las de la tierra, ya que ustedes han muerto y la vida de ustedes está escondida junto al Cristo en Dios. Cuando el Cristo —que es la vida de ustedes— se manifieste, entonces también ustedes serán manifestados junto a él en gloria.

Pongan a morir, por lo tanto, los miembros de ustedes que están en la tierra: la inmoralidad sexual, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la ambición de preponderancia (la cual es idolatría), cosas por las cuales viene la ira de Dios sobre los hijos de la desobediencia, en las cuales también ustedes se condujeron alguna vez, cuando vivían conforme a ellas. Pero ahora quiten también de ustedes todas estas cosas: ira, enojo, malicia, insulto, obscenidades que provengan de sus bocas. No mientan los unos a los otros, habiéndose ya deshecho de la vieja persona junto a sus prácticas y habiéndose revestido de la nueva, la cual va siendo renovada en pos de un conocimiento preciso conforme a la imagen del que la creó, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, siervo, libre, sino que un Cristo es todo y en todo.

Revístanse, por lo tanto, como escogidos de Dios consagrados y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de paciencia, sosteniéndose unos a otros y perdonándose mutuamente si es que alguno tiene algún reproche contra otro (tal como también el Cristo los perdona, así también ustedes); pero sobre todas estas cosas revístanse del amor, que es el vínculo de la madurez. Asimismo, que la paz de Dios sea la que decide en sus corazones, a la cual también fueron llamados en un único cuerpo; y sean agradecidos. Que el asunto del Cristo habite abundantemente en ustedes, con toda sabiduría, enseñándose y refrescándose la memoria unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando con gracia para sus adentros al Señor. Y todo lo que fueren a hacer, ya sea de palabra o de hecho, que sea todo en el nombre del Señor Jesús, agradeciendo al Dios y Padre mediante él.

Mujeres: estén sujetas a sus propios maridos, tal como conviene en el Señor. Varones: amen a las mujeres y no sean desabridos con ellas. Hijos: obedezcan a sus padres en todo, ya que esto agrada al Señor. Padres: no provoquen a enojo a sus hijos para que no se desanimen.

Siervos: obedezcan en todo a los que son sus señores en la carne, no sirviendo al ojo como los que quieren quedar bien con la gente, sino con sencillez de corazón, temiendo a Dios. Y todo lo que fueren a hacer, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia, ya que es a un Señor, a un Cristo, a quien ustedes sirven. Ahora bien, el injusto recibirá la misma injusticia que hiciere, ya que no hay acepción de personas.

4

Que los señores suministren a sus siervos lo que es justo y ecuánime, sabiendo que también ustedes tienen un Señor en el cielo.

Perseveren en la oración, estando pendientes de ella con acción de gracias, orando al mismo tiempo también por nosotros, a fin de que el Señor nos abra una puerta de la palabra para hablar el misterio del Cristo (por el cual estoy también prisionero), a fin de que lo manifieste tal como debo hablarlo. Condúzcanse con sabiduría para con los de fuera, redimiendo el tiempo. Que la palabra de ustedes sea siempre con gracia, sazonada con sal, para percibir cómo deben responder a cada cual.

Todo lo relacionado conmigo se los estará comunicando Tíquico, el hermano amado, servidor fiel y consiervo en el Señor, al cual envié a ustedes para esto mismo, a fin de que se informe en lo que respecta a ustedes y consuele sus corazones junto a Onésimo, el fiel y amado hermano que proviene de entre ustedes; él les estará comunicando todo lo de aquí.

Los saluda a ustedes Aristarco, mi compañero de prisión; también Marcos, el sobrino de Bernabé (acerca del cual ustedes habían recibido órdenes; si él fuere a ustedes, recíbanlo); también Jesús, el apodado Justo, que son los únicos de entre la circuncisión que trabajan juntos en pos del reino de Dios, los cuales han sido para mí un consuelo. Los saluda Epafras, que es de entre ustedes, siervo del Cristo Jesús, siempre luchando por ustedes en las oraciones, a fin de que ustedes estén firmemente establecidos, maduros y completos en cuanto a toda voluntad de Dios. Porque doy testimonio de él, que tiene mucho celo por ustedes y por los que están en Laodicea y por los que están en Hierápolis. Los saluda Lucas, el médico amado, y Demas.

Salúdenme a los hermanos que están en Laodicea y a Ninfas y a la congregación que está en su casa. Asimismo, cuando esta carta haya sido leída entre ustedes, hagan que también sea leída en la congregación de los laodicenses, y que la de Laodicea la lean también ustedes. Digan también a Arquipo: “Mira al servicio que has aceptado a cuenta del Señor a fin de cumplirlo”. (Este saludo es con mi propia mano, de Pablo: ¡acuérdense de mis prisiones!)

Que la gracia sea con ustedes. Amén.

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