Incluido en los Escritos —junto al libro de los Salmos, el de Job y el de Rut, entre otros— el Cantar de los cantares es el texto más misterioso de todas las Escrituras hebreas. Sin duda, ha sido esta característica la que ha dado lugar, durante siglos y milenios, a las más dispares lecturas e interpretaciones de su contenido, comenzando por la dudosa atribución de su autoría al rey Salomón. En realidad, se trata de un escrito harto profético que señala, en términos personalísimos e íntimos, el despertar del amor entre el Cristo y su iglesia en los últimos días.
En el Salmo 73 se presenta una disquisición acerca de algo que siempre ha hecho dudar a la humanidad respecto de la justicia del orden dado por Dios al mundo y aun respecto de la propia existencia de este: la impiedad de quienes suelen llevar una vida muy próspera. La segunda mitad del salmo adquiere, sin embargo, el decidido tono profético de un discurso cuyo pleno sentido se encuentra en las vicisitudes del Cristo llamado a convertirse en el Hijo de Dios, vicisitudes que ciertamente son, en parte, experimentadas también por aquellos que estarán junto a él en su reino.
Dentro de la colección de los salmos de David, el salmo 27 es sin duda uno de los más sorprendentes desde un punto de vista meramente humano. En él, Yahweh se nos muestra no sólo como un Dios providencial —salvador y protector desde el corazón mismo del misterio—, sino también como un Dios que se deleita en alojar en su casa a los desvalidos y los abandonados de la tierra que lo tienen a él como su única esperanza. Es a estos, entonces, que se complace en atraerlos y en guiarlos, muy íntima y personalmente, hacia el destino más dichoso.
De manera sorprendentemente abarcadora y detallada —bien que valiéndose de un riquísimo lenguaje profético cuyo sentido es sólo discernible por quienes cuentan con las «arras del Espíritu» , para decirlo en los términos del apóstol Pablo en su carta a los santos de Roma—, el salmo 22 refiere las vicisitudes del Cristo y la gloria que seguiría a estas en la era por venir. En él, en efecto, se traza un itinerario que, partiendo de su insólita humillación entre los hombres, llega hasta su exaltación en medio de sus hermanos y entre las naciones que recibirá como su herencia.
El libro de los Salmos contiene una serie de quince composiciones cuyo encabezamiento común —«canción de los ascensos»— parece vincularse, en cierto sentido profético, con aquella experiencia de enfermedad mortal y sanación por la que pasara Ezequías, el rey de Judá en Jerusalén durante los días del profeta Isaías, en cuyo libro profético, más específicamente en su capítulo treinta y ocho, se encuentra consignada la misma. Por mi parte, me pareció más que interesante publicarla aquí traducida del texto hebreo estándar (aunque cotejado, aquí y allá, con sus versiones aramea del Targum, griega y siríaca) e incluyendo algunas notas aclaratorias.