Los asuntos en el libro del profeta Amós presentan un cuadro del pueblo de Dios en los últimos días de la presente era, en cuyas conductas se combinan una serie de detalles claramente abominables a los ojos de Yahweh, tales como la hipocresía religiosa, la codicia desenfrenada, la jactancia personal y —muy especialmente— la coerción y el fraude ejercidos contra los necesitados y los desvalidos del pueblo. No obstante todo ello, el sustrato del libro es el nefasto influjo que Edom ejercería secretamente sobre Israel, con el cual Dios se pondría a cuenta antes de restaurarlo definitivamente en su tierra.
El Salmo 108 está compuesto por la combinación de las últimas porciones de los Salmos 57 y 60, de una forma muy singular que denota hasta qué punto el Libro de los Salmos es, por entero, un tesoro de profecía a ser discernido. En efecto, comenzando con una declaración de David pletórica de confianza y de agradecimiento a Dios —y pasando por alto su lamento por el enojo de Dios con su pueblo que lo había llevado a desecharlo—, el salmo culmina con una declaración de victoria final sobre Edom, el pueblo oculto e inexpugnable de la presente era.
El Salmo 137 refleja toda la tristeza y la amargura del exilio en Babilonia de los habitantes de Jerusalén desde los días en que Nabucodonosor arrasó con la ciudad y el templo por orden del mismo Yahweh, según puede leerse en el libro del profeta Jeremías. Su fuerte imprecación del final contra los descendientes de Edom, hermano de Israel, constituye en verdad una profecía acerca de los idumeos en el fin de la era, sobre lo cual puede leerse en los libros de los profetas, muy especialmente en el de Abdías, cuyo contenido aporta el contexto profético de este salmo.
El Salmo 135 constituye una alabanza a Yahweh que guarda ciertas similitudes proféticas con el Salmo 114, en la medida en que ambos se enfocan en el final de la era valiéndose de algunos elementos muy reconocibles del pasado, mayormente la liberación del pueblo que obrara Yahweh en la tierra de Egipto. En el caso presente, hay también reminiscencias del cántico de Moisés registrado hacia el final del libro del Deuteronomio, lo cual confirma que el enemigo de Israel en el final de la era sería, eminentemente, el “pueblo que no es pueblo”, una forma indirecta de señalar a Edom.
Entre los masquilím atribuidos a David, el Salmo 52 se inspira en la ocasión en que Doeg el idumeo fue a delatar ante el rey Saúl la presencia de David en lo de Ahijeléj, sacerdote de Nob que lo acogiera junto con sus hombres, proveyéndolo de alimento y de la espada de Goliát, el gigantesco campeón filisteo a quien una vez diera muerte David y que se hallaba precisamente allí. Este salmo es en verdad una profecía acerca de la caída de Edom en el fin de la era, previamente a la instauración del reino de Dios sobre la tierra.
Atribuido a David e imbuido de un aire bélico que se refleja en su más bien extenso título de encabezamiento, el Salmo 60 se constituye en un complemento del Salmo 108, con el cual comparte seis versículos idénticos más dos en cuyas mutuas diferencias es posible adquirir una visión más precisa del cuadro profético que inspirara a ambos. Su tema se compone de un clamor a Dios a nombre de su pueblo en un tiempo de conmoción entre algunas de las naciones vecinas. La indirecta respuesta de Dios desliza, por su parte, la promesa de una exultante y completa salvación.
Consistente en un único capítulo que lo convierte en el más breve de los textos que integran el orden de los Profetas (y, de hecho, de los que integran todo el Antiguo Testamento), la visión del profeta Abdías presenta, a la vez, un desnudamiento completo del misterio de la nación de Edom y una fortísima declaración acerca de la ruina total que le sobrevendría hacia el final de la era, en el tiempo en que Yahweh descubriría todas las cosas ocultas, pondría nuevamente las cosas en su lugar y restauraría a su pueblo todo lo robado por sus parientes lejanos.