De casi cierta autoría del apóstol Pablo, la carta «A los hebreos» constituye una exposición de diversos asuntos que hacen a la superioridad del Cristo en tanto que realidad perenne de la cual los diversos elementos del tabernáculo y del culto instituido por Dios a través de Moisés serían meros tipos y sombras temporales. Es precisamente en tal sentido que su contenido aborda los procedimientos del Día de las Expiaciones para recordar a sus destinatarios que Jesús es la homología del Hijo de Dios y del sumo sacerdote de la orden de Melquisedec que había tenido lugar en sus días.
1
Habiendo hablado Dios en muchas partes y de muchas maneras a nuestros ancestros por medio de los profetas, en lo último de estos días nos habla por medio de un hijo, a quien constituye heredero de todo y por quien también ha hecho las eras; el cual, siendo el resplandor de su gloria, la marca distintiva de su realidad y sustentador de todas las cosas con la expresión de su fuerza, llevando a cabo a través de sí mismo una purificación de los pecados, se sienta a la derecha de la majestad, exaltado en lo alto, vuelto tanto más poderoso que los ángeles cuanto que recibe en herencia un título más excelso que ellos. ¿Pues a cuál de los ángeles dijo Dios jamás “Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy”? ¿Y otra vez: “Yo le seré por padre y él me será por hijo”? Y aún otra vez, cuando presenta al primogénito al mundo, dice: “Y hagan reverencia ante él todos los ángeles”. Y por cierto que a propósito de los ángeles dice: “El que hace a sus ángeles espíritus y a sus ministros llama de fuego”; sin embargo, a propósito del hijo, dice: “Tu trono, Dios, es por la era de las eras; un cetro de rectitud es el cetro de tu reinado. Amas la justicia y aborreces la iniquidad, por lo cual Dios, el Dios tuyo, te ungió con óleo de gozo más que a tus compañeros”. Y: “Tú, Dios, en los comienzos pusiste fundamento a la tierra, y los cielos son la obra de tus manos; ellos perecerán, pero tú permaneces; y todos se envejecerán como una túnica, pero como a una vestidura los envolverás y serán cambiados; sin embargo, tú eres el mismo, y tus años no cesarán…” Ya que ¿a cuál de los ángeles dijo jamás “Siéntate a mi derecha hasta que haya puesto a tus enemigos por estrado de tus pies"? ¿Acaso no son todos espíritus que ministran, enviados en pos de un servicio a favor de los herederos de la salvación?
2
Por ello, es necesario que prestemos atención con mayor diligencia a las cosas que hemos escuchado, no sea cosa que las dejemos escaparse de las manos. Pues si el asunto dicho mediante ángeles llegó a ser algo firme y toda transgresión y desobediencia recibe justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros descuidando una tal y tan enorme salvación, la cual, habiendo comenzado en un principio a ser hablada por el Señor, nos es confirmada por los que escucharon, dando Dios testimonio juntamente con ellos: señales, maravillas, diversidad de milagros y un repartimiento de espíritu santo según su voluntad?
Pues no es a los ángeles que pone en sujeción el mundo que viene acerca del que estamos hablando, sino que alguien en cierto lugar dio un firme testimonio que dice: “¿Qué es la humanidad para que estés pendiente de ella o un hijo de hombre para que lo visites? Lo haces un poco menor que los ángeles, ¡lo coronas de gloria y honor y lo pones sobre la obra de tus manos, todo lo pones en sujeción debajo de sus pies!” Ya que al sujetarle todas las cosas, no deja nada que no le esté sujeto; sin embargo, al presente no vemos que todas las cosas le estén sujetas…
No obstante, vemos al que ha sido hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, que mediante el padecimiento de la muerte ha sido coronado de gloria y de honor a fin de que, por gracia de Dios, gustase la muerte en favor de todos. Ya que era adecuado para él —por quien son todas las cosas y por quien todas las cosas subsisten—, al llevar a muchos hijos a la gloria, el perfeccionar al precursor de la salvación de ellos mediante los padecimientos. Pues el que consagra y los que son consagrados son todos de uno, por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: “¡Declararé tu nombre a mis hermanos! ¡Te cantaré alabanzas en medio de una congregación!” Y otra vez: “¡Yo estaré confiado en él!” Y otra vez: “¡Vean: yo y los niños que me da Dios!”
De manera que, puesto que los niños han estado asociados a carne y sangre, él mismo, de igual forma, ha participado de ellas a fin de destruir por medio de la muerte a aquel que retiene el poder de la muerte —esto es, al adversario— y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sujetos de por vida a esclavitud. Ya que por cierto que no es a los ángeles que socorre, sino que socorre a la simiente de Abraham. Por lo cual, debe ser en todo semejante a los hermanos a fin de llegar a ser un misericordioso y fiel sumo sacerdote en cuanto a lo que respecta a Dios, en pos de hacer expiación por los pecados del pueblo, ya que en lo que él mismo ha padecido siendo probado, es capaz de socorrer a los que están siendo probados.
3
Por lo tanto, hermanos consagrados, partícipes del llamamiento celestial, consideren al apóstol y sumo sacerdote de nuestra homología, al Cristo Jesús. El cual es fiel al que lo ha constituido, así como también Moisés en toda su casa. Ya que de tanta mayor gloria que Moisés ha sido este tenido por digno cuanto que mayor honra que la casa tiene el que la ha construido; porque toda casa está construida por alguno, pero el que ha construido todas las cosas es Dios. Y en verdad Moisés ha sido fiel en toda su casa como un siervo, para testimonio de todo lo que iría a ser dicho; pero un Cristo lo es como un hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si es que retenemos firme hasta el fin la confianza y el ufanarnos de la esperanza. Por ello, tal como dice el espíritu santo: “Si oyeren hoy su voz, no endurezcan sus corazones como en la amargura, en el día de la puesta a prueba en el desierto, donde me pusieron a prueba sus ancestros y vieron mis obras por cuarenta años, por lo cual me harté de aquella generación y dije: ‘¡Siempre están vagando en su corazón, y no han reconocido mis caminos!’ De manera que en mi indignación juré: ‘¡No entrarán en mi descanso!’”
¡Cuidado, hermanos, no sea cosa que haya en alguno de nosotros un corazón ruin de infidelidad que se aparte del Dios vivo! En cambio, aliéntense unos a otros a diario hasta aquello que es llamado “Hoy”, no sea que alguno de ustedes se endurezca por la apatía del pecado. Ya que hemos llegado a ser partícipes del Cristo si es que retuviéremos firme hasta el fin la resolución del principio en tanto se dice: “Hoy, si oyeren su voz, no endurezcan sus corazones como en la amargura...” Pues algunos que habían escuchado causaron amargura, aunque no todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés. ¿De quiénes, entonces, estuvo él harto durante cuarenta años? ¿No fue de los que pecaron, cuyos cadáveres se descompusieron en el desierto? ¿Y a quiénes, entonces, juró que no entrarían en su descanso sino a los infieles? Y vemos que no pudieron entrar a causa de la infidelidad…
4
Por lo tanto tememos, no sea que permaneciendo una promesa de entrar en su descanso, fuese a parecer que alguno de ustedes carece de ella. Pues también a nosotros nos han sido anunciadas las buenas nuevas como a ellos, pero a estos no les aprovechó la escucha del asunto por no haber estado mezclada con la fe en aquellos que lo escucharon. Porque los que hemos confiado, estamos entrando en el descanso; según ha dicho: “De manera que en mi indignación juré: ¡No entrarán en mi descanso!”, aun cuando las obras se habían suscitado desde la impregnación del mundo. Pues en cierto lugar él ha hablado así en referencia al séptimo: “Y descansó Dios en el día séptimo de todas sus obras”. Y otra vez acerca de esto: “No entrarán en mi descanso”. Viendo entonces que quedan algunos por entrar en él y que aquellos a quienes primero les fueron anunciadas las buenas nuevas no entraron a causa de la infidelidad, determina otra vez un cierto día por medio de David, quien dice después de tanto tiempo, tal como se ha hablado: “Si oyeren hoy su voz, no endurezcan sus corazones”. Porque si Josué les hubiese dado descanso, no habría hablado después de esto de otro día. Por lo tanto, queda una espera del día de descanso para el pueblo de Dios. Pues quien entra en su descanso, también él descansa de sus obras, tal como Dios de las suyas…
Esforcémonos, por lo tanto, en entrar en el tal descanso a fin de que de ninguna manera caiga alguno en un mismo ejemplo de infidelidad. Ya que el Verbo de Dios vive, está operativo y es más cortante que toda espada de dos filos; y perfora hasta la división del alma y del espíritu —de articulaciones y de médula— y es discerniente de los pensamientos y de los sentires del corazón; y no hay criatura que no quede de manifiesto ante sus ojos: antes bien, todas las cosas están desnudas y expuestas a los ojos de aquel ante quien somos responsables. Teniendo, por lo tanto, un gran sumo sacerdote que ha traspasado los cielos —Jesús, el Hijo de Dios—, aferrémonos a la homología, ya que no tenemos un sumo sacerdote que no es capaz de compadecer nuestras debilidades, sino uno que ha sido puesto a prueba en manera semejante, pero sin pecado. Acerquémonos, por lo tanto, con franca confianza al trono de la gracia a fin de obtener misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna.
5
Ya que todo sumo sacerdote tomado de entre los seres humanos es constituido a favor de los seres humanos en lo que a Dios respecta, a fin de que presente ofrendas y sacrificios por pecados, capaz de ser indulgente con los ignorantes y equivocados, por cuanto que también él está envuelto en debilidad y que a causa de ella debe —tanto por el pueblo como por sí mismo— ofrecer por los pecados. Y ninguno toma este honor por sí mismo, sino aquel que es llamado por Dios, tal como también lo fue Aarón.
Así tampoco el Cristo se glorifica a sí mismo al venir a ser un sumo sacerdote, sino aquel que le dijo “Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy” (tal como también dice en otro lugar: “Tú eres un sacerdote para la era según el orden de Melquisedec”); el cual, en los días de su carne, ofreciendo peticiones y súplicas a aquel capaz de librarlo de la muerte, en medio de fuertes clamores y lágrimas, es escuchado por su prudente temor: pese a ser un hijo, aprende obediencia por lo que padece y, venido a ser perfecto, llega a ser autor de salvación perenne para todos los que le obedecen, siendo proclamado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.
Este es el asunto acerca del cual mucho tenemos por decir y difícil de expresar, viendo que se han vuelto lerdos para escuchar. Y es que debiendo ser ya maestros por causa del tiempo transcurrido, nuevamente tienen necesidad de uno que les enseñe cuáles son los rudimentos del asunto principal de los oráculos de Dios, y han llegado a tener necesidad de leche en vez de alimento sólido, ya que todo el que se vale de leche es inexperto en el asunto de los procedimientos de la justicia, pues aún es un bebé, pero es propio de uno maduro el alimento sólido, de aquellos que tienen ejercitados los sentidos en pos de un discernimiento del bien y del mal.
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Por lo tanto, haciendo a un lado los principios del asunto del Cristo, continuemos hacia la madurez, no echando nuevamente el fundamento del arrepentimiento de obras muertas y de la confianza en Dios, de la enseñanza de un bautismo, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio de una era. Y esto haremos, si Dios lo permite. Ya que es imposible que los una vez iluminados que gustaron del don celestial, fueron hechos partícipes de un espíritu santo y gustaron tanto de una buena palabra de Dios como de poderes de cosas perennes por venir y que se desvían de la senda correcta, sean renovados en pos de un arrepentimiento, volviendo a crucificar por sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndolo a la vergüenza pública. Pues una tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella y produce hierba provechosa para aquellos por quienes es labrada, participa de una bendición de Dios; sin embargo, la que carga espinos y cardos es rechazada y está cercana a la maldición, cuyo fin es la quema…
Ahora bien, en cuanto a ustedes, amados, estamos persuadidos de las cosas mejores y que van acompañadas de salvación, aun cuando hablamos así, ya que Dios no es injusto para olvidar la obra de ustedes y el arduo trabajo del amor que han demostrado en pos de su nombre atendiendo a los santos cuando los atienden. Sin embargo, deseamos fervientemente que cada uno de ustedes muestre la misma diligencia hasta el fin en pos de la plena certeza de la esperanza a fin de que no se vuelvan indolentes, sino más bien de aquellos que mediante la fe y la paciencia heredan las promesas. Ya que cuando Dios hizo promesa a Abraham, puesto que no podía jurar por uno mayor, juró por sí mismo, diciendo “Verdaderamente, te bendeciré grandemente y te multiplicaré en gran manera…” Y este, siendo paciente, obtuvo la promesa.
Ya que, ciertamente, los hombres juran por aquel que es mayor; y, para ellos, un juramento para confirmación es el fin de toda controversia. Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente la inmutabilidad de su plan a los herederos de la promesa, se interpone con un juramento, a fin de que por dos cosas inmutables en las que Dios no puede mentir tengamos un fuerte consuelo los que huimos por refugio, aferrando la esperanza puesta por delante, en la cual tenemos un ancla del alma segura, firme y que penetra hasta el interior del velo, donde, precursor, entra por nosotros Jesús, vuelto un sumo sacerdote por la era según el orden de Melquisedec.
7
Porque este Melquisedec, rey de Salém, sacerdote del Dios Altísimo, quien salió a encontrar a Abraham cuando este había vuelto del combate con los reyes y lo bendijo, a quien también dio Abraham un diezmo de todos los despojos —siendo primeramente traducido como “rey de justicia”; aunque, luego, rey de Salém, lo cual es “rey de paz”—, sin padre, sin madre, sin trazado genealógico, quien tampoco tiene principio de días ni fin de vida, sino que fue hecho una similitud del hijo de Dios, permanece sacerdote a perpetuidad.
Ahora bien, ¡consideren cuán grande era este, que incluso Abraham el patriarca le dio el diezmo de los despojos! Y, ciertamente, los que de entre los hijos de Leví reciben el sacerdocio tienen precepto, conforme a la instrucción, de tomar diezmos del pueblo, es decir, de sus hermanos, pese a que también han salido de la cintura de Abraham. Sin embargo, aquel que no tiene una genealogía proveniente de ellos recibió los diezmos de Abraham y bendijo al que tiene las promesas. Ahora bien, sin discusión alguna, el de menor rango es bendecido por el de mayor rango. Y aquí ciertamente reciben diezmos seres humanos que mueren; pero allí, uno del que se atestigua que vive. Y por así decirlo, a través de Abraham dio el diezmo también Leví, el que recibe los diezmos, puesto que aún estaba en la cintura del ancestro cuando salió a encontrarlo Melquisedec…
Por lo tanto, si la perfección fuese por el sacerdocio levítico —ya que bajo este hubo recibido el pueblo la instrucción—, ¿qué necesidad hay aún de que, según el orden de Melquisedec, se levante otro sacerdote y que no esté nombrado según el orden de Aarón? Y es que siendo cambiado el sacerdocio, es de necesidad que también se suscite un cambio de instrucción, ya que aquel de quien son dichas estas cosas perteneció a otra tribu, de la cual nadie se dedicó al altar. Pues es manifiesto que el Señor nuestro surgió de Judá, una tribu acerca de la cual Moisés no dijo nada respecto del sacerdocio. Y resulta aún más manifiesto si, según el orden de Melquisedec, se levanta otro sacerdote, el cual no llega a serlo según la instrucción del precepto carnal, sino según el poder de una vida inmarcesible, ya que se testifica: “Tú eres sacerdote por la era, según el orden de Melquisedec”. Ya que, ciertamente, se produce una abolición del precepto previo a causa de ser este débil e inútil (pues la instrucción no ha perfeccionado nada), ciertamente la introducción de una esperanza más excelsa mediante la cual nos acercamos a Dios. Y en tanto que ello no fue sin juramento —ya que estos ciertamente llegaron a ser sacerdotes sin juramento; pero él, con juramento hecho por el que le dice: “Jura el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote por la era, según el orden de Melquisedec”—, por lo tanto, Jesús ha llegado a ser garante de un mejor pacto. Y en verdad son muchos los que llegaron a ser sacerdotes —debido a que la muerte impide una continuidad—; pero él, el que permanece por la era, tiene el sacerdocio inmutable, por lo cual también puede salvar completamente a los que se acercan por medio de él a Dios, viviendo siempre para rogar por ellos…
Porque un tal sumo sacerdote nos convenía, también: honrado, bondadoso, sin mancha, que ha sido apartado de los pecadores y llega a ser exaltado por los cielos, quien no tiene necesidad a diario —como los sumos sacerdotes— de ofrecer sacrificios primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo, ya que lo hace de una vez por todas ofreciéndose a sí mismo. Pues la instrucción establece sacerdotes a hombres que tienen debilidad, pero el asunto del juramento que es posterior a la instrucción a un hijo, que fue hecho perfecto por la era.
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Ahora bien, este es el punto principal de todo lo que está siendo dicho: tenemos a un tal sumo sacerdote, el cual se sienta a la derecha del trono de la Majestad en los cielos, un ministro del santuario y del verdadero tabernáculo que instala el Señor y no la humanidad. Pues todo sumo sacerdote es establecido para ofrecer tanto ofrendas como sacrificios, de donde es necesario que también este tenga algo que ofrecer. De hecho, entonces, si estuviese sobre la tierra ni siquiera sería un sacerdote, habiendo aquí los sacerdotes que presentan los sacrificios conforme a la instrucción, quienes, en ejemplo y sombra, ministran las cosas celestiales de acuerdo a lo que se le advirtió a Moisés cuando estaba por completar el tabernáculo: “Mira, entonces —se le dijo—, de hacer todas las cosas conforme al modelo mostrado a ti en la montaña…”
Ahora, sin embargo, ha dado con un tanto más excelente ministerio cuanto que también es garante de un mejor pacto, el cual ha sido establecido sobre mejores promesas; pues si aquel primero hubiese sido sin defecto, no se habría procurado un lugar para un segundo. Ya que, reprendiéndolos, dice: “Vean: vienen días —dice el Señor— en los que efectuaré con la casa de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto; no conforme al pacto que hice con sus ancestros en el día en que los tomé con mi mano para sacarlos del país de Egipto, ya que ellos no permanecieron en mi pacto, por lo cual yo me desentendí de ellos —dice el Señor. Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días —dice el Señor: pondré mis enseñanzas en la mente de ellos y las escribiré en su corazón; y les seré por Dios y ellos me serán a mí por pueblo. Y ninguno enseñará al que tiene a su lado, diciendo: ‘Conoce al Señor’, ya que todos me conocerán, desde el más pequeño hasta el más grande de ellos, ya que seré propicio a sus injusticias y ya no me acordaré más de sus pecados y de sus iniquidades…”
Al decir “nuevo”, ha dado al primero por viejo. Ahora bien: aquello que envejece y queda obsoleto, se aproxima a su desaparición…
9
Ciertamente, el primero tenía también tanto ordenanzas de culto como el santuario mundano. El tabernáculo estaba dispuesto así: la primera parte, en la que estaba el candelabro, la mesa y los panes de la proposición, llamada el lugar santo; asimismo, más allá del segundo velo, la parte del tabernáculo llamada el lugar santísimo, que tiene un incensario de oro y el arca del pacto —cubierta por todas partes de oro, en la que había una vasija de oro con el maná, el báculo de Aarón que reverdeció y las tablas del pacto— y, sobre ella, los querubines de gloria cubriendo con su sombra el propiciatorio, acerca de los cuales no es esta la ocasión para hablar en detalle…
Habiendo sido entonces dispuestas así estas cosas, los sacerdotes entran en la primera parte del tabernáculo de continuo cumpliendo con el culto. Sin embargo, en la segunda parte, el sumo sacerdote solo, una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo, haciendo por esto evidente el espíritu santo que todavía no estaba manifestado el camino de los santos en tanto que la primera parte del tabernáculo estaba instalada, lo cual es una parábola para el tiempo del presente, según el cual se presentan tanto ofrendas como sacrificios que no pueden hacer perfecto, en relación con la conciencia, a quien practica este culto, hecho sólo de comidas y bebidas, de diversos lavamientos y de ordenanzas de carne impuestas hasta un tiempo de reforma. Sin embargo, habiendo advenido un Cristo —sumo sacerdote de las buenas cosas por venir mediante el más grande y completo tabernáculo, no hecho de manos, esto es, no de esta creación, ni tampoco de sangre de machos cabríos ni de becerros, sino mediante su propia sangre—, entró de una vez por todas en el lugar santísimo, habiendo obtenido una redención permanente. Pues si la sangre de toros y machos cabríos y las cenizas de la becerra esparcidas sobre los inmundos santifican en pos de una purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre del Cristo —quien por medio del espíritu perenne se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios— purificará las conciencias de ustedes de obras muertas en pos de ofrecer culto al Dios vivo? Y por ello él es garante de un nuevo pacto, para que suscitándose una muerte para la redención de las transgresiones de quienes estaban bajo el primer pacto, los llamados recibiesen la promesa de la herencia perenne. Pues donde hay un testamento es necesario introducir la muerte del testador, ya que un testamento se confirma debido a los muertos, viendo que no tiene vigencia mientras que el testador vive. Por lo cual, ni aún el primero fue iniciado sin sangre. Pues habiendo hablado Moisés cada precepto a todo el pueblo conforme a la instrucción, tomando la sangre de los becerros y machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, rocía el libro mismo y a todo el pueblo, diciendo “Esta es la sangre del pacto que Dios les ordena”, rociando también con la sangre el tabernáculo y todos los utensilios del ministerio. Y casi todo es purificado, según la instrucción, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se produce remisión…
Era, por lo tanto, necesario que los ejemplos de lo que está en los cielos fuesen, ellos, purificados; sin embargo, las cosas celestiales mismas son mejores sacrificios que estos. Ya que el Cristo no entra en un lugar santísimo hecho por mano, representación del verdadero, sino en el cielo mismo, ahora para presentarse ante Dios por nosotros; ni tampoco para ofrecerse a sí mismo muchas veces, como el sumo sacerdote entra en el lugar santísimo cada año con la sangre de otros, de otra forma le habría sido necesario padecer a menudo desde la impregnación del mundo. Sin embargo ahora, en la conclusión de las eras, él ha aparecido una sola vez por todas en pos de un repudio del pecado mediante el sacrificio de sí mismo. Y por cuanto que está reservado a los seres humanos el morir una sola vez, pero después de esto un juicio, así también el Cristo, habiendo sido ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos, se hará ver una segunda vez, sin pecado, por los que lo están esperando asidua y pacientemente en pos de una liberación.
10
Pues la instrucción tiene una sombra de las buenas cosas por venir, no la imagen misma de los hechos: no puede, conforme a los mismos sacrificios que se ofrecen anualmente de continuo, perfeccionar a los que se acercan. De otra forma, ¿no habrían dejado de ofrecerse, dado que ninguno de los que ofrecen este culto, purificados, tendrían ya más conciencia de pecados? Sin embargo, en tales sacrificios hay anualmente un recordatorio de pecados, ya que la sangre de los toros y machos cabríos no puede quitar pecado. Por lo cual, al venir a la existencia en el mundo, dice: “Sacrificio y ofrenda no quieres, pero me preparas un cuerpo; holocaustos y ofrendas por el pecado no te agradan. Entonces dije: ¡Mira, estoy viniendo para hacer tu voluntad! ¡En la suma del libro, Dios, está escrito acerca de mí!” Al decir arriba “Sacrificio y ofrenda no quieres” y “holocaustos y ofrendas por el pecado no quieres ni te agradan” (las cuales se ofrecen conforme a la instrucción); y habiendo dicho luego “¡Mira, Dios, estoy viniendo para hacer tu voluntad!”, quita lo primero para establecer lo segundo…
En dicha voluntad somos consagrados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo de una sola vez por todas. Y ciertamente todo sacerdote ha estado a diario ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, los cuales jamás pueden quitar pecados; este, sin embargo, habiendo ofrecido una vez para siempre sacrificio por pecados, se sienta a la derecha de Dios, esperando a partir de entonces hasta que todos sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies, ya que con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los consagrados. De hecho, el espíritu santo también nos da testimonio, ya que después de que dijo “Este es el pacto que haré con ellos: después de aquellos días —dice el Señor— pondré mis instrucciones en sus corazones y se las escribiré en sus mentes”, añade: “Y ya no me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades”. Y de hecho, donde hay remisión de los tales, ya no hay más ofrenda por pecado.
Teniendo entonces, hermanos, confianza para la entrada en el lugar santísimo por la sangre de Jesús, por un camino nuevo y vivo que nos renueva a través del velo —esto es, de su carne—, y teniendo un sumo sacerdote sobre la casa de Dios, debemos aproximarnos con un corazón sincero, en completa certeza de fe, con corazones rociados contra una mala conciencia y lavado el cuerpo con agua pura; debemos mantener la homología de la esperanza, ya que el que promete es inamoviblemente fiel; y debemos considerarnos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras, no dejando de juntarnos según la costumbre de algunos, sino alentándonos, y tanto más cuanto ven que el día se está acercando. Ya que si nosotros pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento preciso de la verdad, ya no queda más sacrificio por pecados, más bien una terrible expectación de juicio y de fuego, furia que va a devorar a los adversarios. Cualquiera que repudia la instrucción de Moisés muere sin piedad por el testimonio de dos o tres testigos: ¿de cuánto peor castigo, suponen ustedes, será tenido por merecedor el que pisotea al Hijo de Dios y tiene por común la sangre del pacto en la que es santificado, insultando al espíritu de la gracia? Pues hemos conocido al que dijo “¡Mía es la venganza! ¡Yo pagaré!, dice el Señor” Y otra vez: “El Señor juzgará a su pueblo”. ¡Terrible cosa es el caer en manos del Dios vivo!
Sin embargo, traigan a la memoria los días pasados, en los cuales, habiendo sido iluminados, sostuvieron una gran competencia de vicisitudes: por un lado, ciertamente, fueron hechos un espectáculo tanto de reproches como de angustias; sin embargo, por el otro, llegaron a ser compañeros de los que así son vapuleados, ya que también se compadecieron ustedes de mis cadenas y aceptaron el despojo de sus bienes con gozo, sabiendo que tienen en ustedes mismos una mejor y permanente propiedad en los cielos. No se deshagan, entonces, de su confianza, la cual tiene una gran recompensa. Pues tienen necesidad de paciencia para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengan la promesa. Porque aun por un poquito: “El Que Viene vendrá y no se demorará; pero mi justo vivirá por fe, y si se retrajere, no agradará a mi alma”.
Con todo, nosotros no somos de los que se retraen para ruina, sino de los que tiene fe para preservación de la vida…
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Ahora bien, la fe es el fundamento de las cosas esperadas, una evidencia de cosas que no se ven, ya que mediante ella dieron testimonio los antiguos. Por la fe entendemos que las eras han sido compuestas por una expresión de Dios, de manera que las cosas que se ven llegan a ser de aquello que aun no aparece.
Es por la fe que Abel ofreció a Dios un sacrificio superior que el de Caín, por lo cual obtuvo testimonio de ser justo, dando testimonio de sus ofrendas Dios; y por la tal, aun estando muerto, habla.
Es por la fe que Enoc fue transpuesto para no ver muerte; y no se lo encontraba, porque Dios lo había transpuesto, ya que antes de su transposición obtuvo el testimonio de que había agradado a Dios. Sin embargo, sin fe es imposible agradar, ya que es necesario que el que se acerca a Dios crea que él es y que llega a ser un premiador de aquellos que lo buscan en forma anhelante.
Es por la fe que Noé, al ser advertido por Dios acerca de cosas que aún no eran vistas, actuando con cautela, preparó un arca para salvación de su familia, por lo cual condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justificación que es conforme a la fe.
Es por la fe que Abraham, una vez llamado, obedeció para salir hacia el lugar que iría a recibir como herencia, y salió sin saber hacia dónde estaba yendo. Es por la fe que habitó en la tierra de la promesa, morando en tiendas con Isaac y Jacob —coherederos de las mismas promesas—, ya que aguardaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo diseñador y constructor es Dios. Es también por la fe que la propia Sara recibió fuerza para concebir una simiente aun cuando estaba ya pasada de tiempo, y dio a luz, pues tenía por confiable al que había hecho la promesa; por lo cual, también, fueron engendrados como las constelaciones del cielo en multitud y semejantes a la arena que está a la orilla del mar, que es innumerable, de uno que estaba ya moribundo.
Todos estos murieron en conformidad con la fe, sin ser receptores de las promesas, sino percibiéndolas desde lejos y confiando, saludándolas y confesando que eran extranjeros y errantes en la tierra. Y es que los que dicen tales cosas manifiestan claramente que buscan una patria; y en verdad, si hubiesen estado pensando en el lugar de donde habían salido, tenían tiempo para haberse vuelto. Sin embargo, anhelaban uno mejor —esto es, proveniente del cielo—, por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse el Dios de ellos, ya que les prepara una ciudad.
Es por la fe que Abraham ofreció a Isaac al ser probado: así ofrecía al unigénito aquel que había recibido las promesas, al cual se le dijera “En Isaac será llamada tu simiente”, reconociendo que Dios es capaz incluso de levantar de entre los muertos, de donde también, figurativamente, volvió a recibirlo.
Es por la fe que Isaac bendijo a Jacob y a Esaú acerca de cosas venideras.
Es por la fe que Jacob, estando a punto de morir, bendijo a ambos hijos de José y se postró sobre el tope de su báculo.
Es por la fe que José, estando en su final, hizo mención acerca de la salida de los descendientes de Israel y que dio orden acerca de sus huesos.
Es por la fe que Moisés, una vez nacido, fue escondido por tres meses por sus padres, puesto que vieron que era un niño de nobles formas y no temieron al decreto del rey. Es por la fe que Moisés, habiéndose vuelto mayor, se negaba a ser llamado hijo de la hija del faraón, eligiendo más bien sufrir conjuntamente malos trances con el pueblo de Dios que obtener un disfrute temporal del pecado, teniendo por mayor riqueza que los tesoros en Egipto el reproche del Cristo, pues tenía la mira puesta en el premio de la recompensa. Es por la fe que abandonó Egipto, no siendo temeroso del enojo del rey, ya que se sostuvo como quien ve al Invisible. Es por la fe que llevó a cabo la pascua y el rociado de la sangre a fin de que el destructor de los primogénitos no fuese a tocarlos a ellos. Es por la fe que cruzaron el Mar Rojo como en seco, lo cual, probando hacer los egipcios, se hundieron.
Es por la fe que los muros de Jericó cayeron luego de haber sido rodeados siete días. Es por la fe que Rahab, la prostituta, no pereció conjuntamente con los que eran incrédulos, al haber recibido a los espías en paz.
¿Y qué más digo? Ya que el tiempo me faltaría para contar acerca de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas, los cuales por la fe sometieron reinos, efectuaron justicia, obtuvieron promesas, cerraron bocas de leones, apagaron fuertes fuegos, eludieron filo de espada, fueron fortalecidos desde la debilidad, llegaron a ser fuertes en batalla, pusieron en fuga ejércitos extranjeros... Mujeres recibieron a sus muertos mediante resurrección; sin embargo, otros fueron torturados, no aceptando el rescate a fin de alcanzar una mejor resurrección; asimismo, otros experimentaron burlas y latigazos, además, de hecho, de prisiones y cárceles. Fueron lapidados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada, yendo de aquí para allá, cubiertos con pieles de ovejas y de cabras, destituidos, angustiados, oprimidos —de los cuales el mundo no era digno—, errando por los desiertos, montañas, cuevas y cavernas de la tierra.
Ahora bien, todos estos, habiendo alcanzado un buen testimonio mediante la fe, no recibieron la promesa, previendo Dios algo mejor respecto de nosotros, a fin de que no fueran completados por fuera de nosotros.
12
Por lo tanto, también nosotros, rodeados de una tan grande nube de testigos, dejemos a un lado toda carga pesada y el pecado tan generalizado que nos asedia y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante con los ojos puestos en Jesús, precursor y perfeccionador de la fe, quien, por el gozo puesto delante de él, soportó la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios. Consideren a aquel que padeció semejante contradicción de parte de los pecadores cuando estaba entre ellos, de manera que el ánimo de ustedes no decaiga hasta desmayar, ya que aún no han llegado hasta la sangre en su contienda contra el pecado. Y ya se han olvidado de la exhortación que se les dirige como a hijos, la cual dice: “Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando él te reprende. Porque el Señor disciplina a todo aquel al que ama, y azota a todo aquel al que recibe como hijo”. Si soportan la disciplina, Dios trata con ustedes como con hijos. ¿Porque qué hijo hay al que el padre no discipline? Ahora bien, si ustedes están sin disciplina, de la cual todos son hechos partícipes, entonces son bastardos, y no hijos. Y luego, de hecho, tuvimos a nuestros padres en la carne que nos disciplinaban; y así, ¿no estaremos, mucho más aún, sujetos al Padre de los espíritus y viviremos? Pues aquellos aplicaron la disciplina durante algunos días según mejor les parecía, y nosotros los respetábamos; pero Éste lo hace para nuestro provecho, para que participemos de su santidad. Ahora bien, de hecho, toda disciplina no parece ser, al presente, motivo de alegría, sino de pena; sin embargo, más tarde da fruto apacible de justicia a todos aquellos que la han experimentado.
Por lo tanto, levanten las manos lánguidas y las rodillas paralizadas y hagan sendas rectas para sus pies, para que lo cojo no se desvíe, sino que más bien sea sanado. Sigan la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Miren cuidadosamente, no sea que alguno se quede corto de la gracia de Dios, ni que surgiendo alguna raíz de amargura los enoje y que por esto la mayoría sea contaminada, ni algún libertino o profano, como Esaú, quien por una comida vendió su primogenitura, pues ustedes están también enterados de que después de eso, queriendo heredar la bendición que le correspondía, fue desechado, pues no halló lugar para el arrepentimiento, aun cuando lo buscó fervientemente con lágrimas.
Y es que ustedes no han llegado a lo que puede ser palpado y quemado al fuego, a la oscuridad, a la sombra, a la tormenta, al sonido de una trompeta y a una voz con exigencias —la cual los que la oían rogaban que no se añadiese palabra alguna, ya que no podían sobrellevar lo que les era asignado (“Si aun una bestia entrare en contacto con la montaña, que sea apedreada”); y tan terrible era lo que se veía, que Moisés decía “¡Estoy aterrado y tiemblo!”—, sino que han llegado a la montaña de Sión y ciudad del Dios vivo —Jerusalén celestial— y a decenas de miles de ángeles; a la asamblea general y congregación de primogénitos inscriptos en los cielos; a Dios, juez de todos, y a los espíritus de justos perfeccionados; al garante de un nuevo pacto, Jesús, y a la sangre del rociamiento, que habla mejores cosas que Abel.
Tengan cuidado de no rechazar a aquel que habla, ya que si no escaparon aquellos, los que rechazaron al que instruyó sobre la tierra, mucho menos nosotros, si diésemos la espalda al que lo hace desde los cielos, cuya voz sacudió por entonces la tierra, pero que ahora ha prometido diciendo: “Aún una vez conmoveré no sólo la tierra, sino también el cielo…” Ahora bien, el “Aún una vez” significa la remoción de las cosas movibles como cosas hechas a fin de que permanezcan las que son inamovibles. Por lo tanto, recibiendo un reino inamovible, tengamos una gratitud mediante la cual ministremos aceptablemente a Dios, con reverencia y con cuidado, ya que nuestro Dios es también un fuego consumidor.
13
Que el amor de hermanos permanezca.
No se olviden de la amabilidad para con los extranjeros, pues por ella, sin darse cuenta, algunos hospedaron a ángeles.
Acuérdense de los que están en cadenas como si estuviesen en cadenas juntamente con ellos, de los maltratados que están, como también ustedes, en el cuerpo.
Que el matrimonio sea precioso en todo y que la cohabitación sea sin contaminación; por lo demás, Dios juzgará a libertinos y adúlteros.
Que la forma de ser y de actuar sea desinteresada, contentos con lo que tienen, ya que él dijo “No te desampararé ni te abandonaré”, de manera que podemos decir: “El Señor es mi ayudador y no temeré de lo que me haría un ser humano”.
Tengan presentes a sus guías que les hablan la Palabra de Dios, de los cuales, considerando el resultado de su conducta, imiten la fe.
Jesucristo, ayer y hoy, es el mismo también por las eras.
No se dejen llevar por enseñanzas variopintas y extrañas, pues es bueno afirmar el corazón con gracia, no con viandas que nunca han sido provechosas para quienes están ocupados en ellas.
Tenemos un altar del cual no tienen derecho a comer quienes ministran al tabernáculo, ya que los cuerpos de los animales cuya sangre es llevada al santuario por el sumo sacerdote a causa del pecado, serán quemados fuera del campamento; por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo con su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, por lo tanto, en pos de él fuera del campamento, llevando su oprobio, pues no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos con ansia la que está por venir. Por lo tanto, ofrezcamos continuamente a Dios por medio de él un sacrificio de alabanza, esto es, un fruto de labios confesando su nombre.
Por otro lado, no se olviden del hacer el bien y del compartir, ya que Dios se complace de tales sacrificios.
Obedezcan a sus guías y sujétense a ellos, ya que ellos velan por sus vidas como quienes rendirán cuenta, a fin de que lo hagan con gozo y no suspirando, ya que eso no les es provechoso a ustedes.
Oren a propósito de nosotros, ya que confiamos en que tenemos una buena conciencia, queriendo comportarnos bien en todo. Les ruego muy especialmente que lo hagan así a fin de que yo les sea prontamente restaurado. Ciertamente, el Dios de la paz que ha traído de entre los muertos al gran pastor de las ovejas por la sangre del pacto perenne —al Señor nuestro, a Jesús— los adapta para toda buena obra en pos de hacer su voluntad, efectuando en ustedes lo que es agradable a sus ojos por intermedio de Jesucristo, a quien sea la gloria por las eras de las eras, amén.
Por lo demás les ruego, hermanos: retengan el asunto de la exhortación, ya que también es brevemente que les escribo.
Sepan que el hermano Timoteo fue liberado, con el cual, si viniere pronto, los estaré viendo a ustedes. Saluden a todos sus guías y a todos los consagrados. Los saludan a ustedes los de Italia.
Que la gracia esté con todos ustedes, amén.