1 Juan

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Las muchísimas coincidencias temático-lingüísticas que presentan el evangelio y las tres cartas de Juan no habrán pasado desapercibidas para cualquiera que ha estudiado dichos textos con un mínimo de atención. En cambio, nadie parece haber reparado en la significación de los mismos, especialmente en su vínculo profético con el libro de Apocalipsis. Todos ellos constituyen, en efecto, una suerte de puente temporal y generacional entre el siglo primero y el período previo al final de la era, es decir, nuestros propios días, luego de los cuales el Hijo de Dios reinará junto a los suyos desde el monte de Sión.


 

1

Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que vimos con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y nuestras manos palparon respecto de la Palabra de vida —ya que la vida se manifestó y la vimos, y les testificamos y explicamos a ustedes la vida perenne de la era, la cual estaba frente al Padre y se manifestó a nosotros— lo que vimos y hemos oído se lo explicamos a ustedes para que también ustedes tengan comunión con nosotros, aunque la comunión de nuestra circunstancia es con el Padre y con su hijo Jesucristo. Aun así, les escribimos estas cosas para que el gozo de ustedes sea cumplido.

Y esta es la intimación que oímos de él y les explicamos a ustedes: que Dios es luz y no hay en él ninguna oscuridad en lo absoluto. Si hemos dicho que tenemos comunión con él pero caminamos en la oscuridad, mentimos y no practicamos la verdad; en cambio, si caminamos en la luz tal como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de su hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel es él —y justo— para quitar nuestros pecados y limpiarnos de toda ofensa. Si hemos dicho que no pecamos, hacemos de él un mentiroso y su Palabra no está en nosotros.

2

Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no estén pecando. Aunque si alguno ha pecado, tenemos un intercesor frente al Padre, a Jesucristo el justo. Y precisamente, él es la propiciación respecto de nuestros pecados (y no respecto de los nuestros solamente, sino respecto de los de todo el mundo). Y en esto reconocemos que lo conocimos a él: si cuidamos sus encargos. El que dice “Yo lo conocí” y no cuida sus encargos es un mentiroso y la verdad no está en el tal; en cambio, en el que cuida su Palabra, verdaderamente el amor de Dios se perfeccionó. En esto reconocemos que estamos en él: el que dice permanecer en él, tal como él ha caminado debe el tal caminar.

Hermanos, no les estoy escribiendo un encargo nuevo, sino el encargo antiguo que tenían desde el principio: el encargo antiguo es el asunto que oyeron desde el principio. A la vez, les escribo a ustedes un encargo nuevo que es veraz en él y en ustedes, porque la oscuridad va pasando y la luz verdadera ya alumbra. El que dice estar en la luz y odia a su hermano, incluso hasta ahora está en la oscuridad. El que ama a su hermano permanece en la luz y no hay en él tropiezo; pero el que odia a su hermano está en la oscuridad y camina en la oscuridad y no percibió adónde se dirige, ya que la oscuridad ha cegado sus ojos.

Les escribo a ustedes, hijitos, porque les fueron perdonados los pecados por medio de su persona. Les escribo a ustedes, padres, porque reconocieron al que es desde el principio. Les escribo a ustedes, jóvenes, porque vencieron al Maligno. Les escribo a ustedes, niños, porque reconocieron al Padre. Les escribí a ustedes, padres, porque conocieron al que es desde el principio. Les escribí a ustedes, jóvenes, porque son contundentes y la Palabra de Dios se mantiene firme en ustedes y vencieron al Maligno.

No amen al mundo ni aquello que hay en el mundo. Si alguno está amando al mundo, el amor del Padre no está en él. Ya que todo lo que hay en el mundo —los deseos de la carne, los deseos de los ojos y el orgullo de los medios materiales de vida— no es proveniente del Padre, sino que proviene del mundo. Y el mundo seduce, altera y pervierte, pero el que efectúa la voluntad de Dios se mantiene firme hasta la era.

Niños, esta es la última hora. Y tal como ustedes oyeron que viene el anticristo, así ahora han llegado a haber muchos anticristos, por lo cual reconocemos que es la última hora. Habían salido de nosotros, pero no eran de nosotros, porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron de nosotros a fin de que se manifestase que no todos son de nosotros. Ahora bien, ustedes tienen la unción del Santo y percibieron todas las cosas. No les escribí como si no hubiesen percibido la verdad, sino porque la percibieron y porque ninguna falsedad procede de la verdad. ¿Quién es el falso sino el que niega que Jesús no es el Cristo? Este es el anticristo, el que rechaza al Padre y al Hijo. Todo el que rechaza al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre.

Ustedes, por lo tanto, que aquello que escucharon desde el principio permanezca en ustedes. Si permanece en ustedes lo que escucharon desde el principio, también ustedes permanecerán en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que él nos prometió: la vida perenne de la era.

Les escribí estas cosas respecto de los que los hacen errar. Aunque la unción que han recibido de él permanece en ustedes y no tienen necesidad de que alguno les enseñe, en la medida en que la propia unción les enseña respecto de todo (y es veraz, y no es una falsedad): así que tal como ella les enseñó, permanezcan en él. Y especialmente ahora, hijitos, permanezcan en él para que cuando se manifieste tengamos una franca alegría y, particularmente, para que no nos apartemos avergonzados de él en su presencia. Si ustedes percibieron que él es justo, saben que todo el que practica la justicia nació de él.

3

¡Perciban qué clase de amor nos dio el Padre para que seamos llamados hijos de Dios! Por eso el mundo no nos reconoce, porque no lo reconoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios y todavía no se manifestó qué seremos; sin embargo, hemos percibido que cuando él se haya manifestado, seremos semejantes a él, que se dejará ver tal como él es. Y todo el que tiene esta esperanza puesta en él se purifica a sí mismo, así como él es puro.

Todo el que practica el pecado también practica el desprecio de la instrucción; y precisamente, el pecado es el desprecio de la instrucción. Pero precisamente, ustedes perciben que él fue manifestado a fin de quitar nuestros pecados y que en él no hay pecado. Todo el que en él permanece, no peca; todo el que peca, no lo vio ni lo reconoció. Hijitos, no erren: el que practica la justicia es justo, así como él es justo. El que practica el desprecio de la instrucción procede conforme al diablo, ya que el diablo peca desde el principio. Para esto fue manifestado el Hijo de Dios, de manera de deshacer las cosas del diablo.

Todo el que fue engendrado conforme a Dios no practica el pecado, ya que la simiente de él permanece en el tal y no puede pecar, puesto que fue engendrado conforme a Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no practica la justicia no es conforme a Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano. Ya que este es el mensaje que escucharon desde el principio: que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era conforme al Maligno y mató a su hermano. ¿Y a causa de qué lo mató? Porque sus obras eran perversas; en cambio, las de su hermano eran justas.

No se sorprendan, hermanos míos, si el mundo los odia. Nosotros hemos percibido que pasamos de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama al hermano permanece en la muerte. Todo el que odia a su hermano es un homicida, y ustedes percibieron que ningún homicida tiene permaneciendo en sí mismo la vida perenne de la era.

En esto hemos reconocido el amor: en que él depuso su vida por nosotros; por ende, también nosotros debemos deponer nuestras vidas por los hermanos. Sin embargo, el que tiene los medios materiales de vida propios del mundo y contempla a su hermano que tiene necesidad y cerró sus entrañas respecto de él, ¿cómo es que permanece en él el amor de Dios? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y de verdad. Y en ello reconocemos que somos de la verdad; y también estaremos convencidos de nuestros corazones delante de él, ya que si el corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, tenemos una abierta confianza frente a Dios, y cualquier cosa que le pidamos, la recibimos de él, pues cuidamos sus encargos y practicamos las cosas que son agradables a sus ojos. Y este es su encargo: que creamos en la persona de su hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros tal como él nos dio encargo. Y es que el que cuida sus encargos permanece en él, y él en el tal. Y en esto reconocemos que permanece en nosotros: por el espíritu que recibimos.

4

Hermanos, no crean a todo espíritu, sino examinen los espíritus para comprobar si son provenientes de Dios, ya que salieron al mundo muchos falsos profetas. Reconozcan al espíritu de Dios en esto: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne es procedente de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne no es procedente de Dios, y el tal es del anticristo que ustedes escucharon que viene y que ahora ya está en el mundo. Ustedes son de Dios, hijitos, y ya los vencieron, puesto que es mayor el que está en medio de ustedes que el que está en el mundo. Ellos son procedentes del mundo, es por esto que hablan desde el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos procedentes de Dios: el que reconoce a Dios, nos escucha; el que no es procedente de Dios, no nos escucha. Es por esto que reconocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

Hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es procedente de Dios y todo el que ama fue engendrado conforme a Dios y reconoce a Dios. El que no ama no ha reconocido a Dios, puesto que Dios es amor. En esto se manifestó el amor de Dios entre nosotros: en que Dios envió a su Hijo único al mundo para que vivamos por medio de él. En esto está el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo en propiciación respecto de nuestros pecados.

Amados, si Dios nos amó así a nosotros, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios ninguno lo contempló nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor es completado en nosotros. En esto reconocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos dio de su espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, salvador del mundo. Quien sea que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros reconocimos y creímos en el amor que Dios tiene por nosotros. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto se completó el amor de Dios entre nosotros a fin de que tengamos una abierta confianza en el día del juicio: en que tal como él es somos también nosotros en este mundo.

En el amor no hay temor, sino que el amor completo echa fuera al temor, ya que el temor conlleva un castigo correctivo; por lo tanto, el temeroso no fue completado en el amor. Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero a nosotros. Si alguno dice “Yo amo a Dios” y odia a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano a quien vio, a Dios, a quien no vio, ¿cómo puede amarlo? Y este es el encargo que tenemos: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.

5

Todo el que cree que Jesús es el Cristo es engendrado de Dios, y todo el que ama al que engendró ama también al engendrado por él. En esto reconocemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y cuidamos sus encargos. Ya que este es el amor a Dios: que guardemos sus encargos; y por cierto que sus encargos no son agobiantes. Porque todo lo que fue engendrado de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que venció al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que ha venido mediante agua y sangre: Jesús, el Cristo (no sólo con el agua, sino con el agua y con la sangre); y el Espíritu es el que da testimonio, ya que el Espíritu es la verdad. Ya que tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre; y los tres son en relación con el uno. Si recibimos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor, ya que tal es el testimonio de Dios con el que dio testimonio respecto de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo; el que no le cree a Dios hizo de él un mentiroso, puesto que no creyó en el testimonio con el que Dios dio testimonio acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos dio la vida perenne de la era y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.

Les escribí estas cosas a ustedes que creen en la persona del Hijo de Dios para que perciban que tienen la vida perenne para la era y para que crean en la persona del Hijo de Dios. Y esta es la abierta confianza que tenemos frente a él: que si pedimos algo conforme a su voluntad, él nos escucha; y si hemos percibido que nos escucha en cualquier cosa que pidamos, percibimos que tenemos las cosas que hemos pedido de él. Si alguno ve a su hermano pecar con pecado que no es para muerte, pedirá; y él le dará vida a los que pecan no para muerte (hay pecado que es para muerte, respecto del cual no digo que se ruegue). Toda injusticia es pecado, pero hay pecado no para muerte.

Hemos percibido que todo el que es engendrado conforme a Dios no peca, sino que el que ha sido engendrado conforme a Dios se cuida de sí mismo y el Maligno no lo toca. Hemos percibido que somos de Dios y que el mundo todo está inerte y moribundo en el Maligno; aunque también hemos percibido que viene el Hijo de Dios y nos ha dado a nosotros inteligencia para que reconozcamos al verdadero. Y de hecho estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo: este es el Dios verdadero y la vida perenne.

Hijitos, guárdense a sí mismos de los ídolos. Amén.

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