Tal como es costumbre con los salmos de David dedicados «Al director», el Salmo 62 desgrana una serie de pensamientos y dichos del siervo del Señor, el cual se expresa aquí mediante el espíritu de la profecía. Su tema es, en este caso, el de Dios como único garante de la espera en pos de la ansiada liberación de una realidad en la que prevalecen los envidiosos, los mentirosos y los hipócritas. Que se trata en última instancia del siervo del Señor queda bien confirmado en el consejo dado al pueblo, del cual, una vez librado, sería él mismo libertador.
Entre los salmos que presentan la apoteosis de Yahweh sobre la tierra, el Salmo 97 está especialmente imbuido del espíritu de la profecía, proveyendo, como es su caso, tantos y tan amplios testimonios, los cuales llegan hasta los mismísimos libros del Génesis y del Apocalipsis, amén de los libros de los profetas, como es el caso de Isaías y de Miqueas. La visión que presenta el salmo es múltiple: la alegría y el regocijo de los que aman a Yahweh al experimentar su liberación y la humillación de los que adoran meras estatuas son apenas algunos detalles de la misma.
En una colección especial e íntimamente tan profética como es el Libro de los Salmos, el Salmo 77 ocupa un lugar muy destacado. Su tema parecería agotarse en las proezas y maravillas de Dios en los días antiguos, en los que liberó a su pueblo de Egipto con mano poderosa. Sin embargo, todo esto no es sino parte de una meditación del siervo del Señor en medio de la angustia y el pesar reinantes en los últimos días de la era presente, en que la liberación se ha vuelto tan necesaria como entonces, si es que no aún mucho más.
Al igual que otros textos de la colección que lo incluye, el Salmo 80 se presenta como una contundente súplica por la restauración, elevada a Yahweh por parte de su pueblo en el final de la presente era. En él, Israel es presentado como una viña que el Señor plantó para sí, tal como la viña mencionada en el capítulo 5 del libro de Isaías. Su texto, sin embargo, presenta algunos detalles proféticos que sólo pueden ser discernidos desde su texto hebreo; y esto último, además, tan sólo contando con la asistencia del mismo espíritu profético que lo ha inspirado.
En los misteriosos términos del lenguaje y del testimonio profético que domina por completo el Libro de los Salmos, el Salmo 81 reúne el pasado, el presente y el futuro del pueblo de Dios en un único punto de enfoque. Siendo la salida del pueblo de la tierra de Egipto el tema que implícitamente lo recorre —y por ende, también, la Pascua, la principal festividad del antiguo Israel—, en él Dios reconviene al pueblo que vive en el final de la era, recordándoles lo sucedido en el pasado remoto y sugiriéndoles la cercanía de otro éxodo, esta vez definitivo.
Dentro del grupo de los salmos que constituyen el Halel —esto es, los salmos 113 al 118, los cuales solían entonarse en Jerusalén durante las grandes festividades en los días del segundo templo— el salmo 116 ofrece un palpitante testimonio profético de las disquisiciones íntimas del siervo de Yahweh. Se trata de un salmo de agradecimiento por haber sido librado de la angustia mortal que se sigue de la conciencia de la propia impotencia humana para servir adecuadamente a Dios y para alcanzar la vida dichosa que este ha prometido a sus siervos y a todos los que lo aman.