Citado por el apóstol Pablo en un pasaje de su carta a los romanos que profetiza acerca de los últimos dos mil años de cristianismo, el salmo 19 ubica al lector atento frente a una paradoja. Todos, en efecto, han creído comprender muy bien aquello que el cielo narra, pero todos, también, han ignorado el tiempo en el que la historia anunciada una y otra vez por el cielo tendría su realización plena entre los hombres. Es así que hoy todos la consideran como un recordatorio de cosas pasadas y no como un anuncio de cosas a punto de cumplirse.
Al director. Cántico. De David.
El cielo cuenta la gloria de Dios, y el firmamento narra la hechura de sus manos; día a día emite un dicho y noche a noche declara conocimiento. No hay dicho ni palabras, su voz pasa desapercibida para el oído: por toda la tierra ha salido su órbita; y en el confín del mundo, en él, sus palabras colocan una tienda para el sol. Y éste, como un novio, sale de debajo de su dosel, se exulta como un héroe para correr por su senda. Desde el confín del cielo es su salida y su circuito es hasta sus confines; y nada queda oculto de su ardor.
La instrucción de Yahweh es perfecta y hace que el alma se vuelva a él; el testimonio de Yahweh es fiel y hace sabio al ingenuo. Las ordenanzas de Yahweh son rectas y alegran el corazón; el mandamiento de Yahweh es puro e ilumina los ojos. El temor de Yahweh es limpio y permanece para la posteridad. Las decisiones de Yahweh son verdad y todas juntas ejercen justicia: son más deseables que el oro y que el oro refinado en gran cantidad y más dulces que la miel y que la que gotea de los panales. Incluso tu siervo es advertido por ellas; en observarlas hay una gran recompensa.
Sus propios desvaríos, ¿quién podrá discernirlos? ¡Límpiame de aquellos que están ocultos! ¡Aún de las soberbias refrena a tu siervo! Que estas no me gobiernen: entonces seré perfecto y estaré limpio de una gran transgresión. ¡Sean aceptos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Yahweh, mi roca y mi redentor!