Al igual que otros salmos cuyas declaraciones el autor de la carta «A los hebreos» hila a lo largo de su exposición del asunto principal de su discurso, el salmo 8 constituye un testimonio acerca de aquel a quien el Señor designara el «Hijo del Hombre», al cual —habiendo sido puesto en un comienzo en el mismo estado de fragilidad que el resto de sus congéneres— él mismo pondría por perenne gobernante de toda la tierra en la era venidera. Es, de hecho, este inconmensurable amor de Dios por toda la humanidad el que inspira las exaltadas expresiones del salmista.
Al director. Sobre la prensa del lagar. Cántico. De David
¡Ah, Yahweh, Señor nuestro! ¡Cuán majestuoso se hará tu nombre en toda la tierra! ¡Tú, que ya habías puesto tu gloria en el cielo!
Desde la boca de los pequeñitos y de los lactantes has establecido la fuerza a causa de los que te son hostiles, para hacer desistir al enemigo y a los que toman la venganza por sí mismos...
Cuando veo el cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que estableciste, ¿qué es la frágil humanidad para que la tengas presente y un ser humano para que lo visites? ¡Lo haces de un rango un poco más bajo que los ángeles, pero lo coronarás de gloria y de esplendor! ¡Lo harás gobernar sobre la hechura de tus manos! ¡Todo lo has puesto bajo sus pies! ¡Ovejas y bueyes, todos ellos! ¡E incluso las fieras del campo, las aves del cielo y los peces del mar, todo aquello que atraviesa las sendas de los mares!
¡Ah, Yahweh, Señor nuestro! ¡Cuán majestuoso se hará tu nombre en toda la tierra!