Desde una paradoja que el propio Jesús plantease a los fariseos que lo acosaban en los días previos a su crucifixión hasta el reproche que el autor de la carta «A los hebreos» dirigiera a sus destinatarios a propósito de su exposición del mismo, el salmo 110 se presenta, a lo largo de todo el Nuevo Testamento, como el portador de un misterio. Dicho misterio —que no es otro que el del Cristo, revelado de antemano sólo a los consagrados por el propio espíritu de Dios— es el que en nuestros propios días será develado a la vista de todos.
De David. Cántico.
Una declaración de Yahweh a mi señor: “Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies”.
El báculo de tu fuerza lo enviará Yahweh desde Sión: gobierna en medio de tus enemigos. Tu pueblo se te ofrecerá de buena gana en el día de tu poder, en los esplendores de la santidad. Desde el vientre del alba tienes tú el rocío de tu infancia. Yahweh ha jurado y no se arrepiente: “Tú eres un sacerdote perenne según el orden de Melquisedec”.
El Señor está a tu derecha: hará añicos a reyes en el día de su furor. Juzgará entre las naciones, lo llenará todo de cadáveres, hará añicos una cabeza en un país excelso. Estando en camino, beberá del arroyo: debido a ello levantará su cabeza.