Salmo 77

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En una colección especial e íntimamente tan profética como es el Libro de los Salmos, el Salmo 77 ocupa un lugar muy destacado. Su tema parecería agotarse en las proezas y maravillas de Dios en los días antiguos, en los que liberó a su pueblo de Egipto con mano poderosa. Sin embargo, todo esto no es sino parte de una meditación del siervo del Señor en medio de la angustia y el pesar reinantes en los últimos días de la era presente, en que la liberación se ha vuelto tan necesaria como entonces, si es que no aún mucho más.


 

Al director. Sobre Yedutún. De Asaf. Salmo.

Mi voz se dirige a Dios. Y al clamar con mi voz, el Dios de dioses me prestará oídos.

En el día de mi angustia he buscado al Señor por la noche; mi mano fluyendo hacia él, sin cesar. Mi alma había rehusado ser consolada. Me acuerdo de Dios y gimo por lo bajo; medito y mi espíritu desfallece… (selah)

Retuviste abiertos los párpados de mis ojos; yo estaba perturbado, por lo cual no hablaba… Consideré los días de antaño, los cambios de eras. Recuerdo mi canción por la noche: meditaba con mi corazón y mi espíritu inquiría arduamente: “¿Desechará el Señor por eras enteras y no volverá ya a ser propicio? ¿Se ha acabado para siempre su bondad? ¿Ha llegado a su término su declaración para generación tras generación? ¿Ha olvidado Dios sus gracias? ¿Habrá acaso encerrado con ira sus misericordias?” (selah)

Y dije: “Son un penar, para mí, los años de la derecha del Altísimo; haré, por lo tanto, memoria de los hechos de Yah… ¡De hecho, me pondré a recordar tu obra desde el oriente!” Y medité, así, en toda tu obra; y en tus hechos reflexionaba…

“Tu camino, Dios, está en lo santo. ¿Qué dios hay que sea grande como Dios? Tú eres un Dios que hace portentos: diste a conocer tu fuerza entre los pueblos. Con tu brazo redimiste a tu pueblo, los hijos de Jacob y de José… (selah) Te vieron, Dios, las aguas: te vieron las aguas y se estremecieron. Incluso los abismos temblaron. Las nubes derramaron agua; los cielos dieron su sonido: incluso tus lanzas iban y venían. El sonido de tu trueno estaba en el remolino; tus relámpagos alumbraron el mundo; la tierra se estremecía y se sacudía. ¡En el mar estaba tu camino! ¡Y tus sendas, en las muchas aguas! Pero tus huellas no fueron reconocidas. Has conducido a tu pueblo como a un rebaño por medio de Moisés y de Aarón…”