En el Salmo 36, dedicado en su encabezamiento «al director, al siervo de Yahweh», el espíritu profético hace adentrarse a David en lugares muy profundos del alma humana y vislumbrar hasta qué punto, hacia el final de la era, muchísimos perderían todo temor de Dios, deslizándose hacia la vacuidad y, desde esta, hacia lo pernicioso. En contraposición a este cuadro, el Espíritu da a ver al salmista el de una humanidad renovada por la gracia de Dios, una vez que su justicia y su juicio hubiesen realizado todo su propósito para con ella, más allá, incluso, de la era venidera.
Al director, al siervo de Yahweh. De David.
La transgresión del impío revela muy dentro de mi corazón que no hay temor de Dios frente a sus ojos. Ya que se felicita a sus propios ojos al hallar su propia iniquidad y odiar. Las palabras de su boca son vacuidad y fraude; ha dejado de analizar las cosas profundamente a fin de hacer lo bueno. Maquina vacuidad sobre su cama; se planta ante un camino no bueno y no rechaza lo malo…
Tu gracia, Yahweh, está en el cielo; y tu fidelidad es hasta las nubes. Tu justicia es como los montes de Dios, tu juicio, un gran abismo. ¡Tú, Yahweh, pones a salvo tanto a la humanidad como a los animales! ¡Cuán preciosa es tu gracia, Dios! ¡Es por eso que los humanos se refugiarán en la sombra de tus alas! ¡Serán del todo saciados con cosas suculentas de tu casa y los regarás con el torrente de tus delicias! Pues contigo está la fuente de la vida. ¡Es en tu luz que veremos luz!
Prolonga tu gracia a los que te reconocen y tu justicia a los rectos de corazón. Que no me ocurra de tener un pie de soberbia ni me conmueva la fuerza de los impíos. Es allí que han fallado los que obran vacuidad: fueron empujados y ya no pudieron levantarse…