El Salmo 78 de Asaf es un masquíl, lo cual indica que se trata de una composición para despertar el discernimiento, algo que queda de manifiesto desde sus primeras palabras, donde el autor aclara que hablará en acertijos y expresará enigmas de antaño o del oriente. Esto último señala al tópico de las «cosas primeras y últimas» del trato que Yahweh tendría con la dureza de su pueblo hasta el fin de la era, antes de dar paso a la era que viene —la era del Cristo—, ya que el pueblo antiguo no fue sino un tipo del actual.
Masquíl de Asaf
¡Oye, pueblo mío, mi instrucción! ¡Inclinen sus oídos a los dichos de mi boca! ¡Abriré mi boca con acertijo, expresaré enigmas desde el oriente, aquello que hemos escuchado y conocíamos, ya que nuestros ancestros nos lo contaron! No lo ocultaban a sus descendientes, a una generación última, sino que eran narradores de las alabanzas de Yahweh, de su poder y de los portentos suyos que él hizo. Pues él estaba estableciendo un testimonio en Jacob y había puesto instrucción en Israel, la cual ordenó a nuestros ancestros que la hiciesen saber a sus descendientes, a fin de que la fuese a conocer una generación última: los que nacerían se levantarían y lo contarían a sus descendientes, a fin de que pusiesen en Dios su confianza plena y no se olvidasen de las obras de Dios y preservasen sus mandamientos, y no fuesen como sus ancestros, una generación porfiada y rebelde, una generación que no preparó su corazón y cuyo espíritu no fue fiel para con Dios…
Los descendientes de Efraín, hombres de armas, portadores de arco, dieron la espalda en el día de la batalla. No cuidaron el pacto de Dios y se negaron a andar en su instrucción. Por lo tanto, se olvidaban de sus obras y de sus portentos, las cuales habían visto.
Frente a sus ancestros él había hecho algo asombroso, en tierra de Egipto, en el campo de Zoán. Había dividido el mar y los había hecho cruzar, deteniendo las aguas como en un montón. Y los guiaba con una nube a diario; y durante toda la noche, con la luz del fuego. Hendía rocas en el desierto y les deba a beber como de abismos, en gran cantidad. Y sacaba corrientes de la peña y hacía descender el agua como ríos. Pero volvían a pecar nuevamente contra él, a provocar con rebeldía al Altísimo en un lugar seco, ya que ponían a prueba a Dios en sus corazones pidiendo comida a su gusto. Y hablaban contra Dios. Dijeron “¿Será que puede Dios extender mesa en el desierto? He aquí que golpeó la roca y salía agua a borbotones y las corrientes inundaban… ¿Será que puede también dar alimento? ¿Dispondrá carne para su pueblo?”
Es por ello que, al haberlo escuchado Yahweh, se desentendía. Y se encendió un fuego en Jacob; y también en Israel creció la indignación, ya que no habían creído a Dios ni habían puesto su certeza en su liberación. Aun así, él dio una orden a las nubes de lo alto y abrió las puertas de los cielos. Y hacía llover sobre ellos el maná para que comiesen, dándoles así grano de los cielos. El hombre comió alimento de fuertes; les envió provisión hasta saciarlos. Hizo soplar el viento del este en los cielos y conducía al viento del sur con su poder. Y hacía llover sobre ellos carne como polvo y aves aladas como arena del mar; las hacía caer en medio del campamento, alrededor de sus tiendas. Y ellos comían y se saciaban en gran manera: así les cumplía, por lo tanto, su deseo…
Sin embargo, cuando todavía no se habían hartado de su deseo y estaba aún la comida en sus bocas, la indignación de Dios creció entre ellos y mataba a los más gordos entre ellos: puso así de rodillas a los escogidos de Israel. Y aun con todo esto, volvieron a pecar y no confiaron en sus portentos. De manera que él consumía sus días en la nada y sus años en el sobresalto repentino. Cuando los mató, entonces lo buscaron y madrugaron para ir en pos de Dios. Y recordaban entonces que Dios era su roca y el Dios Altísimo su redentor. Y sin embargo, intentaban seducirlo con sus bocas, pero con sus lenguas le mentían, ya que sus corazones no eran correctos con él ni fueron fieles con su pacto…
Pero él, compasivo, cubría la iniquidad y no los arruinaba. Y así, muchas veces retiraba su indignación y no azuzaba todo su furor. Recordaba que ellos eran carne, un soplo que va y no vuelve. ¡Cuántas veces lo provocaban con su rebeldía en el desierto, le causaban dolor en el yermo y volvían a poner a prueba a Dios! Y así afligieron al Santo de Israel. No se acordaron de su mano, del día en que los había redimido de la angustia, poniendo en Egipto sus señales y sus hechos asombrosos en el campo de Zoán, convirtiendo en sangre su Nilo y sus corrientes para que no bebiesen de manera alguna; enviando sobre ellos un enjambre que los devoraba y ranas que los arruinaban; dando también el producto de ellos a la oruga y su ardua labor a la langosta; destruyendo con granizo sus viñas y con escarcha sus sicómoros; entregando al pedrisco su ganado y sus rebaños a los relámpagos; enviando contra ellos el ardor de su indignación —su ira y su furor— y agunstia, al enviarles ejecutores de males. Así fue como allanaba senda para su indignación: no resguardó sus almas de la muerte, sino que entregó sus vidas a la pestilencia, hiriendo a todo primogénito de Egipto, lo principal de sus vigores, en las tiendas de Cam…
Entonces hizo salir a su pueblo como a las ovejas y los guiaba como al rebaño por el desierto. Los guiaba con seguridad y ellos no se asustaron, mientras que a sus enemigos los cubrió el mar. Y así los traía hacia la frontera de su santo, a este monte que adquirió su derecha. Y echaba fuera a naciones, repartiéndoles con cuerda una herencia y haciendo habitar en sus tiendas a las tribus de Israel…
Pero ellos continuaban poniendo a prueba y provocando con su rebeldía al Dios Altísimo, ya que no habían observado sus testimonios, sino que se retractaban y actuaban traicioneramente, tal como sus ancestros; se convirtieron, así, en un arco engañoso. Y lo hacían enojar con sus lugares altos y lo ponían celoso con sus estatuas. Y lo escuchó Dios y comenzó a desentenderse y a rechazar en gran manera a Israel, de manera que abandonó su habitación de Shiloh, la tienda en la que había habitado entre los humanos. Y comenzó a entregar su poderío al cautiverio y su majestad en poder de un angustiador. Y entregaba así su pueblo a la espada y pasaba por alto su heredad. El fuego devoró a sus jóvenes y sus vírgenes ya no fueron ensalzadas; sus sacerdotes cayeron a espada sin que sus viudas llorasen…
Pero entonces despertó el Señor como uno que dormía, como un héroe que grita excitado por el vino; y comenzó a herir a sus angustiadores hacia el occidente: les propició la desgracia de toda una era. Y comenzó a rechazar a la tienda de José, por lo tanto, no escogió a la tribu de Efraín. Pero escogía, en cambio, a la tribu de Judá, al monte de Sión al que había amado. Y comenzó a construir su santuario como en alturas, como una tierra que estableció para la era que viene. Y escogía a David su siervo y lo tomaba de los corrales del rebaño; de detrás de las que dan de mamar lo trajo para apacentar a Jacob, su pueblo, y a Israel, su herencia. Y los apacentaba conforme a la integridad de su corazón, guiándolos con la habilidad de sus palmas.