En su brevedad —y dando conclusión a la colección de los Salmos—, el Salmo 150 constituye una suerte de apoteótico resumen del tema central que recorre el libro. Se trata de una dichosísima y jubilosa exhortación a todo aquello que respira a alabar al Hijo de Dios, aludido a través de toda la colección bajo expresiones como «el ungido», «el siervo de Yahweh», «el santo» y, muy especialmente, «el director», figura esta última que se encuentra tan manifiesta hacia el final del libro de Apocalipsis como oculta en el resto de las Escrituras desde el mismísimo libro del Génesis.
¡Alaben a Yah!
¡Alaben a Dios en su santo! ¡Alaben su poder en el firmamento! ¡Alábenlo en sus hazañas heroicas! ¡Alábenlo conforme a su mucha grandeza! ¡Alábenlo con un toque de cuerno! ¡Alábenlo con lira y arpa! ¡Alábenlo con pandero y baile! ¡Alábenlo con instrumentos de cuerda y de viento! ¡Alábenlo con tambores que se hagan oír! ¡Alábenlo con tambores que den sonido tempestuoso! ¡Todo lo que respira alabará a Yah!
¡Alaben a Yah!