Salmo 16

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De autoría de David y citado uno de sus pasajes por el apóstol Pablo en los comienzos de su anuncio de las buenas nuevas de Jesucristo a las naciones, el Salmo 16 constituye uno de los más antiguos testimonios del espíritu del Cristo en lo tocante a su liberación, por parte de Yahweh, del orden de cosas presente, representado aquí por el Seol. Aludiendo alegóricamente a un loteo de tierras, el salmista contrasta la suerte de aquellos que se afanan en pos de los cultos idolátricos de muerte y la de quienes han sido consagrados para servir al Dios vivo.


 

Mictám de David

¡Cuídame, Yahweh, pues en ti me he refugiado! Has dicho, alma mía, a Yahweh: “Tú eres mi Señor; mi bien no está en otro más que en ti”.

En cuanto a los consagrados que están en la tierra, a ellos y a los que destacan entre ellos, ¡toda mi complacencia! Se multiplican las penas de los que se apresuran en el servicio de otro: ¡de ninguna manera ofrecería yo sus libaciones de sangre! ¡Y de ninguna manera llevaré sus nombres en mis labios! Yahweh es la parte de mi herencia y de mi copa: ¡tú eres quien sustenta aquello que me toca en suerte! Las cuerdas han caído para mí en lugares agradables; de hecho, es hermosa la herencia que me ha tocado.

¡Bendigo a Yahweh, quien me aconseja! ¡Aun por las noches me corrigen mis entrañas! He puesto a Yahweh siempre enfrente de mí, por lo cual de ninguna manera tambalearé desde mi derecha. Es por ello que se ha alegrado mi corazón y mi honra se ha regocijado; incluso mi carne reposa sintiéndose segura, ya que no dejarás mi alma librada al Seol ni permitirás que tu varón piadoso vea corrupción. Me darás a conocer la senda de la vida. Con tu presencia hay plenitud de alegrías, delicias sin fin a tu derecha…

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