Salmo 71

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Carente de todo título de encabezamiento, el Salmo 71 es una suerte de continuación del salmo de David que lo antecede, el cual es, a su vez, un recordatorio fundado en el Salmo 40. En el caso presente, el espíritu de la profecía anticipa lo que podría llamarse una recomposición del ánimo y de la confianza del siervo del Señor, quien rememora las hazañas pasadas de Yahweh y su providencia para con él desde el vientre materno. Todo ello lo lleva a renovar su visión de la era venidera, en que contará sobre todas estas cosas a aquellos que vendrán.


 

En ti me he refugiado, Yahweh: ¡nunca seré yo avergonzado! Con tu justicia me librarás y me darás una vía de escape. ¡Inclina hacia mí tu oído y sálvame! ¡Sé para mí una roca en la que habite, a la que vaya yo de continuo! Has ordenado salvarme, ya que tú eres mi risco y mi fortificación.

Mi Dios, rescátame del poder del impío, de manos del que actúa inicuamente y del que está agriado. Pues tú eres mi esperanza, Señor Yahweh, mi certeza desde mi juventud. Sobre ti he sido sustentado desde el vientre; tú fuiste quien me extrajo de las entrañas de mi madre y contigo ha estado mi alabanza continua. He sido como un fenómeno para muchos; y tú, mi refugio fuerte.

¡Que se llene mi boca de tu alabanza, de tu espléndida hermosura, todo el día! No me eches fuera para el tiempo de la vejez: al terminarse mi fuerza, no me abandones. Pues mis enemigos han dicho cosas contra mí y los que vigilan mi alma se han juntado a hacer planes, diciendo: “Dios lo ha abandonado; síganlo y atrápenlo, ya que no hay quien lo libre…” ¡Dios, no te alejes de mi! ¡Mi Dios, apresúrate en mi ayuda! ¡Que sean avergonzados y terminados los adversarios de mi alma! ¡Que sean cubiertos de reproche y de confusión los que procuran mi mal!

Pero yo espero de continuo; y añado más y más, por encima de todo, a tu alabanza. Mi boca cuenta de tu justicia todo el día; de tu salvación, aún cuando no he sabido su número. Me remito a las hazañas del Señor Yahweh; tengo en cuenta tu justicia y sólo la tuya. Tú, Dios, me has enseñado desde mi juventud y hasta ahora mismo declaro tus maravillas; no me abandones, Dios, ni aun llegado hasta la vejez y las canas, hasta que haya declarado tu poder a una generación y tu heroicidad a los que vendrán; y tu justicia, Dios, hasta las alturas.

¡Pues tú, Dios, has hecho grandezas! ¿Quién hay como tú, que me has dado a ver muchas angustias y males y que volverás a darme vida y que volverás a hacerme subir desde los abismos de la tierra? ¡Tú acrecentarás mi grandeza y te volverás para consolarme!

También yo te daré las gracias con un instrumento, una lira, ¡Te cantaré salmos con arpa, Dios, por tu lealtad, Santo de Israel! Mis labios gritarán de júbilo cuando te cante salmos, así como también mi alma, a la que has redimido. Mi lengua también expresará todo el día tu justicia por haberse avergonzado, por haberse confundido los que buscan mi mal...

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