Eclesiastés

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Lejos del ejercicio poético-filosófico más bien pesimista que la tradición judaica y cristiana vieron en él por más de dos milenios, el libro del Eclesiastés constituye un ejemplo de primer orden de las misteriosas formas en que el Espíritu de Dios comunica aquello a lo que el Apocalipsis llama «los asuntos de la profecía». Su lector ideal verá, entonces, cumplido ante sus propios ojos, aquel dicho de Jesús en el evangelio de Juan según el cual el viento sopla donde quiere, sin que se sepa de dónde viene ni adónde va, un dicho inspirado en las palabras del propio Eclesiastés.


 

1

Palabras del Orador hijo de David, rey en Jerusalén.

¡Vanidad de vanidades! ¡Todo es vanidad! ¿Cuál es el provecho de la humanidad con todo el arduo afán con el que se afana bajo el sol? Una generación se va y una generación viene, pero la tierra permanece firme por siempre.

El sol asoma y el sol se pone, y en pos de su lugar jadea ansiosamente, pues él asoma allí. Va hacia el sur y gira hacia el norte; gira y gira el viento en su marcha y vuelve el viento sobre sus giros. Todos los ríos fluyen hacia el mar y el mar no se llena; hacia el lugar al que los ríos fluyen, allí vuelven ellos a fluir.

Todas las cosas son cansadoras: nadie es capaz de hablarlas. El ojo no se harta de ver y el oído no se sacia de oír. Lo que ya sucedió es lo que sucederá; y lo que ya fue hecho es lo que se hará; y no hay nada completamente nuevo bajo el sol. Hay alguna cosa de la que se dirá: “¡Mira esto, es nuevo!”, pero ya sucedió en las épocas que nos precedieron. No hay recuerdo de las primeras cosas; y en cuanto a las últimas que sucederán, tampoco habrá de ellas recuerdo junto a los que estarán en el final.

Yo, el Orador, fui rey sobre Israel en Jerusalén y dediqué mi corazón a investigar y a explorar con sabiduría todo lo que se hace bajo el cielo. ¡Es una desgraciada ocupación la que ha dado Dios a los seres humanos para deprimirlos con ella! He visto todos los hechos que se producen bajo el sol, y miren: ¡la totalidad es vanidad y un ultraje del ánimo! Lo torcido no se puede enderezar y lo deficiente no se puede contar.

Discurrí yo con mi corazón, diciendo: “Heme aquí a mí, que hice grandes cosas y amontoné sabiduría acerca de todo lo que sobrevino antes de mí sobre Jerusalén, y mi corazón percibió mucha sabiduría y conocimiento. Y dediqué mi corazón a conocer por experiencia la sabiduría y el conocimiento y las jactancias y la necedad..." Pero reconocí que también esto es una agonía del ánimo, ya que en la mucha sabiduría hay mucha frustración y que el que amontona conocimiento amontona dolor.

2

Y dije en mi corazón: “¡Vamos, te pondré a prueba con la diversión para que tengas un buen pasar!” Sin embargo, vean: también esto era vanidad. De la risa dije “jactancia”; y de la diversión, “¿Qué es lo que produce esto?” Entonces exploré con mi corazón el estimular mi carne con vino, con mi corazón reteniendo la sabiduría a la vez que reteniendo la necedad, hasta ver cuál fuera el bien de los seres humanos que se produce bajo el sol en el número de los días de sus vidas.

Engrandecí mis hechos: me construí casas, planté para mí huertos; me hice jardines y viveros y planté en ellos árbol de todo fruto. Me hice estanques de agua para regar con ella un bosque en que brotaran árboles. Adquirí siervos y criadas y tuve de los nacidos en casa; tuve también una adquisición de ganado vacuno y ovino y tuve mucho más que todos los que tuvieron antes de mí en Jerusalén. Acumulé también para mí plata y oro y cosas que los reyes y los estados tienen por atesorables. Me hice de cantores y de cantoras y de los placeres de los hombres, mil y una fiestas. Me engrandecí y amontoné más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén, aunque permaneciendo aun la sabiduría junto a mí. Asimismo, todo aquello que mis ojos pedían, no se los rehusé, no restringí mi corazón de toda diversión, ya que mi corazón estaba contento luego de mi ardua ocupación. Y tal fue, de hecho, mi parte de toda mi ardua ocupación. Pero dirigí mi mirada a todas las cosas que hicieron mis manos y a la ardua ocupación en la que me había esforzado para producirlas, y vean: ¡todo era vanidad y un ultraje del ánimo, ya que no hay provecho alguno bajo el sol!

Volví a dirigir mi mirada a la sabiduría, a las jactancias y a la necedad. Y es que ¿qué sería del hombre que vendría luego del rey con lo que ya había hecho? Vi entonces que en la sabiduría hay más provecho que en la necedad, como el provecho que hay en la luz respecto de la oscuridad. El sabio, sus ojos están en su cabeza; pero el necio camina en la oscuridad. Y reconocí también yo que el imprevisto que le sucede a uno le sucederá a todos ellos. Entonces discurrí yo en mi corazón: “El mismo imprevisto que le sucede al necio me sucederá también a mí. ¿Para qué me volví más sabio yo, entonces?” Y dije en mi corazón que también esto era vanidad, ya que no habrá recuerdo del sabio que está junto al necio que sea permanente, en la medida en que en los días que vienen ya todo se habrá olvidado. ¿Y cómo es que muere el sabio junto al necio? Por lo cual odié la vida, ya que se me volvió un fastidio la tarea que realicé bajo el sol, puesto que todo era vanidad y un ultraje del ánimo. Odié también todo el arduo trajín con que me esforcé bajo el sol, el cual abandonaré a alguno que será después de mí. ¿Y quién sabe si será sabio o necio? ¡Y aun así, se adueñará de todo mi arduo trajín con el que me esforcé y con el cual me hice sabio bajo el sol! También esto era vanidad…

Así que volví a desesperar a mi corazón respecto de todo el arduo trajín con el que me esforcé bajo el sol. Ya que habrá habido alguien que se esforzó con sabiduría, con conocimiento y con habilidad y que rindió su parte a alguien que no se esforzó en ella. ¡También esto es vanidad y un gran fastidio! Porque, ¿qué es lo que queda para el hombre de todo su arduo trajín y agonía de corazón con la cual se esforzó bajo el sol? Pues todos sus días son dolores y su ocupación es una frustración; ¡ni siquiera durante la noche reposa su corazón! ¡Esto también es vanidad!

Por lo tanto, no hay mejor cosa para el hombre que el que coma y beba, y el que de a ver a su alma el buen pasar producido por su esfuerzo. Yo he visto que esto es por la provisión de Dios. Ya que ¿quién comerá y quién se entusiasmará a no ser que provenga de él? Puesto que al hombre que es agradable a sus ojos, ha dado sabiduría, conocimiento y contentamiento, mientras que al pecador dio por ocupación el amontonar y juntar para rendirlo al que es agradable a los ojos de Dios. ¡También esto es vanidad y un ultraje del ánimo!

3

Para todo hay un tiempo señalado y un tiempo. Un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; un tiempo para matar y un tiempo para curar; un tiempo para derrumbar y un tiempo para construir; un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para hacer duelo y un tiempo para bailar; un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para juntar piedras; un tiempo para abrazar y un tiempo para alejar al que abraza; un tiempo para buscar y un tiempo para perder; un tiempo para guardar y un tiempo para descartar; un tiempo para rasgar y un tiempo para coser; un tiempo para hacer silencio y un tiempo para hablar; un tiempo para amar y un tiempo para odiar; un tiempo de lucha y un tiempo de paz.

¿Cuál es el provecho del que produce en aquello en que se ha esforzado? ¡He contemplado la desgraciada ocupación que Dios ha dado a los seres humanos para afligirlos con ella! Ha hecho todo hermoso en su propio tiempo; ha puesto también una noción de lo permanente en el corazón de ellos para evitar que la humanidad dé con aquello que hizo Dios, aquello que ha producido Dios desde un comienzo y hasta el fin. Yo he percibido que para ellos no hay mejor cosa sino divertirse y pasárselo bien en la vida; y también que es un regalo de Dios el que cualquier ser humano que come y bebe llegue a ver lo bueno de todo su arduo trajín. He percibido que todo aquello que produce Dios es permanente: no hay nada qué agregar ni nada qué quitar a ello; y Dios lo ha hecho para que teman ante él. Aquello que sucedió ya es; y lo que ha de suceder ya sucedió, y Dios va en busca del que ha sido acosado.

Y aún he visto bajo el sol que en el lugar del juicio, allí está el impío, y que en el lugar de la justicia, allí está la impiedad. Discurrí yo con mi corazón: “Al justificado y al impío los juzgará Dios, ya que hay allí un tiempo para toda práctica y sobre todo lo que se hace…” Discurrí entonces con mi corazón en cuanto a los seres humanos: “Es para limpiarlos que Dios les hace ver que ellos mismos son animales. Porque lo que sobreviene sobre los seres humanos y lo que sobreviene sobre el animal es una misma cosa: como la muerte de este, también la muerte de aquellos, y todos tienen un único aliento. Y el ser humano no aventaja en nada al animal, ya que todo es vanidad. Todo marcha hacia un único lugar: todo ha sido desde el polvo y todo vuelve al polvo. ¿Quién sabe si el espíritu del ser humano es el que asciende hacia arriba y el espíritu del animal es el que desciende hacia abajo?” Vi, entonces, que no hay nada mejor que el que se divierta la humanidad con las cosas que hace, pues tal es su parte. ¿Porque quién la llevará a contemplar aquello que será después de ella?

4

Y me volví yo para ver todas las opresiones que son hechas bajo el sol, y vean: las lágrimas de los oprimidos, que no tienen quien los consuele; y la fuerza viene de la mano de los opresores, que no tienen quien los consuele. Y congratulé yo a los muertos que ya murieron más que a los vivos, por cuanto que estos viven hasta ahora; pero más que a estos dos a los que hasta ahora no han llegado a ser, que no han visto la obra maligna que se hace bajo el sol. Y vi  yo todo esfuerzo y toda habilidad en el hacer, la cual se debe a la competencia envidiosa de uno respecto de alguno de sus pares. ¡También esto es vanidad y un ultraje del ánimo! El necio aprieta sus manos y devora su propia carne: es mejor la llenura de una palma con tranquilidad que la llenura de los dos puños con arduo esfuerzo y ultraje de ánimo…

Y me volví yo para ver una vanidad bajo el sol: hay un fulano sin sucesor, que no tiene un hijo ni un hermano y cuyo arduo esfuerzo no tiene fin, aunque tampoco se satisfacen sus ojos con su riqueza acumulada: “¿Y para quién me esfuerzo tan arduamente, privando a mi alma de lo bueno?” También esta es una vanidad y una fastidiosa ocupación.

Mejores son los dos que el que es único, en el hecho de que tienen una mejor recompensa de su esfuerzo. Ya que si caen, el uno levantará a su compañero. Pero ay del que es único y que cae y no tiene a un segundo que lo levante. También, si se acuestan juntos los dos, tendrán calor; pero el que es único, ¿cómo se calentará? Y si el que es único es sobrepasado en fuerza por alguno, los dos resistirán frente al tal, aunque la trenza de tres cuerdas no se cortará tampoco rápidamente.

Mejor es un chico pobre y sabio que un rey anciano y necio que ya no supo ser amonestado porque salió de la cárcel para reinar y también había nacido necesitado en su reino. Vi a todos los vivientes que se paseaban bajo el sol junto al chico sucesor que se instaló en lugar de aquel: ¡era sin fin todo el pueblo que apareció en la presencia de ellos! Pero tampoco los últimos que vengan luego se alegrarán con él. Aunque también esto es vanidad y un ultraje del ánimo.

5

Vigila tus pies cuando estés yendo hacia la casa de Dios, y acércate a escuchar la dádiva de los necios, un sacrificio, siendo que no hay en ellos un reconocimiento de haber obrado mal. No estés ansioso con tu boca ni se apure tu corazón en expresar una palabra ante Dios, ya que Dios está en el cielo y tú en la tierra; por ello, que sean pocas tus palabras. Porque por la mucha preocupación viene el soñar; y por las muchas palabras, el balbuceo del necio. Cuando hagas una promesa a Dios, no te retrases en cumplirla, porque no hay ninguna complacencia en los necios. Aquello que prometes, cúmplelo: es preferible que no prometas a que prometas y no cumplas. No permitas que tu boca haga errar a tu carne, ni digas en la presencia del ángel que se trató de un error inadvertido: ¿por qué iría Dios a airarse con tu balbuceo y a malograr la obra de tus manos? Pues en los muchos sueños hay tanto cosas vanas como profusión de detalles; teme a Dios, por lo tanto.

Si vieses la opresión del necesitado y una total privación del juicio y la justicia en la administración de la provincia, no te asombres por el asunto, pues un altivo controla desde arriba a otro altivo, y aun hay más altivos por encima de ellos; en cambio, el provecho de un país en su totalidad es un rey que se dedica a un campo labrado. Un amante del dinero no se sacia de dinero; y el que ama en abundancia no ama el dividendo: también esto es vanidad. Con la extensión de la buena tierra aumentan los que se alimentan de ella; ¿y cuál sería la ventaja de sus dueños, sino el verlo con sus ojos? El sueño del trabajador es algo placentero, ya sea que haya comido poco o mucho; pero la abundancia del rico le impide relajarse para dormir.

Hay un mal doloroso que he visto bajo el sol: la riqueza que guarda su dueño para su propio mal, cuando se esfuma aquella riqueza en un mal negocio, y finalmente engendra un hijo y no le queda nada en la mano: como salió del vientre de su madre, desnudo vuelve a irse tal como vino, y nada de su arduo esfuerzo podrá llevarse en la mano al irse. Y el tal también es un mal doloroso: que exactamente como vino, así vaya a irse: ¿y cuál es su provecho de haberse esforzado arduamente para el viento? Asimismo, consume todos sus días en la oscuridad y en mucha frustración y en su dolor y en enojo… Miren, he visto yo un bien que es hermoso: comer y beber y ver lo bueno en todo el arduo trajín con el que se esfuerza bajo el sol durante el número de los días de su vida que Dios le dio cuando esa es su parte. Asimismo, todo hombre al que Dios da riqueza y posesiones, y lo hace capaz de comer de ello y llevarse su parte y alegrarse en su arduo trajín, tal cosa es un regalo de Dios, ya que no recordará demasiado los días de su vida, pues Dios lo mantiene ocupado en aquello que es la alegría de su corazón.

6

Hay un mal que he visto bajo el sol y que es grande en relación con la humanidad: un hombre al que Dios dio riqueza, posesiones y honor, y nada falta a su vida de aquello que desea. Pero Dios no le ha dado la potestad de comer de ello; y para más, es un extraño quien lo come. ¡Esto es vanidad y desgraciado dolor! Si un hombre engendrase a cien y viviese muchos años (y por muchos que fuesen los días de sus años), pero su alma no se saciase con sus bienes ni tampoco tuviese un sepulcro, digo que mejor que él es el que fue abortado, ya que entonces vino en vano y se fue a la oscuridad y su nombre queda encubierto en la oscuridad; tampoco vio ni reconoció al sol: tuvo más descanso este que aquel. E incluso si aquel vivió dos veces mil años y no percibió el bien, ¿acaso no marcha todo hacia un único lugar? Todo el arduo esfuerzo de la humanidad es para su boca, y aún así el alma no se llena.

Con todo, ¿en qué aventaja el sabio al necio? ¿Y qué hay del afligido que sabe conducirse frente a los vivientes? Es preferible la vista de los ojos al divagar del alma: también esto es vanidad y un ultraje del ánimo. Quien ha llegado a ser, su nombre ya ha sido proclamado y es sabido que es un ser humano y que no podrá gobernar junto a uno que lo sobrepasa en fuerza. Aunque la profusión de detalles hace que aumente la vanidad: “¿De qué sirven a la humanidad? ¿Porque quién sabe cuál es el bien de la humanidad entre los vivientes, el número de los días de la vida de su vanidad, a los que gasta como a la sombra? Ya que ¿quién relatará a la humanidad lo que será después de ella bajo el sol?”

7

Es mejor un nombre que un buen perfume, y el día de la muerte que el día del nacimiento. Es mejor ir al funeral que ir al banquete, por cuanto que aquel es el final de toda la humanidad y el viviente pondrá en ello su atención. Es mejor el enojo que la risa, ya que con la adustez del rostro se enmienda el corazón. El corazón de los sabios está en el funeral y el corazón de los necios en el banquete. Es mejor escuchar la reprensión de un sabio a que alguno escuche la canción de los necios, ya que como el crepitar de las espinas bajo la olla, tal es la risa de los necios. Y también esto es vanidad, porque la opresión entontece a un sabio y la dádiva arruina el corazón.

Es mejor la postrimería de un asunto que su comienzo; es mejor el ánimo paciente que el ánimo altivo. No estés predispuesto en tu ánimo para enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios. No digas “¿Qué es lo que ha sucedido para que los días primeros hayan sido mejores que estos?”, ya que no es desde la sabiduría que te preguntaste acerca de esto. Es buena la sabiduría junto a una heredad, y es ganancia para los que contemplan el sol, ya que estar a la sombra de la sabiduría es como estar a la sombra del dinero, pero el provecho del reconocimiento de la sabiduría es que da vida a los que lo poseen.

Contempla la obra de Dios: ¿quién puede enderezar lo que él torció? Transcurre bien el día de lo bueno; pero en el día de la adversidad considera también que tanto a uno como al otro los produce Dios a fin de que no descubra la humanidad nada de lo que será en su postrimería. Lo he visto todo en los días de mi vanidad: hay un justo que perece con su justificación y hay un impío que pervive con su maldad. No seas demasiado justo ni te vuelvas excesivamente sabio: ¿por qué irías a quedarte solo? No seas demasiado impío ni seas un necio: ¿por qué irías a morir antes de tiempo? Es preferible que te aferres a aquello y que tampoco relajes tu mano de esto otro, ya que el que teme a Dios saldrá de todas esas cosas.

La sabiduría ayudará a un sabio más que diez gobernantes que han estado en la ciudad, ya que en lo humano no hay un justo en el país que haga el bien y no peque. Tampoco prestes atención a todas las cosas que se hablan para que no oigas a tu siervo denostarte, ya que también muchas veces tu corazón reconoció que también tú has denostado a otros. A todo esto puse a prueba con la sabiduría, y dije “Me estoy volviendo sabio”; pero ella estaba lejos de mí… Lejano está quien ha llegado a ser, y profundo profundo: ¿quién lo descubriría?

Y di un giro —yo y mi corazón— para reconocer y explorar y buscar sabiduría y razonamiento y conocer la impiedad del necio y la necedad de las jactancias. Y encuentro yo más amarga que la muerte a la mujer cuando es un instrumento de asedio y su corazón redes y sus manos ataduras: uno que agrada a Dios es librado de ella, pero un pecador queda atrapado en ella. “Mira esto —dijo el Orador—, las he abordado de una en una a fin de dar con una razón, la cual mi alma aún no ha buscado. Un hombre entre mil he encontrado, pero no he encontrado una mujer entre todos estos. Sólo considera esto: he descubierto que Dios hizo sencilla a la humanidad y que ellos se buscaron muchas especulaciones.

8

¿Quién como el sabio? ¿Y quién conoce la interpretación de un asunto? La sabiduría de un hombre ilumina su rostro y la crueldad de su rostro se ve cambiada. Digo yo: vigila la boca del rey; y en cuanto al juramento de Dios, no te aterres: te marcharás de delante de él; no te detengas en lo calamitoso, porque él hará todo aquello que desea, puesto que la palabra del rey tiene autoridad, ¿y quién le dirá “qué haces”? El que vigila el encargo no experimentará lo calamitoso y el corazón del sabio reconocerá el tiempo y el procedimiento cuando la calamidad de la humanidad se haya aumentado sobre ella, cuando no haya quien sepa lo que sucederá; aunque cuando suceda, ¿quién se lo relataría? No hay persona que tenga autoridad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni hay autoridad en el día de la muerte ni hay suelta durante la guerra, ni tampoco la impiedad podrá librar a los que la poseen.

Todo esto he contemplado, dedicando mi corazón a toda acción que es realizada bajo el sol, un tiempo en el que la humanidad ejerció la autoridad sobre la humanidad para su mal. Y por ello mismo he visto a los impíos puestos en un sepulcro cuando se fueron —aun cuando habían partido de un lugar santificado— y fueron puestos en olvido en la ciudad en la que así actuaron: también esto es vanidad, puesto que cuando no se emite sentencia contra la acción malvada con rapidez, debido a ello se les harta el corazón a los seres humanos y se predisponen a hacer el mal, ya que un pecador hace el mal cien veces y les son prolongados sus días; aunque yo sé también que a los que temen a Dios, a los que han temido ante él, les sucederá lo bueno. Pero al impío no le sucederá lo bueno ni les serán prolongados los días como la sombra, ya que no han tenido temor ante Dios.

Hay una vanidad que se produce sobre la tierra, ya que hay justos a quienes les sobreviene algo acorde a las acciones de los impíos y hay impíos a quienes les sobreviene algo acorde a las acciones de los justos. Yo dije que también esto es vanidad… Y elogié yo a la diversión, por cuanto que no hay bien para la humanidad bajo el sol salvo el comer y el beber y el divertirse. ¡Y es que es eso lo que le quedará en su arduo esfuerzo en los días de su vida, la cual Dios le dio bajo el sol —cuando dediqué mi corazón a conocer la sabiduría y a ver la desgraciada tarea que es realizada sobre la tierra—, ya que tampoco de día ni de noche ve ella el sueño en sus ojos. Y contemplé todo acto de Dios (aun cuando la humanidad no puede descubrir la obra que es hecha bajo el sol): aquello que la humanidad se esfuerza arduamente por buscar y no descubrirá. E incluso si dijese el sabio tener el conocimiento, no por ello podrá descubrirla.

9

Ahora, con todo esto, apliqué mi corazón a poner en claro todo esto otro: que los justificados y los sabios y sus acciones están en la mano de Dios. La humanidad no reconoce ni el amor ni el odio: todo está delante de ellos. Es una vanidad el que a todos les sobrevenga una misma cosa, al justo y al impío, al bueno y al malo, al puro y al impuro, al que sacrifica y al que no sacrifica: como al bueno, así al pecador; como al que jura, así al que teme el juramento. Esto es lo desgraciado de todo aquello que se emprende bajo el sol, que les sobrevenga una misma cosa a todos; y también que el corazón de los seres humanos rebose de mal y que las jactancias estén en sus corazones durante todas sus vidas. Y después de esto, ¡a los muertos!

Aunque para el que está siendo escogido para estar con todos los vivientes hay una esperanza segura, pues al perro vivo le va mejor que al león muerto, ya que los vivientes reconocen que están muriendo, pero los muertos no reconocen nada ni tienen ya recompensa, pues su memoria será olvidada. Tanto su amor como su odio como su envidia ya se han esfumado, y ya no tienen parte por la era en nada de lo que se emprende bajo el sol…

¡Anda, come tu alimento con alegría y bebe tu vino con un corazón contento, pues Dios ya ha aceptado con favor las cosas que emprendiste! Tus vestiduras serán blancas en todo tiempo; y que no falte el aceite sobre tu cabeza. Contempla la vida junto a la mujer que has amado todos los días de la vida de tu vanidad —ya que él te ha dado bajo el sol todos los días de tu vanidad—, pues tal es tu parte en la vida y en el arduo trajín en el que te has consumido bajo el sol. Todo lo que halle tu mano para emprender, empréndelo con ganas, ya que no hay emprendimiento ni pensamiento ni sabiduría en el Seol, allí hacia donde tú te marchas.

Volví a ver bajo el sol que no es de los veloces la carrera, ni de los vigorosos la lucha ni de los sabios el alimento, ni tampoco de los prudentes la riqueza ni de los que saben la gracia, sino que el tiempo y lo imprevisto les sobreviene a todos ellos, dado que la humanidad tampoco reconoce su tiempo: tal como los peces que quedan enredados en la infausta red y tal como los pájaros apresados en la trampa, así quedan entrampados los seres humanos en el tiempo de la calamidad, cuando cae repentinamente sobre ellos.

Vi también esto, una sabiduría bajo el sol, y que es grande para mí: una ciudad pequeña, y en ella pocas personas. Y vino a ella un gran rey y la sitió y construyó contra ella grandes aparejos de asalto. Y se encontró en ella a un hombre pobre, sabio. Y él libró a la ciudad con su sabiduría, aunque nadie tenía presente a aquel hombre pobre. Y dije yo: es mejor la sabiduría que el vigor, aunque la sabiduría del pobre sea despreciada y sus palabras no sean escuchadas. Las palabras de los sabios escuchadas con sosiego son mejores que el grito del que manda entre los necios. La sabiduría es mejor que las armas de guerra; pues uno solo que erra al blanco destruye múltiples bienes.

10

Las moscas muertas hacen fluir con hediondez el fino perfume del perfumista: así es con la sabiduría y el honor cuando hay un poco de necedad. El corazón del sabio tiende hacia su derecha; y el corazón del necio, hacia su izquierda. También, de hecho, al necio, andando por el camino, le faltó coraje y declaró a todos que era un necio. Si el espíritu del que manda te sobrepuja, no abandones tu lugar, porque el refrigerio hará cesar grandes yerros...

Hay un mal que he contemplado bajo el sol, una suerte de error por desliz que procede de parte del gobernante: los necios son puestos en lugares extremadamente altos y los ricos se sientan en lo bajo. He visto a siervos de a caballo y a príncipes de a pie como los siervos del país.

El que cava un hoyo caerá en él, y al que rompe una cerca lo morderá una serpiente. El que corta piedras se lastimará con ellas; el que corta árboles se pondrá en peligro con ellos: si el hacha se desafila y él no ha afilado su filo, tendrá que ponerse más vigoroso con los golpes, aunque la sabiduría dará mayor eficacia. Si mordiere la serpiente antes de haber sido encantada, no hay ventaja alguna en un encantador.

Las razones de la boca del sabio son gracia, pero los labios del necio la despilfarran: el comienzo de las razones de su boca es necedad, y lo último que procede de su boca son nocivas altanerías. El necio exagera los asuntos: “¡La humanidad no sabe lo que sucederá! Y lo que vaya a suceder después de ella, ¿quién se lo relataría?” La ansiedad de los necios lo fatiga por no haber sabido ponerse en marcha hacia la ciudad.

¡Ay de ti, país, que tu rey es un adolescente y tus príncipes se dedican a engullir por la mañana! ¡Dichoso tú, país, que tu rey es un descendiente de nobles y tus príncipes comen a tiempo, para recobrar fuerzas y no para emborracharse!

Es por la apatía que se hunde el techo, y es por el bajar los brazos que la casa gotea. Es para el disfrute risueño que se hace el pan, y el vino alegra la vida; en cambio, el dinero los aflige a todos.

Ni aún en tu pensamiento denostes a un rey, ni en la habitación donde está tu cama denostes al rico, ya que un ave del cielo llevará la voz y los que tienen alas contarán el asunto.

11

Echa tu pan sobre la superficie de las aguas, porque luego de muchos días lo hallarás. Asigna una porción a siete e incluso a ocho, pues no sabes cuál será la calamidad en el país. Si las nubes están llenas, derramarán la lluvia en el país; y si el árbol cae en el sur o en el norte, en el lugar en que caiga el árbol, allí estará. El que espera al viento no siembra; el que mira a las nubes no cosecha. Tal como no percibes cuál es el camino del viento ni los huesos en el vientre de la embarazada, así tampoco percibes la obra de Dios cuando lo está haciendo todo. Siembra tu simiente por la mañana y no des descanso a tu mano por la tarde, ya que no sabes si aquella prosperará —aquella o esta— o si las dos son igualmente buenas.

Ciertamente, la luz es dulce, y el ver el sol es bueno a los ojos. Pero si la humanidad fuese a vivir muchos años, diviértase en todos ellos, aunque tenga presente los días de la oscuridad, ya que serán muchos: todo habrá sido vanidad.

Diviértete, joven, en tu infancia, y contenta tu corazón en los días de tu juventud, pero anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos sabiendo que Dios te traerá a juicio respecto de todas estas cosas. Quita, entonces, el enojo de tu corazón, y pasa por alto el mal que proviene de tu carne, porque la infancia y la búsqueda temprana son vanidad.

12

Y ten presente a tu Creador en los días de tu juventud, cuando aún no vengan los días de la calamidad ni hayan llegado los años en que digas “No tengo complacencia en ellos”: cuando aún no se oscurezca el sol ni la luz ni la luna ni las estrellas ni hayan vuelto las nubes en pos de la lluvia en el día en que se estremezcan los guardias de la casa y se hayan doblado las personas de recursos y hayan quedado inactivas las que muelen por haberse vuelto pocas y se hayan oscurecido las que contemplan en las ventanas y se hayan cerrado las puertas en el mercado en el decaer de la voz de la que muele (aunque se levantará con la voz del pajarillo) y estén humilladas todas las hijas de la canción (aunque también mirarán desde la altivez) y haya terrores en el camino y florezca el almendro y se vuelva pesada la langosta y no tenga efecto la alcaparra, ya que la humanidad se está marchando a su casa permanente y han andado en círculos por el mercado los que se lamentan golpeándose el pecho; cuando aún no esté distante la cuerda de la plata ni se aplaste el cuenco del oro ni se quiebre el cántaro junto a la fuente ni se haya roto la rueda yendo hacia el pozo y el polvo regrese a la tierra tal como fue y el espíritu regrese a Dios, que lo dio.

“¡Vanidad de vanidades! —dijo el Orador— ¡Todo es vanidad!” Y cuanto más sabio fue el Orador, más todavía enseñó conocimiento al pueblo y sopesó e investigó e dio a entender muchos acertijos. El Orador procuró hallar asuntos preciosos y escribir con sencillez asuntos verdaderos. Los asuntos de los sabios son como aguijones; y como estacas clavadas son los encargados de las congregaciones asignados por un único pastor.

Más allá de estas cosas, hijo mío, recibe la advertencia: el producir muchos libros no tiene fin y el mucho estudio es cansancio de la carne. El final del asunto de todo lo escuchado: teme a Dios y vigila sus encargos, ya que esto es el todo de la humanidad. Pues Dios trae todo hecho a juicio acerca de todo lo que está oculto, tanto si es bueno como si es malo.

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