La oración de David que configura al Salmo 17 es, en más de un sentido, una continuación del salmo que lo precede. En efecto, en este último, el espíritu de la profecía adelanta que el Cristo sería librado de la corrupción propia del Seol, mientras que en el que nos ocupa anticipa su transformación a la semejanza de Yahweh. En este último sentido, el salmo establece un contraste entre aquellos que se sienten a sus anchas con la vida perecedera de la era presente y el siervo del Señor, cuya mira está puesta en la vida de la era venidera.
Dentro de los salmos atribuidos a David, el Salmo 143 se ubica entre aquellos en los que el espíritu de la profecía extiende el sentido en el tiempo para dar voz a la súplica del siervo del Señor en el final de la era. En el caso presente, es desde dicho tiempo que se plantea una meditación en las obras efectuadas por Yahweh en los días de antaño o del oriente, ya que es así, en verdad, con este doble sentido, que se ha de entender la expresión «yamim miquedem» y otras similares que frecuentan los textos del Antiguo Testamento.
Tal como lo aclara su título, el Salmo 44 es un masquil, esto es, una composición para despertar un discernimiento o entendimiento profundo. Y resulta, en verdad, un hecho contundente el que este y otros salmos avanzan la revelación de las cosas de Dios por intermediación de su espíritu, inspirador, de hecho, de todas las Escrituras. En este y en otros salmos se trata, más concretamente, del discernimiento de las cosas primeras y de las últimas, así como del contexto espacio-temporal que enmarca a unas y a otras; todo ello, además, contemplado proféticamente desde el final de la era presente.