11. Las cosas primeras y últimas, 2

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No hay otro lugar en las Escrituras en que el procedimiento de la justicia de Dios pueda verse tan completamente como en la instrucción para el Día de la Expiación, en el libro del Levítico. ¿Pero por qué iría Dios a desplegarlo veladamente, recurriendo a los tipos y las sombras?


 

En la entrega anterior de esta serie comencé a abordar un asunto al que he llamado las «cosas primeras y últimas» y que es fundamental a la hora de entender las buenas nuevas en lo que respecta a la forma que Dios ha dispuesto desde un comienzo para la justificación de la humanidad y para la reconciliación de él con esta y de esta con él. Me refería allí a la correspondencia que se observa entre el bautismo de Jesús en el río Jordán y el comienzo del procedimiento de la instrucción de Yahweh a Moisés referida a la purificación del leproso, la cual se encuentra en Levítico 14:1-7.

Tal correspondencia es, de hecho, tan patente que sólo un completo ciego podría no percibirla. De hecho, me consta de muchos que la han visto durante los últimos años. Sin embargo, verla en forma aislada, sin poder integrarla armónicamente con el resto de las cosas que hacen a los testimonios de Dios acerca de su justicia, ¿a quién podría aprovecharle? Pero es también el caso de que quienes han visto esta y algunas otras correspondencias en las Escrituras, no han llegado hasta el fin de lo que las mismas dicen…

Tal como ya he dicho, también en la entrega anterior, son dos, en verdad, las correspondencias que se observan entre los hechos de la vida de Jesús previos a su regreso a Galilea para comenzar a anunciar las buenas nuevas y los procedimientos de la instrucción de Dios en el libro del Levítico. La primera de ellas es la que vengo de mencionar arriba y es, como ya lo dije, harto evidente. Y en lo que respecta a la segunda, esta resulta ser aun más evidente, ya que, en este último caso, se trata ni más ni menos que del procedimiento central de todo el sistema que regía la vida sacerdotal y popular en el antiguo Israel. Me estoy refiriendo, desde luego, al Gran Día de la Expiación, ocasión en la que el sumo sacerdote llevaba a cabo una serie de procedimientos para la expiación no sólo de los pecados del pueblo, sino también de sus iniquidades. Es, más concretamente, un muy específico detalle de tales procedimientos el que se corresponde con los hechos de Jesús que tuvieron lugar inmediatamente después de haber sido este bautizado por Juan en el Jordán.

Ahora bien, aunque en el marco de esta serie yo siempre he traducido personalmente los pasajes de las Escrituras que resultan centrales a mi anuncio de las buenas nuevas, en el caso presente me limitaré a hacer lo propio solamente con los pasajes más pertinentes. Y es que, sencillamente, el pasaje del libro del Levítico en el que se describe el procedimiento del Día de la Expiación es demasiado extenso como para incluir aquí una traducción completa del mismo y, a la vez, mantener cierta brevedad que, con toda intención, ha caracterizado a todas y cada una de las entregas de esta serie. [1] Por otra parte, una traducción del texto en cuestión como, por ejemplo, la de la Biblia de las Américas es, en este caso, más que aceptable...

En la entrega pasada citaba yo el relato del bautismo de Jesús según se lo encuentra en el evangelio de Mateo. Y hoy haré lo propio con el pasaje que en los evangelios sinópticos sigue de inmediato a dicho relato, aunque en esta ocasión citaré del evangelio de Lucas. El pasaje en cuestión dice así:

Entonces Jesús, lleno de espíritu santo, regresó del Jordán; y era conducido por el Espíritu al desierto cuarenta días, siendo [allí] puesto a prueba por el diablo... (Lucas 4:1,2)

¿Por qué el Espíritu conduciría a Jesús al desierto luego de su bautismo? El relato correspondiente en Marcos 1:12 dice, de hecho, que el Espíritu lo impulsó o empujó al desierto, como tratándose de algo que debía ser hecho sin falta. Por mi parte, confío en que bastará con que cite a continuación un breve pasaje del procedimiento del Día de la Expiación para que ustedes, mis lectores, puedan ver con toda claridad la correspondencia que presenta este singular momento en la vida de Jesús con un procedimiento que tenía lugar en aquel solemne día que se repetía, año tras año, en el día décimo del séptimo mes. Lo citaré primero y luego ampliaré algunas perspectivas del mismo. He aquí el pasaje en cuestión:

Al terminar [Aarón, el sumo sacerdote] de expiar el lugar santo, la tienda de reunión y el altar, presentará el macho cabrío vivo. Y posará Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo y confesará sobre ella todas las iniquidades de los hijos de Israel y todas las transgresiones por todos sus pecados, poniéndolas sobre la cabeza del macho cabrío; y enviará [a este] al desierto por medio de alguien oportuno. Y el macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a una tierra apartada: y aquel dejará libre al macho cabrío en el desierto. (Levítico 16:20-22)

¿Qué es lo que tenía lugar en aquel día tan solemne, en un principio en la tienda de reunión, en los días en que el templo aun no había sido construido, y más tarde en el mismo templo, una vez que hubo sido construido por Salomón en Jerusalén?

Si hubiese que ofrecer un rápido vislumbre del elemento esencial que hacía al procedimiento del Día de la expiación, bastaría con decir que el mismo consistía en la presentación de un becerro para la expiación del propio sumo sacerdote y de su casa y de dos machos cabríos, en este caso, para la expiación de todo el pueblo. Sobre estos dos machos cabríos se echaban suertes, una de las cuales era la de Yahweh y la otra era la de Azazel. [2] Veamos lo que dice el pasaje del Levítico en cuestión:

[Aarón] tomará los dos machos cabríos y los ubicará en presencia de Yahweh, en la puerta de la tienda de reunión. Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos: una suerte la de Yahweh y una suerte la de Azazel. Y presentará Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte de Yahweh y lo ofrecerá como ofrenda por el pecado. Pero al macho cabrío sobre el cual cayere la suerte de Azazel lo ubicará vivo en presencia de Yahweh a fin de expiar sobre él y enviarlo a Azazel, al desierto... (Levítico 16:7-10)

Luego de lo visto hasta aquí, espero que ustedes, mis lectores, habrán notado la supereminente correspondencia entre aquello que el Espíritu hiciera con Jesús inmediatamente después de su bautismo en el Jordán y esto otro que el procedimiento del Día de la Expiación prescribe respecto del segundo macho cabrío, aquel que, a diferencia del primero, no debía ser degollado y ofrecido como una ofrenda por el pecado como en el caso del primero y que, de hecho, debía quedar vivo. ¿No es evidente, en efecto, que el Espíritu hizo a Jesús poner en acto el rol del segundo macho cabrío, aquel que era conducido al desierto por alguien oportuno? ¿Y no es igualmente evidente que fue, en este último caso, el propio Espíritu el que hizo las veces de este “alguien oportuno”?

Tenemos entonces aquí, muy singularmente, una segunda correspondencia entre un determinado procedimiento de la instrucción de Dios para los sacerdotes en el libro del Levítico y un hecho en la vida de Jesús antes de comenzar en Galilea su anuncio de las buenas nuevas del reino de Dios. En verdad, es aun más singular lo que todo esto pone de manifiesto, ya que en ambos casos, en ambas correspondencias, el procedimiento de la justicia de Dios implica un par de animales: dos avecillas en el primer caso y dos machos cabríos en el segundo. Pero la singularidad no termina aquí, puesto que en ambos casos el primero de los animales en cuestión debía ser sacrificado con derramamiento de sangre, mientras que el segundo debía quedar vivo y ser soltado, ya en el campo, ya en el desierto.

Ahora bien, en el caso que vengo de presentar aquí, aquel que se desprende de la instrucción atinente al Día de la Expiación, ¿no vuelve acaso a cumplirse lo mismo que en el primero, vinculado este con la purificación del leproso? Y es que al ser bautizado en el Jordán, Jesús actuó la parte de la segunda avecilla y, al ser conducido por el Espíritu al desierto, hizo lo propio con la parte del segundo macho cabrío. Sin embargo, como ya he dicho en la entrega anterior, es absolutamente innegable que la crucifixión de Jesús y su derramamiento de sangre señala, no a la segunda avecilla y al segundo macho cabrío, sino, en ambos casos, a los primeros. Entonces, nuevamente, ¿qué significa que, en ocasión de su bautismo e inmediatamente luego de este, Jesús haya ocupado el lugar de la segunda avecilla y del segundo macho cabrío?

Es precisamente este mismo asunto el que se encuentra desplegado en todas las Escrituras en incontables testimonios de todo tipo. Y sin embargo, la corrupción que la iniquidad y las diversas tradiciones humanas introducidas en las iglesias desde tiempos inmemoriales —desde algún tiempo previo al surgimiento de la Iglesia de Roma— ha cegado los ojos de todos. Es esta misma ceguera la que ha marcado a fuego la historia del cristianismo y de la cristiandad, muy especialmente en lo que respecta al mundo occidental.

Uno de los tantos sutiles testimonios que el Espíritu ha inspirado a Mateo a fin de que quedase escrito para la posteridad y que ha sido sistemáticamente pasado por alto —tal como un ciego pasaría de lado junto a un tesoro sin siquiera percibirlo— se encuentra en el siguiente pasaje que les cito aquí:

Al oír Juan en la cárcel de los hechos del Cristo, le envió dos de sus discípulos, diciéndole: “¿Eres  tú el que viene o esperamos a otro?” Y respondiendo, Jesús les dijo: “Vayan e infórmenle a Juan las cosas que oyen y ven: los ciegos recobran la vista, los tullidos caminan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son levantados y a los afligidos se les anuncian las buenas nuevas. Y dichoso es cualquiera que no se llame a engaño conmigo… (Mateo 11:2-6)

“Los hechos del Cristo” quiere decir aquí, en este pasaje, los hechos que la Ley, los Profetas y los Salmos anunciaron de antemano que el Cristo llevaría a cabo. Juan, entonces, al oír de las cosas hechas por Jesús, envió dos de sus discípulos para preguntarle si él era realmente el Cristo que venía o si estaban esperando a otro. Y esto —nótese bien— cuando él ya había dicho a Jesús, al ir este a su encuentro en el Jordán para ser bautizado: “¿Tengo necesidad de ser bautizado por ti, y eres tú quien viene a mí?” (Mateo 3:14) Muchos son los que han asumido que a Juan le había flaqueado la fe debido a su encarcelamiento por Herodes. Yo mismo los he escuchado decir esto con mis propios oídos, una y otra vez, en las iglesias de los hombres. ¡Este solo dicho delata la ceguera que padecen los cristianos y la iniquidad que la causó y en la que están hundidos hasta hoy!

Lo que en realidad ha de haber sucedido entonces es que Juan —hijo de Zacarías, sacerdote de la orden de Abías para servir en el templo (Lucas 1:5)— reconoció sin problema el rol actuado por Jesús al momento de su bautismo; reconoció, en otras palabras, que Jesús había ocupado el lugar de la segunda avecilla en el procedimiento atinente a la purificación del leproso incluido en el libro del Levítico. Y esto, por ende, ha de haberle causado cierta perplejidad. ¿Por qué? La respuesta a esta pregunta se encuentra en lo que yo ya he resaltado más arriba. En efecto, si en el orden de las dos avecillas que participaban del ritual en cuestión Jesús jugó adrede y voluntariamente el rol de la segunda avecilla, ¿quién y cuándo, entonces, había cumplido en la realidad lo que el tipo y la sombra muestran con la primera avecilla, aquella que era sacrificada y en cuya sangre era bautizada siete veces la segunda?

Por su parte, Jesús, reconociendo perfectamente la naturaleza de la pregunta que Juan le formulara por medio de dos de sus discípulos, cerró su respuesta con una advertencia no tanto dirigida a Juan como a quienes vendrían en los años y en los siglos venideros, hasta nuestros propios días, los últimos de la presente era.

Dichoso es cualquiera que no se llame a engaño conmigo. (Mateo 11:6)

¿Por qué entiendo yo aquí el verbo σκανδαλίζω (skandalízoo) —al que todos traducen como «escandalizarse» o «hallar tropiezo»— como «llamarse a engaño»? Digamos, en principio, que porque así también lo han entendido los autores del Diccionario Manual Griego publicado por Vox. [3] Pero el motivo principal por el cual yo he entendido así el verbo griego en cuestión es que, a diferencia de tantos, yo no estoy ciego; y además, detesto la falsa modestia, en especial cuando hay cosas tan importantes en juego como lo es el dar a entender las auténticas buenas nuevas del reino de Dios…

Pero entonces, ¿qué es, en definitiva, llamarse a engaño? Que sea nuevamente un diccionario —en este caso, el Diccionario de la Lengua de la RAE— el que clarifique aquí las cosas. Dice este bajo el sublema «llamarse alguien a engaño»: Retraerse de lo pactado, por haber reconocido engaño en el contrato, o pretender que se deshaga algo, alegando haber sido engañado.

Vaya dicho esto muy especialmente por aquellos cristianos que, cuando las buenas nuevas del reino de Dios sean anunciadas con poder en los días por venir, irán a retraerse del pacto por creer haber sido engañados por el propio Señor Jesucristo. Y es que, en efecto, ¿respecto de quiénes deberían en toda justicia llamarse a engaño sino de sus líderes y maestros de siglos, esto es, de quienes sencillamente les enseñaron un evangelio diferente (Gálatas 1:6-9)? ¿Y por qué, también, en definitiva, Dios escogería en un principio desplegar los procedimientos de su justicia en tipos y en sombras antes de que se fuese a manifestar lo real? Entre otras cosas, por aquello mismo que se lee en el libro de los Salmos:

Con el bondadoso, tú eres bondadoso; con el varón íntegro, eres íntegro; con el limpio, eres limpio; pero con el perverso, eres retorcido. (Salmo 18:25.26)

Ya están todos, entonces, advertidos. Y en verdad, nuevamente advertidos…

 

Notas

[1] El procedimiento completo del Día de la Expiación se encuentra registrado en Levítico 16.

[2] Mucho es lo que se ha especulado a lo largo de los siglos y milenios acerca de este término, generalmente asumiendo que Azazel es un nombre propio que se aplica a algún demonio, cuando no al propio Satanás. Y ciertamente, el pasaje de la estada de Jesús en el desierto siendo tentado por el diablo durante cuarenta días parecería sustanciar dicha asunción. En mi caso me limitaré a señalar aquí que azazel bien podría estar dando cuenta del mismo macho cabrío vivo que debía ser conducido al desierto. En efecto, aunque con un leve giro hacia el arameo, עזאזל (azazel) bien podría traducirse como el «macho cabrío que se va» o «el macho cabrío que sale», es decir, que se va o que sale al desierto, tal como estaba prescripto en la instrucción del Día de la Expiación.

[3] La entrada en el Diccionario Manual Griego de Vox para el verbo σκανδαλίζω dice lo sigiuente: escandalizar, ofenderse; llamarse a engaño; desconfiar.

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