La carta de Pablo a los romanos constituye un auténtico tour de force de la exposición del plan de Dios para toda la humanidad. En ella no solamente se puede apreciar el entendimiento con que el espíritu de Dios dotó a Pablo a lo largo de los años, sino también su gran humildad y generosidad en su servicio a aquellos de las naciones que irían a creer en la buena nueva del Cristo. El resultado de todo ello viene a ser una suerte de guía imprescindible para quienes alguna vez han gustado del amor y de la gracia de Dios.
1
Pablo, siervo del Cristo Jesús, llamado para ser enviado, puesto aparte para la buena nueva de Dios que él ha prometido por medio de sus profetas en las escrituras sagradas respecto de su hijo ---el venido, según la carne, de la simiente de David; el demarcado Hijo de Dios con poder, según el espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos--- Jesucristo, el Señor nuestro, por medio de quien hemos recibido la gracia y el encargo de ser enviados por causa de su Nombre, por la obediencia de la fe, a todos los de las naciones, entre los cuales están también ustedes, llamados por Jesucristo. A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados a ser consagrados: gracia a ustedes y paz, de parte de Dios nuestro padre y Señor Jesucristo.
Primeramente, de hecho, agradezco a mi Dios en Jesucristo respecto de todos ustedes, porque la fe de ustedes es proclamada en el mundo entero, ya que el Dios a cuyo servicio estoy en mi espíritu, conforme a la buena nueva de su hijo, me es testigo de cuán incesantemente hago mención de ustedes en mis oraciones, preguntando en súplica si ya algún día podré tener un viaje feliz, por la voluntad de Dios, para ir hacia ustedes, ya que anhelo verlos a fin de entregarles algún don espiritual para que sean confirmados, esto es, para ser consolado juntamente con ustedes conforme a la fe que nos es común a ustedes y a mí. Aun así, no quiero que ignoren, hermanos, que frecuentemente me he propuesto ir hacia ustedes (y hasta ahora me ha sido impedido) a fin de tener algún fruto también entre ustedes, en forma acorde a como fuera entre el resto de las naciones: tanto a griegos como a no griegos, tanto a sabios como a necios, soy un deudor. Así que, en lo que a mi respecta, estoy listo para anunciar la buena nueva también a ustedes, los que están en Roma, pues no me avergüenzo de la buena nueva, ya que es poder de Dios para salvación de todo el que cree, del judío primeramente, así como también del griego, porque en ella es revelada la justificación de Dios por fe y para fe, según ha sido escrito: “Porque el justo por fe vivirá”…
Y es que la indignación de Dios es revelada desde el cielo a causa de toda la irreverencia y la injusticia de la gente que injustamente reprime la verdad, puesto que aquello de Dios que es fácil de conocer les es evidente, ya que Dios se los ha hecho evidente, puesto que las cosas de él que no se ven se hacen claramente perceptibles —tanto su poder duradero por todas las eras como su divinidad— como para estar ellos sin excusa, ya que habiendo conocido a Dios no lo honraron como a Dios ni le agradecieron, sino que se volvieron vacuos en sus reflexiones y su torpe mente fue cegada. Autoproclamándose sabios se volvieron estúpidos y permutaron la gloria del Dios incorruptible e imperecedero por una semejanza de la imagen del ser humano que se corrompe y muere, así como también de aves, de cuadrúpedos y de reptiles, por lo cual también Dios los entrega, en los apetitos de sus mentes, a la suciedad de ultrajar sus cuerpos por sí mismos, los cuales permutan la verdad de Dios por la falsedad y reverencian y rinden culto a la criatura antes que al Creador, el cual es bendito por las eras. ¡Amén!
Por ello, Dios los entrega a experiencias viles, ya que incluso sus féminas cambian la práctica natural por lo que es contra lo natural; y asimismo también los varones, desafectándose de la práctica natural con las féminas, arden en el hambre de unos por otros, varones con varones que incurren en lo vergonzoso y lo deforme y que reciben en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y puesto que no les parece bien tener un conocimiento preciso de Dios, Dios los entrega a una mentalidad falseada, a practicar lo que no conviene, habiéndose equipado de toda injusticia, inmoralidad sexual, perversidad, deseo de preponderancia, maldad, llenos de envidia, de asesinato, de porfía, de fraude, de mal carácter, habladores a las espaldas, aborrecedores de Dios, violentamente insolentes, ostentosos, vanidosos, inventores de sufrimiento, contumaces con sus progenitores, sin entendimiento, infieles a lo que acuerdan, faltos de ternura, implacables, inmisericordes, los cuales, conociendo bien la sentencia de Dios —que los que practican tales cosas son merecedores de muerte—, no solamente las practican sino que ven con buenos ojos a quienes también las practican.
2
Por lo cual estás sin excusas: ¡tú eres esa persona, todo aquel que juzga, ya que en lo que juzgas al otro te condenas a ti mismo, ya que tú, el que juzga, incurres en las mismas cosas! Sin embargo, reconocemos que el juicio de Dios es conforme a la verdad sobre todos los que incurren en tales cosas.
¿Y acaso tú —esa persona, la que juzga a quienes incurren en tales cosas mientras que ella misma incurre en ellas— piensas en tu fuero íntimo que tú escaparás al juicio de Dios? ¿O acaso desdeñas las riquezas de su bondad, de la tolerancia y la paciencia, ignorando que la bondad de Dios te está conduciendo hacia un arrepentimiento? Sin embargo, en la misma medida de tu obstinación y de tu corazón no arrepentido, por ti mismo estás acumulando ira para el día de ira y del justo juicio de Dios, el cual dará a cada cual en forma acorde a sus hechos: a los que perseveran en el bien obrar, la gloria, la honra y la inmortalidad de los que procuran la vida de la era que viene; pero a los que por obstinación no son fieles a la verdad, sino que prestan obediencia a la injusticia, indignación e ira; tribulación y angustia sobre toda persona que practica lo malo, primeramente el judío, y también el griego, pero gloria, honra y paz a todo el que practica lo bueno, al judío primeramente, y también al griego, ya que no hay acepción de personas ante Dios. Y es que todos cuantos han pecado sin la Ley, perecerán también sin la Ley, y todos cuantos han pecado estando bajo la Ley, serán juzgados mediante la Ley, ya que nos son los oidores de la Ley los que son justos ante Dios, sino que son los que practican la Ley los que serán justificados. Y es que cuando los de las naciones que no tienen la Ley practican por naturaleza lo que es de la Ley, los tales, pese a no tener la Ley, son la Ley por sí mismos, los cuales muestran el accionar de la Ley escrita en sus corazones, dando testimonio juntamente la conciencia de ellos y sus pensamientos del uno para con el otro, acusándolos o defendíéndolos en el día en que Dios juzgará las cosas ocultas de las personas, en conformidad con mi anuncio de la buena nueva por causa del Cristo Jesús.
Mírate: tú te llamas “judío” y te recuestas en la Ley y te jactas en Dios, y reconoces su voluntad y —estando instruido en la Ley— decides y distingues las cosas, te has confiado en ti mismo de que eres guía de ciegos, luz de los que están en la oscuridad, instructor de los imprudentes, maestro de niños, teniendo la forma del conocimiento y de la verdad en la Ley… Tú, que enseñas a otro, no te enseñas a ti mismo; tú que predicas acerca de no robar, robas; tú, que hablas de no cometer adulterio, cometes adulterio; tú, que abominas de la idolatría, profanas lo que es santo, tú, que te jactas en la Ley, mediante la transgresión de la Ley deshonras a Dios, ya que “El nombre de Dios es difamado entre las naciones a causa de ustedes”, tal como fue escrito. Ya que, en verdad, la circuncisión aprovecha si practicas la Ley; pero si eres transgresor de la Ley, tu circuncisión se convierte en incircuncisión. Por ende, si el incircunciso observase las justificaciones de la Ley, ¿acaso su incircuncisión no será tenida por circuncisión? Y el que es incircunciso y naturalmente cumple la Ley, ¿no te juzgará a ti, que con la letra escrita y la circuncisión transgredes la Ley? Puesto que no es judío quien lo es visiblemente, ni es circuncisión la que es visible en la carne, sino que es judío quien lo es en lo secreto, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en la letra, cuyo encomio no proviene de los hombres, sino de Dios.
3
¿Qué es, entonces, lo extraordinario del judío? ¿O en qué le aprovecha la circuncisión? En mucho, de todas formas; principalmente, porque les fueron confiados los oráculos de Dios.
¿Pero qué si algunos de ellos desobedecieron? ¿Acaso no dejará sin efecto su desobediencia la fidelidad de Dios? ¡De ninguna manera! ¡De hecho, sea Dios veraz y toda persona mentirosa! Tal como fue escrito: “Para que seas justo en tus dichos y salgas vencedor cuando eres juzgado”. Y si nuestra injusticia consolida la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Acaso será injusto el Dios que ejecuta la ira? (hablo como humano). ¡De ninguna manera! De otra forma, ¿cómo es que Dios irá a juzgar al mundo? Así pues, si la verdad de Dios sobreabunda aún en mi falsedad para su gloria, ¿por qué todavía estoy siendo juzgado como pecador? ¿Y por qué no decir (tal como somos difamados y tal como afirman algunos que decimos, cuyo juicio es merecido) “practiquemos las cosas malas para que vengan las buenas”? ¿Qué, entonces? ¿Acaso nosotros los aventajamos a ellos? De ninguna manera, pues ya hemos hecho cargo antes tanto a judíos como a griegos, que todos están bajo pecado. Tal como fue escrito: “No hay justo, no hay ni uno; no hay ninguno que entienda, no hay ninguno que busque a Dios. Todos lo evitaron, se hicieron inútiles al unísono; no hay ninguno que practique la bondad, no hay siquiera uno. Sus gargantas son un sepulcro abierto, con sus lenguas defraudan, bajo sus labios hay veneno de áspides; sus bocas están llenas de maldición y amargura, sus pies son ligeros para derramar sangre; en sus caminos hay quebranto y miseria y no conocen el camino de la paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos...”
Ahora bien, sabemos que cuanta cosa la Ley está diciendo, les está hablando a los que están bajo la Ley, a fin de que toda boca sea cerrada y todo el mundo quede sujeto al justo veredicto de Dios, ya que por las obras de la Ley ninguna carne será justificada delante de él, ya que lo que hay por medio de la Ley es un reconocimiento del pecado. Ahora, sin embargo, separadamente de la Ley, se puso en evidencia la justificación que proviene de Dios —la cual es atestiguada por la Ley y los Profetas—, a saber: la justificación de Dios por medio de Jesucristo para todos aquellos que creen (ya que no hay distinción, puesto que todos pecaron y están privados de la gloria de Dios), siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante el pago por la liberación que hay en el Cristo Jesús, al cual Dios ha presentado como propiciación por medio de la fe en su sangre para demostración de su justicia, a causa de haber pasado por alto los pecados pasados conforme a la paciencia de Dios, con miras a mostrar su justificación en este tiempo presente, a fin de ser él mismo el justo que justifica a los que son de la fe en Jesús.
¿Dónde, entonces, está la jactancia? Fue excluida. ¿Por medio de qué ley? ¿La de las obras? ¡No! ¡Sino por medio de la ley de la fe! Por lo tanto, concluimos que es por la fe que es justificada una persona, separadamente de las obras de la Ley. ¿Acaso es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No lo es también de las naciones? ¡Claro que sí! También lo es de las naciones, viendo que Dios es uno, el cual justificará por la fe a los circuncisos y por causa de la fe a los incircuncisos. ¿Estaremos, entonces, anulando la Ley por la fe? ¡De ninguna manera, sino que estamos confirmando la Ley!
4
¿Qué diremos, entonces, que encontró Abraham, nuestro primer padre, según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene motivo de jactancia, aunque no para con Dios. ¿Porque qué es lo que dice la Escritura? “Abraham creyó a Dios y le fue contado por justificación…”
Ahora bien, al que obra, la paga no le es contada como un favor, sino como una deuda. En cambio, al que no obra pero cree en el que justifica al irreverente, su fe le es contada por justificación. Tal como también dijo David respecto de la dicha de la persona a la que Dios imputa justificación separadamente de las obras: “Dichosos aquellos cuyas iniquidades han sido pasadas por alto, cuyos pecados han sido cubiertos; dichoso el varón al que el Señor no imputa pecado…”
¿Tal dicha, entonces, es sólo para los circuncisos, o también para los incircuncisos? Pues estamos diciendo que a Abraham la fe le fue contada por justificación. ¿Cómo, por ende, le fue contada? ¿Estando circunciso o incircunciso? ¡No circunciso, sino incircunciso! Ya que, precisamente, recibió la circuncisión como un símbolo, un sello de la justificación por la fe que tuvo mientras aún estaba incircunciso, para ser el padre de todos los que creen mientras están incircuncisos, para que la fe les fuese contada también a estos para justificación; y para ser padre de la circuncisión a los que no solamente están cincuncidados, sino que también obedecen a las pisadas de la fe de nuestro padre Abraham cuando aún era incircunciso. Y es que la promesa dada a Abraham o a su simiente de ser heredero del mundo no es por medio de la Ley, sino por medio de la justificación de la fe. Ya que si los herederos fuesen quienes lo son por la Ley, la fe habría sido anulada y la promesa habría quedado sin efecto alguno, porque la Ley produce indignación, pues donde no hay Ley, tampoco hay transgresión.
Debido a esto, es por la fe (a fin de que sea por gracia, para que la promesa quede garantizada para toda la descendencia), no solamente para lo que procede de la Ley, sino también para lo que procede de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros —tal como fue escrito: “Te he puesto por padre de muchas naciones”; ante lo cual él creyó a Dios, el que hace vivir a los muertos y llama a las cosas que no son como si fueran—, el cual contra toda esperanza creyó con esperanza en Aquel que lo haría llegar a ser padre de muchas naciones según lo que le fuera dicho: “Tal será tu descendencia”. Y no se debilitó en la fe, no se puso a meditar en su propio cuerpo —ya muerto, cercano ya a los cien años— ni en el estado de muerte en que estaba la matriz de Sara; de hecho, no vaciló por incredulidad en la promesa de Dios, sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios, y se convenció plenamente de que el que prometió era también poderoso para llevar a cabo, por lo cual también su fe le fue contada para justificación. Ahora bien, no es solamente respecto de él que se ha escrito que “le fue contada”, sino también respecto de nosotros, a los que creemos en Aquel que levantó de entre los muertos a Jesús el Señor nuestro, quien fuera entregado por causa de nuestras transgresiones y levantado para nuestra justificación.
5
Justificados, por lo tanto, desde la fe, tuvimos paz para con Dios por medio del Señor nuestro, Jesucristo, por medio del cual tuvimos también, en fe, el acceso a esta gracia en la que nos plantamos, ufanándonos también en la esperanza de la gloria de Dios. Aunque no sólo eso, sino que nos ufanamos también en las aflicciones, habiendo percibido que la aflicción produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y de hecho, la esperanza no avergüenza, ya que el amor de Dios fue derramado en nuestros corazones por medio del espíritu santo que nos está siendo dado…
Y es que, siendo nosotros aún débiles, según el tiempo señalado, un Cristo ha muerto por los irreverentes. Porque difícilmente moriría alguno por uno que practica la justicia, aunque por uno bueno acaso alguno podría incluso atreverse a morir. Sin embargo, Dios despliega su amor por nosotros en que, siendo aún pecadores, un Cristo ha muerto por nosotros. Por lo tanto, estando ya justificados en su sangre, mucho más aún seremos por medio de él librados de la ira; ya que si cuando aún éramos enemigos hemos sido reconciliados con Dios mediante la muerte de su hijo, mucho más aún, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Aunque no sólo eso, sino que nos ufanamos en Dios mediante el Señor nuestro, Jesucristo, a través de quien ahora hemos recibido la reconciliación.
Por ello, tal como mediante un ser humano ha ingresado el pecado en el mundo —y mediante el pecado, la muerte—, así la muerte ha penetrado en todos los seres humanos, por lo cual todos han pecado. Ya que antes de llegada la Ley había ya pecado en el mundo, salvo que el pecado no se imputa cuando no hay Ley. No obstante ello, desde Adán hasta Moisés, la muerte ha reinado también sobre aquellos que no transgredieron en la semejanza de la transgresión de Adán, el cual es un modelo del que está para venir, no solamente en cuanto a la transgresión, sino también en cuanto a la gracia. Ya que si con la transgresión de aquel único han muerto los muchos, mucho más aún la gracia de Dios y la gratuidad de la gracia en el único hombre Jesucristo abundó para con los muchos. Y no sucede con el don de la gracia como con aquel único pecador, ya que el juicio a causa de aquel único resultó en condenación, pero la gracia a causa de muchas transgresiones, en justificación. Ya que si por la transgresión de aquel único reinó la muerte, mucho más aún reinarán con vida los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justificación mediante este único, Jesucristo. Así pues, tal como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los seres humanos, así también por la justicia de uno viene a todos los seres humanos la justificación de vida. Ya que así como por la desobediencia de aquel único hombre fueron hechos pecadores los muchos, así también por la obediencia de un único los muchos son constituidos justos.
De hecho, la Ley vino para que abundase la transgresión; sin embargo, donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia, a fin de que tal como el pecado reinó con la muerte, así también la gracia reine para justificación en pos de la vida de la era que viene mediante Jesucristo, el Señor nuestro.
6
¿Qué diremos, por lo tanto? ¿Acaso persistiremos en el pecado a fin de que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Quienes hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos todavía en él? ¿O acaso ignoran que todos cuantos fuimos bautizados dentro del Cristo Jesús, fuimos bautizados en relación a su muerte? Por lo tanto, hemos sido juntamente sepultados con él mediante el bautismo, a fin de que tal como un Cristo se levantó de entre los muertos a causa de la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en novedad de vida. Puesto que si hemos llegado a ser plantados juntamente a la semejanza de su muerte, así también lo seremos a la de su resurrección, sabiendo esto: que nuestra vieja humanidad ha sido juntamente crucificada con él, a fin de que sea anulado el cuerpo del pecado, para que ya no continuemos más sirviendo al pecado, ya que el que ha muerto fue justificado respecto del pecado. Y si hemos muerto juntamente con un Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que un Cristo que resucitó de entre los muertos ya no muere más, la muerte ya no es dueña de él, ya que habiendo muerto, ha muerto respecto del pecado de una vez por todas, pero en cuanto que vive, está viviendo para Dios. Así también ustedes, ténganse de hecho por muertos para el pecado, pero viviendo para Dios en el Cristo Jesús, el Señor nuestro.
Por lo tanto, que el pecado no reine en el cuerpo mortal de ustedes para obedecerlo en sus deseos, ni estén poniendo a disposición sus miembros como instrumentos de injusticia para el pecado, sino pónganse a disposición para Dios como quienes viven de entre los muertos y dispongan para Dios sus miembros como instrumentos de justificación. Porque el pecado ya no se adueñará de ustedes, ya que no están bajo la Ley, sino bajo la gracia.
¿Qué, entonces? ¿Acaso pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera! ¿Acaso no saben que ante quien quiera que se presenten como siervos para obedecer, son siervos del tal, ya sea del pecado para muerte, ya de la obediencia para justificación? ¡Gracias a Dios, de hecho, porque ustedes eran siervos del pecado, pero obedecieron de corazón el tipo de enseñanza que les fue transmitida! Y así, liberados del pecado, vinieron a ser siervos de la justicia.
Les digo humanamente, debido a la debilidad de su carne, que así como han puesto a disposición sus miembros para servir a la impureza y a la iniquidad en pos de la iniquidad, así ahora dispongan sus miembros como siervos de la justicia para ser consagrados. Y es que cuando eran siervos del pecado eran libres respecto de la justicia; sin embargo, ¿qué fruto tenían entonces de las cosas de las que ahora se avergüenzan, siendo que el fin de las tales es la muerte? En cambio, ahora que fueron liberados del pecado y vueltos siervos de Dios, tienen fruto en pos de una consagración; y como fin, la vida de la era que viene. Ya que el salario que les paga el pecado es la muerte, pero el regalo de Dios es la vida de la era que viene en el Cristo Jesús, el Señor nuestro…
7
¿O acaso ignoran, hermanos (ya que hablo a los que conocen la Ley) que la Ley tiene dominio sobre la persona por el tiempo que sea que esta viva? Ya que la mujer, en el matrimonio, está ligada por la Ley al hombre que vive; pero si el marido ha muerto, ella queda exenta de la ley del marido. Por consiguiente, viviendo el marido, será llamada "adúltera" si llegase a ser de otro hombre; sin embargo, si el marido ha muerto, es libre de la Ley y no es una adúltera por llegar a ser de otro hombre.
De manera que, hermanos míos, también ustedes murieron a la Ley por medio del cuerpo del Cristo para llegar a ser de otro —del que fue levantado de entre los muertos—, a fin de que demos fruto para Dios. Porque cuando estábamos en la carne, las pasiones de los pecados que son por la Ley operaban en nuestros miembros en pos de dar fruto para muerte. Sin embargo, habiendo muerto a aquello en que le estábamos sujetos, ahora quedamos libres de la Ley para servir en la novedad del Espíritu y no en lo antiguo de la letra escrita.
¿Qué diremos, entonces? ¿Que la Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, no habría reconocido al pecado de no ser por la Ley, ya que tampoco habría reconocido la codicia si la Ley no dijese “No codiciarás”. Pero es entonces que el pecado, siendo incentivado por el mandato, produce en mí toda codicia, ya que separadamente de la Ley el pecado está muerto. Ahora bien, yo en un tiempo vivía separadamente de la Ley; pero es entonces que, habiendo venido el mandato, el pecado volvió a vivir y yo morí. Y vine yo a dar con que el mandato que era para vida, a mí me resultó para muerte, ya que el pecado, siendo incentivado por el mandato, me engañó por completo y por medio de él me mató. De manera que la Ley es ciertamente santa; y el mandato, santo, justo y bueno.
¿Pero es que entonces lo bueno llegó a ser muerte para mí? ¡De ninguna manera! Sin embargo el pecado, a fin de ponerse en evidencia como pecado, por medio de lo que es bueno produce muerte en mí a fin de volverse el colmo de lo pecaminoso. Porque percibimos que la Ley es espiritual; sin embargo, yo soy carnal, vendido al pecado. ¡Y es que no entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago! Por otro lado, si aquello que no quiero, eso hago, concuerdo con la Ley, que es buena. Ahora, por lo tanto, ya no soy yo el que hace eso, sino el pecado que habita en mí. Pues yo percibo que nada bueno tiene morada en mí —esto es, en mi carne—, ya que el querer el bien está a mi alcance, pero no el hacerlo, ¡pues no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago! Luego, si hago lo que no quiero, ya no soy yo el que lo hace, sino el que tiene morada en mí, el pecado. En consecuencia, doy con la ley de que, en mi querer hacer el bien, es el mal lo que está a mi alcance. Y es que yo me regocijo en la Ley de Dios en mi persona íntima; sin embargo, veo otra ley en mis miembros que se opone a la ley de mi intención y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡La gracia! ¡Doy, por lo tanto, gracias a Dios por medio de Jesucristo, el Señor nuestro! Así, por consiguiente, yo, con mi intención, ciertamente sirvo a la Ley de Dios, pero con la carne, a la ley del pecado…
8
Por lo tanto, nada es ahora condenación para los que están en el Cristo Jesús: no se conducen de acuerdo con la carne, sino de acuerdo con el Espíritu.
Pues la ley del espíritu de la vida en el Cristo Jesús me libró de la ley del pecado y de la muerte. Ya que lo que era imposible para la Ley —en lo cual era débil a causa de la carne—, Dios, quien envió a su propio hijo en semejanza de carne de pecado y a propósito del pecado, condenó al pecado en la carne a fin de que el justo requerimiento de la Ley se cumpliese en nosotros, los que no nos conducimos de acuerdo con la carne, sino de acuerdo con el Espíritu. Pues los que están de acuerdo con la carne están dispuestos para lo que es de la carne, pero los que están de acuerdo con el Espíritu, para lo que es del Espíritu. Y es que la forma de pensar de la carne es muerte, pero la forma de pensar del Espíritu es vida y paz, por cuanto que la forma de pensar de la carne es enemistad para con Dios, ya que no se subordina a la Ley de Dios, ni tampoco puede; y de hecho, los que viven en la carne no pueden agradar a Dios. Ustedes, sin embargo, no están en la carne sino en el Espíritu, si es que el espíritu de Dios mora en ustedes; pero si alguno no tiene el espíritu de un Cristo, el tal no es de él. Pero si un Cristo está en ustedes, el cuerpo ciertamente está muerto debido al pecado, pero el espíritu es vida debido a la justificación. Si, por ende, el espíritu de Aquel que levantó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el que levanta al Cristo de entre los muertos hará vivir también sus cuerpos mortales debido a que el Espíritu habita en ustedes…
Por lo tanto, hermanos, estamos en deuda, no con la carne, para vivir de acuerdo con la carne, ya que si viven de acuerdo con la carne van a morir; en cambio, si por el Espíritu ponen a morir las prácticas de la carne, vivirán. Ya que cuantos sean guiados por el espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. Porque ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para estar otra vez con miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción como hijos, por el cual gritamos “¡Abbá! ¡Padre!” El propio Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos niños de Dios. Y si niños, también herederos, herederos de Dios y coherederos con un Cristo, si es que de hecho sobrellevamos las cosas junto con él, a fin de ser con él juntamente glorificados.
Y es que estimo que los padecimientos del tiempo presente no están a la altura de la gloria venidera que en nosotros se hará manifiesta, ya que la ferviente expectación de la creación aguarda con ansiedad la manifestación de los hijos de Dios. Pues la criatura fue sometida a lo pasajero, no por su propia voluntad, sino por aquel que la ha sujetado a la esperanza. Porque la propia creación será liberada de la esclavitud de lo que se corrompe en pos de la libertad de los hijos de Dios. Pues hemos visto que toda la creación gime al unísono y está en labor de parto hasta el presente; y por cierto que no solamente ella, sino incluso nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, también nosotros gemimos dentro de nosotros mismos, aguardando con ansiedad la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo.
Porque es en esperanza que somos salvos; sin embargo, la esperanza que se ve no es esperanza, porque lo que alguno ya está viendo, ¿por qué iría a esperarlo? Pero ciertamente, aquello que no vemos, lo aguardamos con perseverancia. De hecho, de igual manera el Espíritu nos ayuda conjuntamente en nuestra debilidad, pues por qué cosa orar según es necesario no lo hemos sabido; sin embargo, el propio Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Ciertamente, el que escudriña los corazones ha conocido la intención del Espíritu, que intercede por los consagrados en conformidad con Dios. Y sabemos que para los que aman a Dios, este hace que todas las cosas les confluyan para bien, a los que son llamados según su propósito. Ya que a los que conoció de antemano, también los predestinó para ser conformados a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y entonces, a los que predestinó, a estos también los llama; y a los que llama, también los justifica; y a los que justifica, también los glorifica…
¿Qué diremos, entonces, respecto de estas cosas? Si Dios está a favor de nosotros, ¿quién está contra nosotros? De hecho, el que no escatima a su propio Hijo, sino que lo entrega en favor de todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también por gracia, juntamente con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién es el que condena? ¿Cristo Jesús, el que ha muerto; o mejor aún, el que resucitó, el que también está a la derecha de Dios, el que también intercede en favor de nosotros? ¿Quién nos separará del amor del Cristo? ¿Tribulación o angustia o persecución o hambre o desnudez o peligro o espada? Tal como fue escrito: “Por causa de ti somos muertos todo el día, somos tenidos por ovejas de matadero”. ¡No, sino que en todas estas cosas somos más que vencedores por medio del que nos amó! Ya que estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni los poderes, ni las cosas presentes ni las cosas que están por venir, ni lo alto, ni lo profundo ni ninguna otra cosa de la creación podrá separarnos del amor de Dios que es en el Cristo Jesús, el Señor nuestro.
9
Verdad digo acorde a un Cristo, no miento (mi conciencia me da testimonio conforme a un espíritu santo): tengo una gran tristeza y un continuo dolor en mi corazón. Y es que desearía yo mismo ser maldecido y separado del Cristo debido a mis hermanos, mis parientes según la carne, los cuales son israelitas, de los cuales son la adopción y la gloria y el pacto y la recepción de la Ley y el culto y las promesas, de los cuales son los patriarcas y de entre los cuales es el Cristo según la carne, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por las eras. ¡Amén!
Claro que no es que la palabra de Dios ha quedado sin efecto, ya que no todos los que provienen de Israel son Israel, ni por ser simiente de Abraham son todos hijos, sino que “en Isaac te será llamada descendencia”. Esto es: no son los hijos de la carne los hijos de Dios, sino que son los hijos de la promesa los contados como descendencia, ya que la palabra de la promesa es esta: “Según este tiempo vendré y Sara tendrá un hijo”. Y no sólo esto, sino que cuando también Rebeca concibió de uno, de Isaac, nuestro padre (y es que aun no habían nacido, ni habían practicado nada bueno o malo, de manera de que el propósito de Dios permaneciese como una elección, no desde las obras, sino desde el que llama), le fue dicho: “El mayor servirá al menor”; según fue escrito: “A Jacob amé y a Esaú aborrecí”.
¿Qué diremos, entonces? ¿Que hay injusticia con Dios? ¡De ninguna manera! Ya que a Moisés dice: “Tendré misericordia de quien tenga misericordia y tendré compasión de quien tenga compasión”. Así, pues, no depende del que quiere ni del que corre, sino del Dios misericordioso. Porque la Escritura dice a Faraón: “Para esto mismo te levanté: para demostrar mi poder respecto de ti y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra”. Por lo tanto, tiene misericordia del que quiere y endurece al que quiere. Tú me dirás, por ende: ¿por qué, entonces, todavía inculpa? ¿Porque quién se opuso alguna vez a su intención?”
¡Oh, vamos hombre! ¿Quién eres tú que discutes con Dios? ¿Dirá lo formado al que lo formó “por qué me hiciste así”? ¿Acaso no tiene derecho el alfarero sobre la arcilla, para hacer de una misma masa un recipiente para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, de hecho, si queriendo Dios desplegar la ira y dar a conocer su poder, sobrelleva con mucha paciencia a los recipientes de ira preparados para ruina, a fin de dar a conocer también las riquezas de su gloria en los recipientes de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también llamó, esto es, a nosotros, no solamente de entre los judíos, sino también de entre las naciones? Tal como también dice en Oseas: “Llamaré al que no es pueblo, ‘mi pueblo’; y a la que no fue amada, ‘amada’. Y sucederá que en el lugar en que se les dijo ‘Ustedes no son pueblo mío’, allí se les dirá ‘hijos del Dios vivo’…” De hecho, Isaías grita, respecto de Israel: “¡Aun si el número de los hijos de Israel fuese como la arena del mar, será salvo el remanente, pues el Señor da el pago y toma el camino más corto en lo que hace a la justificación, ya que hará una consumación en la tierra!” Y como antes dijera Isaías: “Si el Señor de los ejércitos no nos hubiese dejado una simiente, habríamos llegado a ser como Sodoma y seríamos semejantes a Gomorra”.
¿Qué diremos, entonces? Que las naciones, que no van en pos de la justificación han alcanzado la justificación, es decir, la justificación que proviene de la fe; en cambio Israel, que va en pos de una ley de justificación, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque no era por la fe, sino como por obras de una ley, ya que tropezaron en la piedra del tropiezo. Tal como fue escrito: “Vean: pongo en Sión una piedra de tropiezo y una roca de escándalo, y el que cree en él no será avergonzado”…
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Hermanos, verdaderamente, el deseo de mi corazón y mi súplica a Dios respecto de Israel es para salvación. Porque yo les doy testimonio a ellos de que tienen celo de Dios, sólo que no según un conocimiento preciso. Y es que desconociendo la justificación que proviene de Dios y buscando establecerse su propia justificación, no se han subordinado a la justificación que es de Dios, ya que el pleno cumplimiento de la Ley es un Cristo para la justificación de todo el que cree.
Ya que Moisés escribe, de la justificación que es por la Ley: “La persona que practique estas cosas, vivirá por ellas”. Sin embargo, la justificación que viene por la fe dice: “No digas en tu corazón ‘¿Quién ascenderá al cielo? (esto es, para hacer descender a un Cristo) ¿O quién descenderá al abismo?’ (esto es, para levantar a un Cristo de entre los muertos) ¿Qué dice, en cambio?: “Cerca de ti está el precepto, en tu boca y en tu corazón…”
Este es el precepto de fe que predicamos: que si confesares con tu boca al Señor Jesús y creyeres con tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvado. Ya que es con el corazón que se cree para justificación, pero con la boca que se confiesa para salvación. Porque la Escritura dice “Todo el que cree en él no será avergonzado”. Y es que no hay diferencia entre el judío y el griego, ya que él mismo es Señor de todos y rico para con todos los que lo llaman. Ya que “Quien sea que invoque el nombre del Señor será salvado”. ¿Cómo, entonces, llamarán a aquel en el que no creyeron? Y asimismo, ¿cómo creerán en aquel de quien no oyeron? Y también, ¿cómo oirán sin el que anuncia? Sin embargo, ¿cómo anunciarán sin ser enviados? Tal como fue escrito: “¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian buenas nuevas de paz, los que anuncian buenas nuevas de cosas buenas!”
Ahora bien, no todos obedecieron al anuncio de buenas nuevas, ya que Isaías dice: “Señor, ¿quién creyó a nuestro anunció?” De manera que la fe proviene del anuncio; y el anuncio es en virtud del asunto de un Cristo. Pero yo digo: ¿es que acaso no oyeron? ¡Claro que oyeron! “Por toda la tierra ha salido el rumor de ellos y hasta los confines del mundo sus dichos…” Pero digo: ¿acaso no se ha enterado de esto Israel? Primeramente, Moisés dice: “¡Yo los induciré a celos con un no-pueblo, con un pueblo sin entendimiento los haré enfurecerse!” Asimismo Isaías se atreve a decir: “Fui hallado por los que no me buscan, me hice visible a aquellos que no preguntaban por mí…” Sin embargo, dice a Israel: “¡El día entero extendí mis manos a un pueblo desobediente y contradictor!”
11
Digo yo: entonces, ¿no habrá desechado Dios a su pueblo? ¡De ninguna manera! Puesto que también yo, israelita, provengo de la simiente de Abraham, de la tribu de Benjamín. Dios no ha desechado a su pueblo, al cual conoció de antemano. ¿O acaso no saben lo que dice de Elías la Escritura, de cómo va al encuentro de Dios en lo tocante a Israel? Él dice: “¡Señor! ¡Han dado muerte a tus profetas y han derribado tus altares! ¡Sólo yo he quedado y están buscando mi vida!” Ahora bien, ¿qué le dice Dios en su respuesta? “Me he reservado para mí siete mil varones que no han inclinado la rodilla a Baal” Así también, por lo tanto, en el tiempo presente ha llegado a haber un remanente conforme a la elección por gracia. Y si es por gracia, ya no es más por obras (de lo contrario, la gracia ya no sería gracia); pero si fuese por obras, ya no es por gracia (de lo contrario, la obra ya no sería obra).
¿Entonces qué? Aquello que buscaba Israel no lo ha obtenido. Sin embargo, los que son de la elección lo han alcanzado; y los restantes fueron endurecidos. Tal como fue escrito: “Dios les dio un espíritu de modorra, ojos para no ver y oídos para no oír hasta este día”. Y David dice: “¡Que la mesa de ellos sea vuelta en trampa y en red, en tropiezo y en retribución! ¡Que sus ojos sean oscurecidos para no ver! ¡Encorva sus espaldas de continuo!”
Digo, por lo tanto: ¿acaso han tropezado para caer? ¡De ninguna manera! Sin embargo, con la transgresión de ellos viene la salvación a las naciones para inducirlos a celos. Ahora bien, si la transgresión de ellos es la riqueza del mundo y su falta es la riqueza de las naciones, ¿cuánto más no lo será su llenura? Porque es a ustedes que hablo, a los de las naciones. En la medida en que soy un enviado a las naciones, yo tengo en mucho mi servicio, por si de alguna manera pudiese inducir a celos a los de mi carne y salvar a algunos de entre ellos, ya que si la expulsión de ellos es la reconciliación del mundo, ¿qué será su aceptación, sino vida de entre los muertos?
Si la primicia es santa, también lo es el resto de la arcilla; y si la raíz es santa, también lo son las ramas. Ahora bien, si algunas de las ramas fueron quebradas y tú, proveniente de un olivo silvestre, fuiste injertado en lugar de ellas y has llegado a ser partícipe de la raíz y de la nutritiva savia del olivo, no trates con desprecio o altanería a las ramas. Y si lo haces, entérate de que no eres tú el que sustenta a la raíz, sino la raíz a ti. Tú dirás, tal vez: las ramas fueron quebradas a fin de que yo fuera injertado. ¡Bien! ¡Por su incredulidad fueron quebradas, pero tú te mantienes en pie por la fe! ¡No te ensoberbezcas, sino más bien teme! Ya que si con las ramas naturales Dios no tuvo miramientos, tampoco los tendrá contigo.
¡Percibe, entonces, la bondad y la severidad de Dios! Sobre los que han caído, de hecho, severidad; pero sobre ti, bondad (si es que permaneces en la bondad; de otra forma, también tú serás cortado). ¡Sin embargo, incluso ellos, si no permanecieren en la incredulidad, serán injertados, ya que Dios es poderoso para injertarlos otra vez! Y es que si tú fuiste cortado del que era por naturaleza un olivo silvestre y fuiste injertado contra naturaleza en el buen olivo, ¿cuántos más estos serán injertados en el que por naturaleza es su propio olivo?
Porque no quiero que sean ignorantes de este misterio, hermanos, a fin de que sean prudentes entre ustedes mismos: que ha sobrevenido un endurecimiento a una parte de Israel hasta que haya entrado la plenitud de las naciones. Y de esta manera todo Israel será salvado, tal como dice la Escritura: “Vendrá desde Sión el libertador y alejará de Jacob la irreverencia. Y este es mi pacto con ellos cuando quite sus pecados”...
De manera que, en lo que hace a las buenas nuevas, ellos son enemigos a causa de ustedes; sin embargo, en lo que hace a la elección, son amados a causa de los patriarcas, ya que los dones y la elección de Dios son sin vuelta atrás. Pues tal como también ustedes eran en aquel entonces desobedientes a Dios pero ahora obtuvieron misericordia con la desobediencia de ellos, así también estos fueron ahora desobedientes a la misericordia dada a ustedes a fin de que también ellos obtengan misericordia. Y es que Dios ha encerrado juntamente a todos a fin de tener misericordia de todos…
¡Oh, la profundidad de la riqueza y la sabiduría y el conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus formas de conducirse! Porque ¿quién ha reconocido la mente del Señor? ¿O quién llegó a ser su consejero? ¿O quién le dio a él primero para que le fuera devuelto? ¡Porque de él y por él y para él son todas las cosas! ¡A él sea la gloria por las eras! ¡Amén!
12
Les suplico, por lo tanto, hermanos, por las piedades de Dios: presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, que es el culto de ustedes a Dios con sus mentes. Y no se amolden a esta era, sino transfórmense en la renovación de su forma de pensar para comprobar cuál sea la buena voluntad de Dios, aceptable y completa.
Ciertamente, por medio de la gracia que me fue dada, les estoy diciendo (a todo el que está entre ustedes): no sean arrogantes más allá de su disposición, sino sean sencillos, tal como Dios repartió a cada cual una medida de fe. Ya que tal como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en un Cristo, y todos miembros los unos de los otros. Ahora bien, teniendo dones diferentes según la gracia que nos es concedida, usémoslos: si el de profecía, de acuerdo a la proporción de la fe; si el de servir, en el servicio; el que enseña, en la enseñanza; el que alienta, en el aliento; el que comparte, con generosidad; el que preside, con diligencia; el que muestra misericordia, con alegría.
Que el amor sea sin hipocresía ni fingimiento. Aborrezcan lo malo; sigan lo bueno: el amor de hermanos de los unos por los otros, cariñosos; en cuanto a honor, poniendo por delante los unos a los otros; en cuanto a diligencia, no perezosos, con espíritu ferviente, sirviendo al Señor, regocijándose en la esperanza, siendo pacientes en la tribulación, constantes en la oración, compartiendo para las necesidades de los consagrados, para la hospitalidad con los extranjeros.
Bendigan a los que los rechazan; bendigan y no maldigan, de manera de alegrarse con los que se alegran y lamentar con los que lamentan, pensando los unos en los otros, no pensando en las cosas encumbradas, sino condescendiendo con los humildes. No se tengan por más inteligentes de lo que son. No devuelvan a nadie mal por mal; predispónganse para lo bueno delante de todas las personas. En lo que les sea posible, estén en paz con todas las personas.
No se venguen ustedes mismos, amados, sino dejen lugar a la ira del Señor, ya que fue escrito: “¡Mía es la venganza, yo retribuiré!, dice el Señor…” Por lo tanto, "Si tu enemigo tiene hambre, dale un bocado; si tiene sed, dale de beber; ya que haciendo esto amontonarás brasas de fuego sobre su cabeza". ¡No seas vencido por lo malo, sino vence a lo malo con lo bueno!
13
Que toda alma se sujete a las autoridades superiores, ya que no hay autoridad que no provenga de Dios; de hecho, las que hay fueron asignadas por Dios. De manera que el que se opone a la autoridad, está objetando a lo dispuesto por Dios; y es el caso que quienes objetan acarrearán juicio para sí mismos. Porque los magistrados no representan causa de temor para el buen obrar, sino para el mal obrar. Claro que tú no quieres tener miedo de la autoridad: haz lo bueno y tendrás encomio de parte de ella, ya que es servidora de Dios en tu favor para lo bueno. Ahora bien, si haces lo malo, ten miedo, ya que no es en vano que porta la espada, pues es una servidora de Dios, una vengadora para castigar al que practica lo malo. Por lo cual es necesario estar sujeto, no sólo para evitar el castigo, sino a causa de la conciencia. Pues por esta causa pagan ustedes tributo: porque ellos son ministros de Dios que se encargan de estas cosas de continuo. Por lo tanto, paguen a todos lo que se les deba: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honor, honor.
No deban nada a nadie salvo el estarse amando unos a otros; porque el que ama al otro ya cumplió la Ley. Ya que “no cometerás adulterio, no asesinarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás” y cualquier otro mandato están resumidos en este dicho: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El amor no hace mal al prójimo; por ende, el pleno cumplimiento de la Ley es el amor. Y esto, siendo conscientes del tiempo, que ya es hora de despertarnos del sueño, ya que ahora está más cerca de nosotros la salvación que cuando creímos. La noche está avanzando y el día se acercó. Deshagámonos, por lo tanto, de las cosas de la oscuridad y vistamos las armas de la luz. Conduzcámonos honestamente, como siendo ya de día: no en ruidosos banquetes y borracheras, no en promiscuidad y desenfreno, no con porfía y envidia, sino revístanse del Señor Jesucristo y no tengan premeditación para llevar a cabo los deseos de la carne.
14
Reciban al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones.
Uno, de hecho, cree que se puede comer de todo; otro, que es débil, come legumbres. Que el que come no menosprecie al que no come y que el que no come no juzgue al que come, puesto que Dios lo ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado de otro? ¡Es para su propio señor que está en pie o que cae! De hecho, estará en pie, ya que el Señor es poderoso para hacerlo estar en pie. Uno juzga entre día y día; otro, juzga que todos los días son iguales: pero que cada uno esté plenamente convencido en su propio pensamiento. El que distingue el día, lo distingue en el Señor; y el que no distingue el día, es en el Señor que no lo distingue. El que come, en el Señor come, pues da gracias a Dios; y el que no come, es en el Señor que no come, y también da gracias a Dios. Ya que ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Porque si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que vivamos o que muramos, somos del Señor. Pues para esto es que un Cristo muere, se levanta y revive, a fin de ser Señor de vivos y muertos. Tú, en cambio, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú, también, ¿por qué desprecias a tu hermano? Y es que todos compareceremos ante el estrado de Dios, ya que fue escrito: “¡Como que vivo yo —dice el Señor— que a mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios!” Así pues, cada uno de nosotros dará cuenta a Dios acerca de sí mismo. Por lo tanto, ya no nos juzguemos más unos a otros, sino decidan más bien esto: no poner al hermano un tropiezo o un lazo.
Yo percibo (y estoy convencido en el Señor Jesús) que nada es impuro por sí mismo; pero para el que piensa que es impuro, para él lo es. Ahora bien, si por causa de la comida tu hermano se entristece, ya no te estás conduciendo conforme al amor. ¡Que no se pierda, por tu comida, aquel por quien ha muerto un Cristo! No hagas, pues, que tu bien sea calumniado, ya que el reino de Dios no es comida y bebida, sino justificación, paz y gozo en espíritu santo. Porque el que en esto sirve al Cristo, es agradable a Dios y aprobado por la gente. Por consiguiente, sigamos aquello que proviene de la paz y que es para la edificación de unos por otros. No derrumbes la obra de Dios por la comida…
A la verdad, todas las cosas son puras; pero es malo en una persona el comer con tropiezo. Es bueno no comer carne ni beber vino ni hacer nada con lo que tu hermano tropiece o se ofenda o se debilite. La fe que tienes, tenla para ti mismo delante de Dios. Dichoso el que no se juzga a sí mismo en aquello que aprueba. En cambio, el que duda si comer o no ya se condenó, ya que eso no procede de la fe. En efecto, todo lo que no procede de la fe es pecado.
15
Por lo demás, nosotros, los que estamos fuertes, debemos sobrellevar las debilidades de los que no tienen fuerza y no complacernos a nosotros mismos. Que cada cual agrade a su prójimo en pos de lo bueno para edificación. Porque tampoco el Cristo se complace a sí mismo, sino que, tal como fue escrito: “Los reproches de los que te reprochaban cayeron sobre mí”. Y es que todas las cosas que han sido escritas por anticipado, han sido escritas por anticipado para nuestra enseñanza, a fin de que por la perseverancia y por el consuelo de las Escrituras tengamos la esperanza.
Por lo tanto, que el Dios de la perseverancia y el consuelo dé a ustedes la misma disposición de los unos por los otros de acuerdo con el Cristo Jesús, a fin de que con un mismo fervor, con una misma boca, den gloria al Dios y Padre del Señor nuestro, Jesucristo. Por lo tanto, dispónganse por anticipado a recibirse en su corazón los unos a los otros, tal como también el Cristo se dispuso por anticipado a recibirnos en su corazón para gloria de Dios.
Digo, entonces, que el Cristo Jesús se hizo un servidor de los de la circuncisión a cuenta de la veracidad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los patriarcas. Sin embargo, las naciones habrían de dar gloria a Dios por su misericordia, tal como fue escrito: “Por ello, te confesaré entre las naciones y cantaré a tu Nombre”. Y otra vez dice: “¡Alégrense, naciones, con su pueblo!” Y otra vez: “¡Alaben al Señor todas las naciones y ensálcenlo todos los pueblos!” Y otra vez, Isaías dice: “Se pondrá en pie la raíz de Isaí y el que se levanta para ser príncipe de las naciones; las naciones esperarán en él”…
Por lo tanto, que el Dios de la esperanza los esté llenando de todo gozo y paz en el creer para que abunden ustedes en la esperanza con la fuerza de un espíritu santo. Aunque yo ya me convencí, hermanos míos, acerca de ustedes, de que también ustedes están llenos de bondad, de que fueron llenos de todo conocimiento y de que son capaces de dar advertencia los unos a los otros. Con todo, yo les escribí con osadía, en parte para hacerles recordar las cosas otra vez, mediante la gracia que me fue concedida por Dios para ser un ministrador del Cristo Jesús entre las naciones, cumpliendo una función de sacerdote de la buena nueva de Dios a fin de que las naciones lleguen a ser una ofrenda agradable, consagrada en un espíritu santo.
Tengo, por ende, de qué ufanarme en el Cristo Jesús en lo que a Dios respecta, ya que no osaría hablar nada de lo que un Cristo no haya llevado a cabo por medio de mí —en palabra y en obra, con poder de señales y prodigios, con poder del espíritu de Dios— para la obediencia de las naciones, de manera que, desde Jerusalén y por sus alrededores hasta Ilírico, cumplí la buena nueva del Cristo. Y aún así, aspiro a anunciar la buena nueva, no donde un Cristo ya ha sido mencionado, a fin de no edificar sobre el fundamento de algún otro, sino, tal como fue escrito: “Los que no habían sido informados acerca de él, verán; y los que no habían oído, entenderán”. Es por ello que muchas veces me vi impedido de ir a ustedes. Ahora, en cambio, no teniendo ya más lugar en estas regiones y anhelando ir a ustedes desde hace muchos años, en cuanto pueda ir a España iré donde ustedes, ya que espero estar de pasada en mi itinerario para verlos y para ser encaminado hacia allí por ustedes, aunque no sin haber tenido mi parte de satisfacción junto a ustedes.
Ahora, en cambio, voy a Jerusalén para proveer a los consagrados, ya que complació a los de Macedonia y de Acaya el hacer una contribución para los pobres que hay entre los consagrados que están en Jerusalén, porque esto les pareció bien (y en efecto, son deudores, ya que si los de las naciones han participado de sus bienes espirituales, tienen también estos la obligación de servirlos respecto de las necesidades propias del estar en la carne). Por lo tanto, cuando haya realizado esto y haya entregado a ellos este fruto, pasaré entre ustedes en camino a España. Sé, por otra parte, que al ir hacia ustedes llegaré con la llenura de la bendición del Cristo. Lo que sí les ruego, hermanos, por el Señor nuestro, Jesucristo, y por el amor del Espíritu, es que se unan a mí en las oraciones a Dios por mí, a fin de ser librado de los rebeldes que hay en Judea y para que mi provisión a Jerusalén sea recibida por los consagrados, de manera de que por la voluntad de Dios llegue yo a ustedes con alegría y tenga un descanso junto a ustedes. Por lo demás, que el Dios de la paz esté con todos ustedes. ¡Amén!
16
Por lo demás, les encomiendo a nuestra hermana Febe, que es una servidora de la congregación en Quencrea, a fin de que la reciban en el Señor (tal como es digno de los consagrados) y que la ayuden en cualquier cosa que necesite de ustedes, pues también ella ha llegado a ser una ayudadora de muchos, incluso de mí mismo. Salúdenme a Priscila y a Aquila, mis compañeros de tareas en el Cristo Jesús (los cuales por mi alma expusieron sus propios cuellos al peligro, a quienes no sólo yo agradezco, sino también todas las congregaciones de las naciones), así como también a los de la congregación que se reúne en casa de ellos. Salúdenme a mi amado Epéneto, que es el primer fruto de Acaya para un Cristo. Salúdenme a María, la cual ha trabajado arduamente para nosotros. Salúdenme a Andrónico y a Junias, mis parientes y compañeros de prisión, los cuales son insignes entre los enviados, los cuales también llegaron a estar antes que yo en un Cristo. Salúdenme a Amplías, el amado mío en el Señor. Salúdenme a Urbano, nuestro colaborador en un Cristo, y a mi amado Estaquís. Salúdenme a Apeles, aprobado en un Cristo. Salúdenme a los de la familia de Aristóbulo. Salúdenme a Herodión, mi pariente. Salúdenme a los de Narciso que están en el Señor. Salúdenme a Trifena y a Trifosa, esforzadas en el Señor. Salúdenme a la amada Pérsida, la cual trabajó arduamente en el Señor. Salúdenme a Rufo, el escogido en el Señor, y a la madre suya y mía. Salúdenme a Asíncrito, a Flegonte, a Hermas, a Patrobas, a Hermes y a los hermanos que están junto a ellos. Salúdenme a Filólogo, a Julia, a Nereo y a su hermana, a Olímpas y a todos los consagrados que están junto a ellos. Salúdense unos a otros con un beso santo. Los saludan todas las congregaciones del Cristo.
Por otro lado, hermanos, les ruego que se fijen en los que causan las disensiones y los tropiezos en contra de la enseñanza que ustedes han aprendido y que se aparten de ellos. Y es que los tales no están sirviendo al Señor nuestro, a Jesucristo, sino a sus propios vientres, y mediante un lenguaje de apariencia honrada y de bendición seducen a los corazones de los que no tienen malicia. Pues por cuanto que la obediencia de ustedes ha llegado a hacerse notoria a todos, me alegro por ustedes; quiero, sin embargo, que sean sabios para el bien a la vez que sin artimañas para el mal. Con todo, el Dios de la paz molerá con prontitud a Satanás debajo de los pies de ustedes. Que la gracia del Señor nuestro, Jesucristo, esté con ustedes.
Los saluda Timoteo, mi colaborador, así como también Lucio, Jasón y Sosípater, mis parientes. (Los saludo en el Señor yo, Tercio, el que está escribiendo esta carta). Los saluda Gaio, quien me hospeda a mí y a la congregación entera. Los saluda Erasto, el administrador de la ciudad, y el hermano Cuarto. Que la gracia del Señor nuestro, Jesucristo, esté con todos ustedes ¡Amén!
Y en cuanto a Aquel que tiene el poder de confirmarlos de acuerdo con mi buena nueva y mi anuncio de Jesucristo —conforme a la revelación del misterio que se mantuvo callado por los tiempos de una era, pero que ahora, según el mandato del Dios de las eras, se hizo evidente por medio de los escritos proféticos, siendo dado a conocer en pos de la obediencia de la fe para todas las naciones—, al único y sabio Dios, por medio de Jesucristo, sea la gloria por las eras de las eras. ¡Amén!