La carta de Pablo a los romanos constituye un auténtico tour de force de la exposición del plan de Dios para toda la humanidad. En ella no solamente se puede apreciar el entendimiento con que el espíritu de Dios dotó a Pablo a lo largo de los años, sino también su gran humildad y generosidad en su servicio a aquellos de las naciones que irían a creer en la buena nueva del Cristo. El resultado de todo ello viene a ser una suerte de guía imprescindible para quienes alguna vez han gustado del amor y de la gracia de Dios.
Un abundantísimo cúmulo de testimonios en todas las Escrituras señala a los días por venir como el tiempo en que las buenas nuevas del reino de Dios serían nuevamente anunciadas para testimonio a todas las naciones. Pero aquellos que ignorasen quién es en verdad Jesucristo, ¿podrán acaso beneficiarse de ello?
El Salmo 139 ha sido muy a menudo presentado como una afirmación de que la providencia de Dios comienza cuando el ser humano aún se encuentra en un estado embrionario, en plena formación dentro del vientre materno. Y aunque sin duda que tal cosa se halla implícita en los dichos que lo componen, lo cierto es que el tema principal del salmo en cuestión confronta al lector con una instancia —tan íntima y profunda como misteriosa— de los pensamientos que el siervo de Yahweh alberga dentro de sí respecto de los singularísimos términos de su vida y de su destino.