Compuesta en algunos de sus tramos por extensísimos períodos que dificultan por momentos su lectura y la comprensión de su asunto principal, la carta de Pablo a los efesios constituye uno de los textos más reveladores del misterio del Cristo, al que Dios hubo ocultado por eras y por generaciones y de cuya administración se encargara el propio apóstol como parte de su anuncio de las buenas nuevas de Jesucristo a las naciones. El corazón de dicho misterio no es sólo el propio Cristo sino también, en no menor medida, el amor inalterable de este por su cuerpo, la Iglesia.
1
Pablo, enviado del Cristo Jesús por voluntad de Dios, a todos los consagrados que están en Éfeso y que son fieles en el Cristo Jesús: gracia a ustedes y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.
Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro, Jesucristo, el cual nos bendice con toda bendición espiritual en el ámbito del cielo con un Cristo, según nos escogiera en él antes de la fundación del mundo para ser consagrados y sin mancha delante de él en amor, designándonos para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, conforme a la resolución de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos colma de gracia en el amado, con el que tenemos la redención por medio de su sangre, un perdón de los pecados conforme a la riqueza de su gracia, la cual hace abundar para con nosotros con toda sabiduría y sensatez, dándonos a conocer el misterio de su voluntad conforme a su resolución que se había propuesto en sí mismo en pos de la administración del cumplimiento de los tiempos para encabezar con el Cristo todas las cosas, tanto las que están en el cielo como las que están en la tierra; con él, con quien también nos es dada una parcela de herencia, habiendo sido designados de antemano conforme a la intención del que obra todas las cosas de acuerdo al plan de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria los que esperamos por adelantado en el Cristo, en quien también ustedes —habiendo escuchado el asunto de la verdad, la buena nueva de la salvación de ustedes, y habiendo creído en él— fueron sellados con el espíritu santo de la promesa, que es un adelanto de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida para alabanza de su gloria.
Por esto, yo también, habiendo oído de la fe de ustedes en el Señor Jesús y del amor que muestran para con todos los consagrados, no ceso de dar gracias por ustedes en mis oraciones, a fin de que el Dios del Señor nuestro, Jesucristo, el Padre de la gloria, dé a ustedes un espíritu de sabiduría, de revelación y de conocimiento preciso de él, habiendo alumbrado los ojos del corazón de ustedes para que perciban cuál es la esperanza de su llamado y cuáles las riquezas de la gloria de la herencia de él entre los consagrados, así como también cuál es la superioridad de la grandeza de su eficacia para con nosotros los que creemos, según la operación de su contundente poder, la cual opera en el Cristo levantándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el ámbito del cielo, por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío y de todo nombre que es nombrado, no solamente en esta era, sino también en la que viene, sometiendo todas las cosas bajo sus pies y dándolo por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de aquel que lo llena todo en todo.
2
Y a ustedes, estando muertos en sus transgresiones y en sus pecados —en los cuales se condujeron alguna vez conforme a la era de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, del espíritu que ahora está operando sobre los hijos de la desobediencia, entre los cuales también todos nosotros nos hemos conducido alguna vez en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira al igual que los demás—, a ustedes, sin embargo, el Dios que es rico en misericordia, a causa del gran amor con que nos ama, y aun cuando estábamos muertos en nuestras transgresiones y pecados, nos hace vivir juntamente con el Cristo (es por gracia que son salvos) y nos levanta juntamente con él, asimismo haciéndonos sentar en el ámbito del cielo en el Cristo Jesús, a fin de mostrar durante las eras que vienen las abundantes riquezas de su gracia para con nosotros en el Cristo Jesús, ya que es por gracia que son salvos por medio de la fe (y esto no proviene de nosotros, sino que es un don de Dios; no por obras, a fin de que nadie se jacte). Pues nosotros somos su hechura, creados en el Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que nos conduzcamos en ellas.
Por esto, recuerden que alguna vez ustedes —los que son de las naciones en lo que respecta a la carne, los llamados “incircuncisión” por la así llamada “circuncisión” hecha con mano en la carne—, recuerden que en aquel tiempo estaban sin un Cristo, apartados como extranjeros de la ciudadanía de Israel y ajenos de los pactos de la promesa, no teniendo esperanza y sin Dios en el mundo. Sin embargo ahora, en el Cristo Jesús, ustedes, que alguna vez estuvieron lejos, se han vuelto cercanos a cuenta de la sangre del Cristo. Y es que este es nuestra paz, el que hace de ambos pueblos uno y el que derriba el muro de la separación, aboliendo en su carne la enemistad, la Ley de los mandamientos en forma de decretos, a fin de estar creando a los dos en sí mismo en una sola nueva humanidad, haciendo la paz y reconciliando a ambos con Dios en un solo cuerpo por medio de la cruz, haciendo morir en ella las enemistades; asimismo, viniendo y anunciando las buenas nuevas de paz a ustedes, los de lejos y los de cerca, a saber: que, por medio de él, ambos tenemos el acceso al Padre con un mismo espíritu. Así que, por consiguiente, ya no son más extranjeros y vecinos, sino conciudadanos de los consagrados y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los enviados y de los profetas, siendo su piedra angular el Cristo Jesús, en quien todo el edificio, bien unido, va creciendo en pos de ser un santuario consagrado en el Señor, en quien también ustedes son juntamente edificados para ser habitación de Dios en espíritu.
3
Por esta causa yo, Pablo, el prisionero del Cristo Jesús por ustedes, los de las naciones, si es que acaso escucharon de la administración de la gracia de Dios dada a mí para con ustedes, que según una revelación me fue dado a conocer el misterio, tal como les escribía antes brevemente, leyendo lo cual pueden figurarse cuál es mi entendimiento en el misterio del Cristo, el cual en otras generaciones no se dio a conocer a los seres humanos tal como ahora es revelado a sus santos enviados y profetas con el Espíritu, a saber: que los de las naciones son coherederos y miembros del mismo cuerpo y copartícipes de su promesa en el Cristo Jesús por medio del anuncio de la buena nueva, de la cual he llegado a ser un servidor según el don de la gracia de Dios que me es dada conforme a la operación de su poder. A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los consagrados, me fue concedida esta gracia: el anunciar la buena nueva entre las naciones, la inescrutable riqueza del Cristo, e iluminar a todos respecto de cuál sea la administración del misterio que estuvo escondido de la vista de las eras en Dios, quien crea todas las cosas, a fin de que ahora sea dada a conocer a los principados y a las potestades en el ámbito del cielo, por medio de la iglesia, la multiforme sabiduría de Dios, conforme al propósito de las eras que él llevó a cabo en el Cristo Jesús, el Señor nuestro, en el cual tenemos la libertad y el acceso con confianza por medio de la fe en él. Por esto es que les pido que no pierdan el ánimo por las tribulaciones mías a propósito de ustedes, las cuales vienen a ser gloria de ustedes.
Por causa de esto, doblo mis rodillas ante el Padre del que toma nombre todo linaje en el cielo y sobre la tierra, a fin de que, según las riquezas de su gloria, les conceda a ustedes la capacidad de ser afirmados en lo íntimo de sus personas por medio de su espíritu, para que habite el Cristo en sus corazones por medio de la fe, estando arraigados y cimentados en el amor, a fin de que sean capaces de concebir y retener junto con todos los consagrados cuál es la anchura, el largo, la profundidad y la altura, de conocer el amor del Cristo —el cual sobrepasa a todo entendimiento—, a fin de que estén equipados para toda la plenitud de Dios. Por lo tanto, al que tiene poder para producir todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o imaginamos según la posibilidad que está operando en nosotros, a él sea la gloria en la iglesia y en el Cristo Jesús por todas las generaciones de la era de las eras. ¡Amén!
4
Por lo tanto, les suplico —yo, el prisionero a cuenta del Señor— que se conduzcan en una forma digna del llamamiento con el que fueron llamados, con toda humildad y mansedumbre, sosteniéndose con paciencia unos a otros con amor, solícitos en preservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz: un cuerpo y un Espíritu, tal como también fueron llamados en una misma esperanza de su llamamiento; un Señor; una fe; un bautismo; un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos y por todos y en todos, aun cuando a cada uno de nosotros nos es dada la gracia conforme a la medida del don del Cristo, por lo cual dice: “Ascendiendo a lo alto, lleva cautiva a la cautividad y da dones a la humanidad…”
Ahora bien, esto de que asciende, ¿qué es, sino que primero también desciende a las partes más bajas de la tierra? El que desciende es también el mismo que asciende por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo es el que constituye, a algunos, enviados; aunque a los otros, profetas; y a los otros, anunciadores de la buena nueva; y aun a otros, pastores y maestros, con vistas a la educación de los consagrados para la tarea del servicio en pos de la edificación del cuerpo del Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento preciso del Hijo de Dios, a un varón completo, a la medida de la altura de la plenitud del Cristo, a fin de que ya no seamos niñitos que flotan a merced de las olas y que son llevados por todas partes por todo viento de enseñanza, —por el juego de azar de las personas, por la astucia que hace del error una encerrona—, sino que, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, un Cristo, desde el cual todo el cuerpo (bien concertado y unido por toda articulación que lo sostiene, a la medida de cada una de las partes) produce el crecimiento del propio cuerpo para edificarse a sí mismo en el amor.
Por ello, esto digo y atestiguo en el Señor: ya no se conduzcan más como el resto de los de las naciones, que andan en la ilusión de su pensamiento, con la mente oscurecida, alienados de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos a causa de la dureza de sus corazones, los cuales, habiendo dejado de sentir y de dolerse, se entregaron a sí mismos al desenfreno para llevar a cabo con avidez toda suerte de impureza. Pero ustedes no han aprendido así al Cristo, si es que lo escucharon y fueron enseñados por él (porque la realidad está en Jesús) de desprenderse ustedes de su conducta anterior, de la vieja persona corrompida conforme a los deseos que provienen del engaño, de renovarse en el espíritu de su forma de pensar y revestirse de la nueva persona, creada de acuerdo a Dios, en la justicia y en la benignidad de la verdad.
Por lo tanto, desechando la mentira, que cada cual hable la verdad con su prójimo, porque somos miembros los unos de los otros. Enójense, pero no pequen: que el sol no se ponga sobre su enojo, ni den tampoco lugar al diablo. Que el ladrón ya no hurte más; antes bien, que trabaje, llevando a cabo con las manos lo que es bueno a fin de tener para proveer al que tiene necesidad. Que ninguna palabra contaminada salga de sus bocas, sino lo que es bueno para la edificación necesaria, a fin de brindar gracia a los que oyen. Y no entristezcan al espíritu santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención: que toda amargura, ira e irritación, gritería e insultos se vayan de ustedes junto con toda malicia. Antes bien, sean benignos los unos con los otros, entrañablemente misericordiosos, perdonándose unos a otros tal como también Dios los perdona a ustedes en un Cristo.
5
Lleguen a ser, por lo tanto, imitadores de Dios como hijos amados y condúzcanse con amor, tal como también el Cristo los ama y se da a sí mismo por nosotros, una ofrenda y un sacrificio a Dios con aroma fragante.
Por tanto, que la inmoralidad sexual —así como también toda impureza y ambición de preponderancia— no sea siquiera nombrada entre ustedes, tal como es conveniente a los consagrados; tampoco obscenidades, ni palabras necias ni chistes groseros (todo lo cual no adelanta), sino, antes bien, acción de gracias, ya que, de esto, ustedes están al tanto: que ningún inmoral sexual o impuro o ambicioso (lo cual es idolatría) tiene herencia en el reino del Cristo y Dios. Que nadie los seduzca con palabras vacías, ya que es por tales cosas que está viniendo la ira de Dios sobre los hijos de la desobediencia; no lleguen, por lo tanto, a tener parte junto a ellos.
Puesto que alguna vez fueron ustedes oscuridad, pero ahora son luz en el Señor, condúzcanse como hijos de luz, ya que el fruto del Espíritu se da en toda bondad, justicia y sinceridad, sopesando lo que es agradable al Señor. Y no tengan comunión con las prácticas estériles de la oscuridad; más aún: incluso refútenlas, ya que es una vergüenza incluso hablar de las cosas que suceden, que ellos hacen en lo oculto. En cambio, todas las cosas son puestas en evidencia por la luz, ya que la luz es la que lo hace todo evidente. Es por ello que dice: “¡Despiértate, dormilón: levántate de entre los muertos y el Cristo resplandecerá sobre ti!” Por consiguiente, fíjense con exactitud de qué manera se conducen: no como faltos de sabiduría, sino como sabios; redimiendo el momento presente, ya que los días son malos. Por esto mismo, no se vuelvan insensibles, sino entendidos de cuál es la voluntad del Señor. Y no estén embriagados con vino, en lo cual hay desenfreno, sino estén más bien llenos con el Espíritu, hablando para sus adentros con salmos e himnos y cantos espirituales, cantando y alabando al Señor en sus corazones, agradeciendo siempre por todo en el nombre del Señor nuestro, Jesucristo, al Dios y Padre.
Sométanse los unos a los otros en el temor del Señor. Que las mujeres estén sujetas a sus propios maridos como al Señor, ya que el marido es cabeza de la mujer tal como el Cristo es cabeza de la iglesia (y él mismo es el salvador del cuerpo). Por lo tanto, tal como la iglesia está sujeta al Cristo, así también lo estén las mujeres a sus maridos en todo. Maridos: amen a sus mujeres, tal como el Cristo ama a la iglesia y se entrega a sí mismo por ella a fin de consagrarla para sí, lavándola en el baño del agua por medio de un precepto para presentársela a sí mismo: la iglesia gloriosa, que no tiene mancha ni arruga ni alguna cosa por el estilo, sino que es consagrada y sin defecto. Así deben los maridos amar a sus mujeres, como a sus propios cuerpos: el que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Ya que nunca nadie aborrece su propia carne, sino que la alimenta y la cuida dándole calor, tal como también el Cristo a la iglesia, puesto que somos miembros de su cuerpo. "Es por ello que dejará el hombre a su padre y a su madre, se apegará a su mujer y los dos serán una sola carne..." ¡Grande es este misterio! Pero yo me estoy refiriendo a un Cristo y a la iglesia... En todo caso, también ustedes, ame cada cual a su mujer como a sí mismo; y la mujer, también, respete a su marido.
6
Hijos: obedezcan a sus padres a cuenta del Señor, ya que esto es de justicia: “Honra a tu padre y a tu madre” (el cual es el primer mandato con promesa: “a fin de que te vaya bien y seas de larga vida en la tierra”). Y ustedes, los padres, no exasperen a sus hijos, sino críenlos en la disciplina y en la exhortación del Señor. Siervos: obedezcan a los que son sus señores en la carne con temor y temblor, con sencillez de corazón de su parte, como al Cristo, no sirviendo al ojo como los que quieren quedar bien con la gente, sino como siervos del Cristo, haciendo la voluntad de Dios de corazón, sirviendo de buena voluntad al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada cual hiciere, ese mismo es el que recibirá con el Señor, ya se trate de un siervo o de uno que es libre. Y ustedes, los señores, hagan lo mismo con ellos, renunciando a las amenazas, sabiendo también que el Señor de ustedes y de ellos está en el cielo y que con él no hay acepción de personas.
Por lo demás, hermanos míos, fortalézcanse en el Señor y en el poder de su contundencia. Pónganse la armadura de Dios para poder ustedes estar firmes contra las encerronas del diablo, porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dueños del mundo de la oscuridad de esta era, contra las fuerzas espirituales de la maldad en el ámbito del cielo. Por consiguiente, tomen consigo la armadura de Dios a fin de que puedan resistir de pie en el día malo y, habiéndolo hecho todo, estar firmes. Por lo tanto, estén firmes ciñéndose la cintura con la verdad, teniendo puesta la pechera de la justificación y calzándose los pies con la disposición de la buena nueva de la paz; sobre todo, tomen consigo el escudo de la fe, con el cual podrán apagar todos los dardos ardientes del maligno. Reciban también el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
Estén orando con toda oración y súplica en espíritu (en todo tiempo y también cuando están desvelados por él), con toda insistencia y súplica respecto de todos los consagrados; también por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea concedida una expresión de franqueza y mucha libertad para dar a conocer el misterio de la buena nueva —por el cual soy un embajador encadenado—, a fin de que hable de él con toda confianza, tal como debo hablarlo.
Por otra parte, a fin de que también ustedes estén al tanto de mis asuntos y de aquello que estoy haciendo, todo se los estará comunicando Tíquico, el hermano amado y servidor fiel del Señor, al cual envié a ustedes para esto mismo, a fin de que estén enterados de las cosas nuestras y para que consuele sus corazones.
Paz a los hermanos; y amor con fe, de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo. La gracia sea con todos los que aman al Señor nuestro, Jesucristo, con integridad. Amén.