La psicopandemia que los poderes mundiales trajeron sobre todas las naciones hace dos años despertó como nunca la necesidad de muchos de volver al Dios vivo, creador, sustentador y garante de todas las cosas. ¿Pero será acaso posible tal cosa para una generación tan alejada de Dios como la nuestra?
Al igual que otros salmos cuyas declaraciones el autor de la carta «A los hebreos» hila a lo largo de su exposición del asunto principal de su discurso, el salmo 8 constituye un testimonio acerca de aquel a quien el Señor designara el «Hijo del Hombre», al cual —habiendo sido puesto en un comienzo en el mismo estado de fragilidad que el resto de sus congéneres— él mismo pondría por perenne gobernante de toda la tierra en la era venidera. Es, de hecho, este inconmensurable amor de Dios por toda la humanidad el que inspira las exaltadas expresiones del salmista.
El Salmo 102 es un perfecto ejemplo de la ceguera que durante siglos ha embargado a judíos y a cristianos por igual. Su tema es el de un hombre mortalmente afligido que derrama ante Yahweh toda la angustia de quien ve su vida desgastarse día a día sin haber visto cumplida su liberación. Sin embargo, hacia el final, cuando ya todo parece haber sido dicho, la sorpresiva respuesta que al enunciante da el propio Yahweh constituye la revelación más maravillosa imaginable, respuesta que ha quedado registrada en la carta «A los hebreos» como un testimonio acerca del Hijo de Dios.
Con una gran economía de palabras —con las que, sin embargo, logra componer una bellísima y elocuentísima alabanza—, el autor del salmo 104 traza una grandiosa semblanza de Yahweh como creador y como sustentador de toda vida. En vano se buscará en ella la obsesión actual por cuestiones como el cambio climático en los términos en que las ha planteado, por ejemplo, el Papa Francisco en su encíclica «Laudato Si’», la cual, de hecho, supone una inaudita negación de la soberanía y del plan de Dios que sólo podría sumir a sus lectores en la más oscura desesperanza.
El Salmo 139 ha sido muy a menudo presentado como una afirmación de que la providencia de Dios comienza cuando el ser humano aún se encuentra en un estado embrionario, en plena formación dentro del vientre materno. Y aunque sin duda que tal cosa se halla implícita en los dichos que lo componen, lo cierto es que el tema principal del salmo en cuestión confronta al lector con una instancia —tan íntima y profunda como misteriosa— de los pensamientos que el siervo de Yahweh alberga dentro de sí respecto de los singularísimos términos de su vida y de su destino.