12. Dios hará algo nuevo

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El tópico de las «cosas primeras y últimas» no sólo contiene el procedimiento de Dios para la justificación de toda humanidad, sino también la clave para transitar dichosamente estos últimos días. ¿Pero cómo irían a reconocer todas estas cosas quienes permanecen atados al pasado por las enseñanzas erróneas de siglos?


 

En la entrega anterior de esta serie y en la entrega previa a ella abordé el tópico de las «cosas primeras y últimas», un asunto al que nadie que yo conozca ha prestado alguna vez la atención debida ni, en todo caso, lo ha hecho ateniéndose con el cuidado debido a los testimonios de Dios tal como han quedado registrados en todas las Escrituras. Tal negligencia —que en sí misma constituye un gran misterio, el misterio de la iniquidad, tal como lo llama Pablo en su segunda carta a los tesalonicenses (2 Tesalonicenses 2:7)— es la que sin duda decidirá las cosas, en los días por venir, respecto de quién es qué ante Dios, su Hijo y el reino que ambos traerán sobre la tierra, luego de seis mil años de debilidad y confusión humanas…

Quien haya leído las dos entregas previas de esta serie debería, a estas alturas, cuando menos entender que las cosas que hacen a la vida de Jesús —que tuvieron lugar en Judea, en Samaria, en Galilea y en los contornos de aquellas regiones, que incluyen su anuncio de las buenas nuevas, su enseñanza, sus señales ante el pueblo, su muerte en la cruz y su resurrección al tercer día—, debería cuando menos entender, digo, que todo aquello no ha hecho más que dar un cumplimiento a las cosas primeras de la justicia de Dios para la justificación de toda humanidad. Y entonces, quien entendiese esto, debería, también, cuando menos preguntarse qué ha sido de las cosas últimas de dicha justicia de Dios.

Desde luego, quien se preguntase sobre este asunto, ¿acaso lo haría con una única y simple pregunta? ¿No vendrían a su mente, por el contrario, toda una serie de interrogantes, encadenados los unos a los otros? Por ejemplo: estas cosas últimas, ¿han tenido ya lugar? Y si ya han sucedido, ¿cuándo ha sido esto? Y si no han sucedido, ¿cuándo sucederán? Y luego, claro está, también toda la serie de preguntas cruciales sobre no importa qué asunto, aquellas que caben en una sola palabra: ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?

Todo esto es, desde luego, harto comprensible. Más aun: es incluso esperable. Y si tales preguntas fuesen formuladas con humildad y rectitud de corazón, tal cosa sería, en sí misma, un indicio de que el interesado por hallar la respuesta a las mismas se encuentra bien rumbeado hacia el reino de Dios. Sin embargo, es aquí donde deberé recordarles a ustedes, mis lectores, que cabe también la posibilidad de que esas mismas preguntas surjan de aquellos mismos a quienes las puertas del reino de Dios se les cerrarán en las narices. Y esto, exactamente por lo mismo por lo que, en sus días, el Señor Jesús dijo a aquellos que le pedían una señal inequívoca como condición sine qua non para seguir escuchándolo con atención:

Esta generación es mala, trata de obtener una señal. Pero no le será dada una señal, excepto la señal del profeta Jonás. (Lucas 11:29)

Veamos un poco más de cerca estas palabras de Jesús. El término que aquí he traducido como “mala” es, en el texto original, πονηρά, el cual podría también traducirse —según el Diccionario Manual Griego de Vox— con alguno de los siguientes términos: difícil, fatigosa, pesada; defectuosa, enfermiza; contraria; mala, perversa, maligna; cobarde, baja, vil. Es, entonces, a una tal generación a la que el Señor se negó a darle alguna señal que fuesen a percibir más claramente que lo que podría ser percibido un hombre que se encuentra en el fondo del mar y que, para peor, está dentro del vientre de una ballena. ¿Se entiende, entonces, qué cosa es la que aguarda a aquellos que hoy tienen un mismo tipo de curiosidad por las cosas de Dios que aquella generación, sin que su corazón sea, tampoco, muy diferente que el de aquellos que la integraban?

Pero el caso es que desde estas líneas yo hablo para todos por igual: para los que leerán esta serie hasta el final y para los que dejarán de leerla; para los que creerán en la verdad, en el asunto fiel y verdadero de Dios, y para los que no creerán en este; para los que tendrán una entrada dichosa en el reino de Dios y para los que, por el contrario, tendrán su residencia en la oscuridad de fuera de sus contornos, donde estarán el llanto y el crujir de dientes. Y todo lo hago, además, teniendo siempre presente que los primeros serán últimos, que los últimos serán primeros y que, en definitiva, muchos son los llamados y pocos son los escogidos… (Mateo 20:16)

Lo cierto es que las respuestas a todas las preguntas formuladas más arriba tienen su lugar en las Escrituras mismas, muy especialmente en los libros de los profetas. Estos, desde luego, contrariamente a cómo son leídos por todos dentro de las diversas sectas judaicas y cristianas, han escrito mirando hacia estos mismos días que estamos transitando, sólo que lo han hecho valiéndose de símiles (Oseas 12:10). Acaso alguno que esté leyendo estas líneas mirará con incredulidad a estas palabras mías. Pero al mirar así mis palabras deberá también hacer lo propio con estas otras del apóstol Pedro en su primera carta:

Acerca de esta salvación han inquirido e investigado ansiosamente los profetas que profetizaron sobre esta gracia destinada a ustedes, indagando a quién en qué clase de tiempo señalaba en ellos el espíritu del Cristo, el cual de antemano testimoniaba acerca de las vicisitudes del Cristo y de la gloria que les seguiría. A ellos les fue revelado que no era para sí mismos, sino para nosotros que administraban las cosas que ahora les son declaradas a ustedes por los que anuncian las buenas nuevas mediante el espíritu santo enviado desde el cielo, cosas para mirar en las cuales los ángeles se inclinan. (1 Pedro 1:10-12)

Lo dicho aquí por Pedro acerca de los profetas —de todos los profetas, lo cual incluye todos los libros del Antiguo Testamento, que eran la única referencia con la que contaban los apóstoles y los fieles en el primer siglo de nuestra era— es especialmente notorio en el libro de Isaías. Es en este donde muchas de las preguntas que he formulado más arriba tienen su respuesta cabal. Pero tampoco es en vano lo que se lee en el mismo libro de Isaías de boca de quienes en nuestros días, los últimos de la era, irían a ver aquello que nunca les habían contando e irían a entender aquello que nunca habían oído (Isaías 52:15):

¿Quién ha creído lo que escuchamos? ¿Y sobre quién se ha revelado el brazo de Yahweh? (Isaías 53:1)

El contexto de semejantes preguntas es, desde luego, todo el libro de Isaías y todo el resto de los libros de las Escrituras. Sin embargo, su contexto más próximo es, desde luego, el mismo libro de Isaías, desde su capítulo cuarenta hasta el final. Es allí donde aliento a todos ustedes, mis lectores conocidos y desconocidos, a buscar las respuestas a las preguntas acerca de nuestros días, lo cual equivale a decir acerca de las cosas últimas, siendo las cosas primeras aquellas que cumplió en sus días Jesucristo, es decir, el Dios verdadero (1 Juan 5:20) que se hizo un ser humano precisamente para cumplirlas. Tal como leemos en el propio libro de Isaías:

Las cosas primeras véanlo ya han venido a ser. Yo les declaro cosas nuevas: antes de que broten se las daré a oír. (Isaías 42:9)

¿Qué son estas cosas nuevas? No otra cosa que las cosas últimas a cuyos tipos y sombras me he referido en las dos anteriores entregas de esta serie. ¿Pero por qué el Señor llama aquí nuevas a estas cosas últimas? ¡Porque las mismas sonarían como nuevas para quienes en el fin de la era fuesen a estar hundidos en la iniquidad de siglos, esto es, en las tradiciones humanas del cristianismo y en la ceguera que estas provocan invariable e inevitablemente! Es exactamente esto lo que se lee más adelante en el mismo libro de Isaías:

Las cosas primeras las había yo anunciado desde entonces: salieron de mi boca y las di a oír; repentinamente las produje y vinieron a ser. Por cuanto que supe que eras obstinado y que tu nuca es una barra de hierro y tu frente es de bronce, te lo decía desde entonces, desde antes que viniera a ser te lo di a oír, no fuera que dijeses: “Mi ídolo las ha producido; mis imágenes y mis estatuas las ordenaron”. Ya lo habías oído, ¡ahora velo! Y ustedes, ¿acaso no lo declararán? Te he dado a oír cosas nuevas desde ahora, cosas que estaban ocultas y que no habías reconocido. (Isaías 48:3-6)

¿Se dan cuenta ustedes de lo que todo esto significa? ¿Se dan cuenta de que, en efecto, el Señor es verdaderamente quien declara el final desde el comienzo? Tal como dice poco antes en el mismo libro de Isaías:

Recuerden las cosas primeras de la era, pues yo soy Dios y no hay otro Dios ni nada que sea como yo, que declaro desde un comienzo aquello que es último y desde el oriente aquello que aún no se ha producido, que digo: “Mi plan permanecerá firme y haré todo lo que deseo”… (Isaías 46:9,10)

¡El Señor ya ha declarado desde el oriente, hace dos mil años, aquello que aún no se había producido y que se producirá en nuestros propios días! ¿Pero dónde es, entonces, que tal cosa se producirá? ¿Y por qué esta mención del oriente por parte del Señor? Desde luego, porque fue en el oriente que tuvieron lugar las cosas primeras que él mismo cumplió. Y que él ha declarado también desde el oriente las cosas últimas y nuevas es, ni más ni menos, lo que quieren decir estas palabras suyas, las cuales nadie parece haber entendido jamás como es debido, ya que jamás han entendido tampoco que hay «cosas primeras y últimas»:

Tal como el relámpago que sale desde el oriente y aparece en el occidente, así será también la presencia del Hijo del Hombre. (Mateo 24:27)

“Recuerden las cosas primeras”, decía el Señor a aquellos que ignoraron por completo, durante siglos, que iría a haber, también, cosas últimas, y que las ignoraron pese a tenerlas desplegadas, en tipos y en sombras, en todas las Escrituras. Pero ahora es el mismo Señor quien dice a todos:

No traigan al recuerdo las cosas primeras ni presten atención a las del oriente: heme aquí haciendo algo nuevo, ¿es que acaso no lo percibirán? (Isaías 43:18,19)

Sepan todos, entonces, que pronto —de hecho, muy pronto—, Dios hará algo nuevo. ¿Pero quiénes son los que estarán entre aquellos que lo percibirán y que se beneficiarán por haberlo percibido a tiempo?

Dichosos los que piensen muy bien en todas estas cosas; y doblemente dichosos los que lo hagan desde ahora, desde “antes de que broten”…