El tópico de las «cosas primeras y últimas» no sólo contiene el procedimiento de Dios para la justificación de toda humanidad, sino también la clave para transitar dichosamente estos últimos días. ¿Pero cómo irían a reconocer todas estas cosas quienes permanecen atados al pasado por las enseñanzas erróneas de siglos?
De todos los acertijos propuestos por Jesús hace dos mil años, hay uno que, presentado en forma doble, resulta especialmente relevante para nuestros días, ya que provee a estos del sentido pleno de la justicia de Dios. ¿Pero podrán acaso entenderlo hoy los cristianos que se aferran a la tradición?
Podría decirse que nada hay mejor, para precisar el sentido de las palabras que componen el Nuevo Testamento, que dirigirse a sus fuentes. Esto resulta especialmente cierto cuando se trata de dilucidar la quintaesencia de la iniquidad, sin arrepentirse de la cual nadie verá la vida de la era venidera.
Las buenas nuevas que serán anunciadas en los días que vienen como preludio del final de esta era sólo podrían ser dichosamente recibidas de darse también un arrepentimiento respecto de la iniquidad. ¿Pero cómo arrepentirse de esta, cuando ni siquiera se sabe en qué consiste ni qué la ha constituido?