Siendo cronológicamente, según los eruditos, la primera de las misivas de Pablo que integran el Nuevo Testamento, la carta a los gálatas tiene las marcas de un mensaje escrito con gran premura. En ella, Pablo confronta a aquellos de la región de Galacia que, presa de los grupos judaizantes diseminados en diversos lugares del mundo romano, se estaban volviendo a un entendimiento farisaico —y, por ende, carnal— de la ley de Moisés. El resultado de dicha confrontación es uno de los textos más sustanciosos de Pablo en lo que hace a la buena nueva que este anunciaba a las naciones.
1
Pablo (enviado no de hombres ni por medio hombres, sino por medio de Jesucristo y de Dios Padre, el cual lo levantó de entre los muertos) y los que están junto a mí, todos los hermanos, a las iglesias de la Galacia: gracia a ustedes y paz, de parte de Dios nuestro padre y del Señor Jesucristo, el cual se ha entregado a sí mismo por nuestros pecados y nos ha tomado de la presente mala era conforme a la voluntad del Dios y Padre nuestro, al cual sea la gloria por las eras de las eras. Amén.
¡Estoy asombrado de que tan prontamente se aparten del que los llamó por la gracia de un Cristo en pos de una buena nueva diferente! No es que la tal sea otra, sino que algunos los están interfiriendo a ustedes y están queriendo subvertir la buena nueva del Cristo. Sin embargo, si aun nosotros o un ángel del cielo les anunciare una buena nueva más allá de la que ya les anunciamos, ¡que sea anatema! Tal como lo dijimos, ahora mismo vuelvo a decirlo: si alguno les anunciare una buena nueva más allá de la que ya recibieron, ¡que sea anatema! ¿Porque acaso estoy ahora persuadiendo con palabras a los hombres o a Dios? ¿O acaso busco complacer? ¡Si aun estuviese complaciendo a los hombres, no sería siervo de un Cristo!
Porque les doy a conocer, hermanos, la buena nueva anunciada por mí, que no es conforme a hombre, ya que ni la recibí yo de hombre alguno ni me fue enseñada más que por una revelación de Jesucristo. Pues ustedes escucharon de mi manera de vivir en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía en extremo a la iglesia de Dios y la devastaba e incluso adelantaba en el judaísmo por sobre muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más fanático de las tradiciones de mis ancestros. Sin embargo, cuando Dios —el que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó mediante su gracia— quiso revelar a su hijo en mí a fin de que lo anunciase entre las naciones, no consulté inmediatamente a carne y sangre ni ascendí a Jerusalén en pos de los que eran enviados desde antes de mí, sino que fui a Arabia y nuevamente regresé a Damasco. Luego, después de tres años, ascendí a Jerusalén para conocerme con Kéfas y me quedé junto a él quince días; sin embargo, no vi a ningún otro de los enviados excepto a Jacob, el hermano del Señor. Verdaderamente, en lo que les escribo —vean, delante de Dios— no miento… Luego fui a las regiones de Siria y de Cilicia. Aun así, yo era desconocido de rostro en las iglesias de Judea, aquellas que están en un Cristo, aunque escuchaban decir “El que en aquel entonces era nuestro perseguidor ahora anuncia la buena nueva a la que antes perseguía” y glorificaban a Dios por mí…
2
Luego, después de catorce años, ascendí nuevamente a Jerusalén con Bernabé y llevé conmigo también a Tito. De hecho, ascendí conforme a una revelación y les expuse la buena nueva que predico entre las naciones, aunque en privado, a los que tenían una opinión válida, no fuera que corriera ni me hubiese abocado yo a la carrera en vano. Sin embargo, ni siquiera Tito —el que estaba conmigo siendo griego— fue obligado a circuncidarse, a pesar de los falsos hermanos infiltrados, los cuales se habían infiltrado para espiar nuestra libertad (la cual tenemos en el Cristo Jesús) a fin de llevarnos a la esclavitud, a la sumisión en pos de los cuales no cedimos ni siquiera por una hora, a fin de que la verdad de la buena nueva permaneciera en favor de ustedes. Por lo demás, por parte de los que son de una opinión válida —qué cosa eran en otro tiempo me es indiferente: el Dios de la humanidad no hace acepción de personas—, bueno, a mí, los que son de una opinión válida, no me agregaron nada, sino que, al contrario, vieron que me había sido confiada la buena nueva de la incircuncisión tal como a Pedro la de la circuncisión, ya que el que actuó en Pedro en pos de una misión a la circuncisión, actuó también en mí en pos de las naciones. Y, de hecho, Jacob, Kéfas y Juan (los que se tenían por columnas) reconocieron la gracia que me fue concedida, nos dieron a mí y a Bernabé la derecha del compañerismo a fin de que nosotros fuésemos a las naciones y ellos a los de la circuncisión; sólo nos dijeron que nos acordásemos de los pobres, la misma cosa que también hacía yo con dedicación…
Sin embargo, cuando Kéfas vino a Antioquía, me le enfrenté a la cara, ya que era reprensible. Y es que antes de que viniesen algunos de parte de Jacob, él acostumbraba comer junto con los que son de las naciones. Ahora bien, cuando vinieron aquellos, él mismo se retraía y se mantenía alejado, temeroso de los de la circuncisión. Y el resto de los judíos se le juntaron en su hipocresía, al punto de que incluso Bernabé fue arrastrado a la hipocresía de ellos. De hecho, cuando vi que no andaban rectamente frente a la sinceridad de la buena nueva, le dije a Pedro delante de todos: “Si tú, un judío, te conduces a la manera de los de las naciones y no vives como los judíos, ¿cómo es que estás obligando a los de las naciones a judaizarse? Nosotros somos judíos por naturaleza y no provenimos de las naciones pecadoras: sin embargo, percibiendo que ningún ser humano es justificado por las obras de la Ley, sino solamente por medio de la fe de Jesucristo, también nosotros creímos en el Cristo Jesús a fin de ser justificados desde la fe de un Cristo y no desde las obras de la Ley, porque desde las obras de la Ley no será justificada ninguna carne. Pero si buscando ser justificados en un Cristo nos hallamos a nosotros mismos pecadores, ¿será entonces el Cristo uno que sirve la mesa al pecado? ¡De ninguna manera! Porque si aquello que deshice lo vuelvo a construir, me demuestro un transgresor, ya que yo, por medio de la Ley, morí a la Ley a fin de vivir para Dios. Yo fui crucificado juntamente con un Cristo; por lo tanto, ya no soy yo quien vive, sino que un Cristo vive en mí; por lo tanto, lo que vivo en el presente en la carne lo vivo en fe, en la del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. ¡No desprecio la gracia de Dios, ya que si la justificación es por medio de la Ley, el Cristo murió por nada!”
3
¡Gálatas estúpidos! ¿Quién los embrujó a ustedes, ante cuyos ojos Jesucristo fue proclamado crucificado? Quiero saber de ustedes sólo esto: ¿es desde las obras de la Ley que recibieron el Espíritu o desde una escucha con fe? ¿Tan estúpidos son? ¿Habiendo comenzado con el Espíritu ahora terminan en la carne? ¿Tantas cosas vivieron en vano, si es que realmente también ha sido en vano? Entonces, el que les provee el Espíritu y obra prodigios entre ustedes, ¿lo hace desde las obras de la Ley o desde una escucha con fe?
De manera acorde, Abraham creyó a Dios y le fue contado por justificación. Sepan, entonces, que los que provienen de la fe, los tales son hijos de Abraham. De hecho, previendo la Escritura que es desde la fe que Dios justifica a las naciones, anunció de antemano la buena nueva a Abraham: “En ti serán bendecidas todas las naciones”. Así que los que provienen de la fe son bendecidos junto al fiel Abraham, ya que todos los que provienen de las obras de la Ley están bajo maldición, pues está escrito: “Maldito todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley para practicarlas”. Y es que, de hecho, en la Ley nadie es justificado frente a Dios, ya que “el justo por la fe vivirá”. Sin embargo, la Ley no proviene de la fe, sino que “el que haya practicado estas cosas, vivirá por ellas”. ¡Es un Cristo quien nos redimió de la maldición de la Ley haciéndose maldición por nosotros (ya que está escrito: “Maldito todo aquel que fue colgado de un madero”) a fin de que la bendición de Abraham adviniera a las naciones en el Cristo Jesús, a fin de que recibiéramos la promesa del Espíritu por medio de la fe!
Hermanos, hablo en términos humanos: aun cuando un pacto entre hombres es ratificado, nadie lo anula ni le añade. Ahora bien, las promesas a Abraham fueron hechas también a su simiente. No dice “simientes”, como refiriéndose a muchos, sino como desde uno —“y a tu simiente”—, el cual es un Cristo. Les digo, de hecho: al pacto confirmado por Dios, la Ley que advino cuatrocientos treinta años después no lo deja sin efecto, en pos de anular la promesa. Ya que si la herencia proviniese de la Ley, ya no sería por la promesa; sin embargo, Dios la concedió graciosamente a Abraham mediante una promesa.
¿Para qué, entonces, la Ley? Fue añadida por causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa, habiendo sido prescripta por medio de ángeles, con intermediación de un garante. Con todo, el garante no lo es de uno solo, aun cuando Dios es uno. ¿Es, por lo tanto, la Ley acorde a las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Ya que si hubiese sido dada una ley capaz de dar vida, la justificación provendría de hecho de la Ley. En cambio, la Escritura encerró por completo todo bajo pecado, a fin de que la promesa fuese dada desde la fe en Jesucristo a los que creen. Sin embargo, antes de venida la fe éramos cuidados bajo custodia, por completo encerrados en pos de la fe que aun estaba para ser revelada. Por ende, la Ley se convirtió en nuestro pedagogo en pos de un Cristo, a fin de que fuésemos justificados desde la fe. Ahora bien, habiendo venido la fe, ya no estamos bajo un pedagogo, pues todos ustedes son hijos de Dios por medio de la fe en Jesucristo, ya que cuantos de entre ustedes han sido bautizados en un Cristo, se han revestido de un Cristo: no hay ya judío ni griego; no hay ya esclavo ni libre; no hay ya varón ni fémina, ya que todos ustedes son uno en el Cristo Jesús. Y puesto que ustedes son de un Cristo, entonces son la simiente de Abraham y herederos según la promesa.
4
Digo asimismo que, en tanto que el heredero es un niñito, no difiere en nada de un siervo pese a que es dueño de todo, sino que está sujeto a curadores y administradores caseros hasta el plazo predeterminado por el padre. Así también nosotros, cuando éramos niñitos, estábamos sujetos en servidumbre a las cosas visibles; sin embargo, cuando vino el cumplimiento del plazo, Dios envió a su hijo nacido de mujer, nacido bajo la Ley, a fin de que redimiese a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Asimismo, por cuanto que ustedes son hijos, Dios envió a nuestros corazones el espíritu de su hijo, que grita “¡Abbá! ¡Papá!” Por lo tanto, ya no eres un siervo, sino un hijo; y si un hijo, también un heredero por causa de Dios.
Desde luego, en otro tiempo, cuando no habían percibido a Dios, eran siervos de los que por naturaleza no son dioses; sin embargo, ahora que reconocieron a Dios —o mejor dicho, que fueron reconocidos por Dios—, ¿cómo es que se vuelven otra vez a las débiles y paupérrimas cosas elementales, de las cuales quieren hacerse siervos nuevamente? Ustedes observan cuidadosamente los días, los meses, las estaciones y los años… ¡Temo por ustedes, el haber quedado exhausto en vano por ustedes! Vuélvanse como yo, porque yo también me volví como ustedes…
¡Se lo ruego, hermanos! Ustedes no me trataron mal. Percibieron, en efecto, que fue a causa de una enfermedad de la carne que les anuncié a ustedes la buena nueva por primera vez. Y a aquello que de mi carne los ponía a prueba, no lo tomaron con desprecio ni les causó rechazo, sino que me recibieron como a un ángel de Dios, como al Cristo Jesús. ¿Dónde está, entonces, esa dicha de ustedes? Porque yo les doy a ustedes testimonio de que de ser posible se habrían arrancado sus ojos y me los habrían dado… ¿Así que ahora me he vuelto enemigo de ustedes por decir la verdad? Ellos muestran celo por ustedes, pero no por algo bueno, sino que quieren aislarlos a fin de que ustedes acudan fanáticamente a ellos. Es algo bueno, claro, mostrar celo por lo bueno siempre, y no solamente cuando estoy presente junto a ustedes. ¡Mis niños, por quienes vuelvo a sentir dolores de parto hasta que un Cristo haya tomado forma en ustedes! ¡Yo querría estar ahora presente junto a ustedes y cambiar mi tono de voz, ya que estoy perplejo respecto de ustedes!
Díganme: los que quieren estar bajo la Ley, ¿acaso no escuchan la Ley? Porque fue escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la criada y otro de la libre. Ahora bien, mientras que el de la criada nació según la carne, el de la libre nació a causa de la promesa. En estas cosas hay algo alegorizado, ya que estas son dos pactos: una es el pacto del monte Sinaí que engendró hijos en pos de la esclavitud, la cual es Agar. Ya que Agar es el monte Sinaí que está en Arabia, aunque se corresponde con la Jerusalén presente, la cual es esclava juntamente con sus hijos. Sin embargo, la Jerusalén de lo alto es libre, la cual es nuestra madre. Ya que fue escrito: “¡Regocíjate, estéril, tú que no das a luz! ¡Y grita de alegría, tú que no tienes dolores de parto, porque son más los hijos de la desolada que los de la que tiene al marido!” Ahora bien: ustedes, hermanos, a la manera de Isaac, son hijos de la promesa. Sin embargo, tal como en aquel entonces el que había nacido según la carne acosaba al que había nacido según el Espíritu, así ocurre también ahora. ¿Pero qué es lo que dice la Escritura? “Echa fuera a la criada y a su hijo, ya que no será heredero el hijo de la criada junto con el hijo de la libre…” Por lo tanto, hermanos, no somos hijos de la criada, sino de la libre…
5
Es para la libertad que un Cristo nos liberó: afírmense, por lo tanto, y no se sujeten nuevamente a un yugo de esclavitud. Vean: yo, Pablo, les digo que si se circuncidan, un Cristo no les aprovecha en nada. De hecho, testifico nuevamente a todo hombre que si se circuncida está bajo la obligación de practicar por completo toda la Ley. ¡Quedaron desprendidos de un Cristo ustedes, los que se justifican con la Ley! ¡Se cayeron de la gracia! Porque nosotros, en espíritu, estamos esperando por fe la esperanza de justificación, ya que con el Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión son capaces de algo, sino la fe que actúa por causa del amor.
Ustedes corrían bien, ¿quién se les interpuso en el camino para no obedecer a la verdad? Tal persuasión no proviene del que los está llamando. Un poquito de levadura leuda toda la masa. Yo confío en el Señor, en relación con ustedes, que no serán de ningún otro parecer; ahora bien, el que los está perturbando cargará con la sentencia, sea quien fuere. De hecho, en cuanto a mí, hermanos, si yo todavía predico la circuncisión, ¿por qué, entonces, aun soy perseguido? En tal caso, habría quedado sin efecto el escándalo de la cruz… ¡Ojalá se mutilasen también a sí mismos los que los están incitando a ustedes! Porque ustedes fueron llamados a libertad, hermanos, sólo que no para la libertad que ofrece un pretexto a la carne. Más bien, sírvanse los unos a los otros por causa del amor, ya que toda la Ley se cumple en un único asunto, en el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Ahora, si ustedes se muerden y se devoran unos a otros, cuídense de que no sean desgastados unos por otros…
Digo, de hecho: caminen en el Espíritu y no llevarán hasta lo último el anhelo de la carne. Porque la carne anhela contra el Espíritu y asimismo el Espíritu contra la carne, ya que estos se oponen el uno al otro, de manera de que no hagan ustedes aquello que quieren. Sin embargo, si son guiados por el Espíritu, no están bajo la Ley. De hecho, las cosas de la carne son evidentes, las cuales son la prostitución, la depravación, el desenfreno, la idolatría, la brujería, los rencores, la porfía, la envidia, los arrebatos de cólera, las obstinaciones, las discordias, las parcialidades, las malevolencias, las borracheras, las orgías y las cosas semejantes a estas, de las cuales les digo de antemano, como ya lo hice antes, que los que las frecuentan no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la benevolencia, la amabilidad, la fe, la suavidad y el autocontrol; contra tales cosas no hay ley. De hecho, los que son del Cristo Jesús crucificaron la carne con sus pasiones y sus deseos. Si vivimos en el Espíritu, militemos también en el Espíritu. No nos volvamos jactanciosos, irritándonos unos a otros, maliciándonos unos a otros…
6
Hermanos: si incluso fuese sorprendido alguno en alguna transgresión, ustedes, los que son espirituales, restauren al tal con espíritu de amabilidad observándose a sí mismos (no sea que también tú estés siendo probado). Soporten los unos las cargas de los otros y así cumplirán con la costumbre del Cristo. Ya que si alguno se considera algo no siendo nada, se está engañando a sí mismo. De hecho, examine cada cual lo suyo propio y entonces tendrá motivo de jactancia sólo en relación consigo mismo y no con el otro, ya que cada cual cargará con su propio bagaje.
Por lo demás, que aquel que es enseñado en la Palabra comparta todas las cosas buenas con el que le enseña. No se equivoquen: Dios no es burlado por nadie, ya que lo que alguno siembre, eso es lo que también cosechará. Porque el que siembre en pos de su carne, de la carne cosechará corrupción; pero el que siembra en pos del Espíritu, del Espíritu cosechará la vida de la era que viene. No nos cansemos, entonces, de hacer lo bueno, ya que en su propio tiempo cosecharemos, no dejándonos caer. Así que, por lo tanto, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, aunque especialmente a los de la familia de la fe.
Vean con cuán grandes letras les escribí con mi propia mano… Los que quieren caer bien en la carne, ¡estos son los que les imponen a ustedes la obligación de ser circuncidados a fin de no ser ellos perseguidos por la cruz del Cristo, ya que ni aún los circuncisos observan la Ley! No obstante ello, los quieren a ustedes circuncidados para jactarse en base a la carne de ustedes. Sin embargo, ¡lejos esté de mí el jactarme, salvo en la cruz del Señor nuestro, Jesucristo, a causa del cual el mundo me fue crucificado a mí, así como también yo al mundo! Ya que ni la circuncisión es algo ni lo es la incircuncisión, sino una nueva creación. A cuantos sean los que militan según esta regla, haya paz sobre ellos, y misericordia; y asimismo sobre el Israel de Dios. Que de aquí en adelante nadie me ocasione dificultades, ya que yo cargo en mi cuerpo las cicatrices de Jesús…
Que la gracia del Señor nuestro, Jesucristo, esté con el espíritu de ustedes, hermanos. Amén.