Entre los salmos que presentan la apoteosis de Yahweh sobre la tierra, el Salmo 97 está especialmente imbuido del espíritu de la profecía, proveyendo, como es su caso, tantos y tan amplios testimonios, los cuales llegan hasta los mismísimos libros del Génesis y del Apocalipsis, amén de los libros de los profetas, como es el caso de Isaías y de Miqueas. La visión que presenta el salmo es múltiple: la alegría y el regocijo de los que aman a Yahweh al experimentar su liberación y la humillación de los que adoran meras estatuas son apenas algunos detalles de la misma.
Dentro de la serie de salmos atribuida a los hijos de Córaj, el Salmo 85 porta consigo una gran revelación dada como al pasar. En efecto, mientras que el mismo parece tratar principalmente sobre el ruego del pueblo dirigido a Yahweh en pos de su restauración, lo que en verdad despliega —en figuras que sólo podría reconocer quien tuviese el tipo de discernimiento que procede del espíritu de Dios— no es otra cosa que el orden de la justicia para justificación de quienes irán a creer las buenas nuevas a anunciarse en nuestros propios días, los últimos de la era.
Dentro de la colección de los salmos de David, el salmo 27 es sin duda uno de los más sorprendentes desde un punto de vista meramente humano. En él, Yahweh se nos muestra no sólo como un Dios providencial —salvador y protector desde el corazón mismo del misterio—, sino también como un Dios que se deleita en alojar en su casa a los desvalidos y los abandonados de la tierra que lo tienen a él como su única esperanza. Es a estos, entonces, que se complace en atraerlos y en guiarlos, muy íntima y personalmente, hacia el destino más dichoso.
Al igual que otros salmos cuyas declaraciones el autor de la carta «A los hebreos» hila a lo largo de su exposición del asunto principal de su discurso, el salmo 8 constituye un testimonio acerca de aquel a quien el Señor designara el «Hijo del Hombre», al cual —habiendo sido puesto en un comienzo en el mismo estado de fragilidad que el resto de sus congéneres— él mismo pondría por perenne gobernante de toda la tierra en la era venidera. Es, de hecho, este inconmensurable amor de Dios por toda la humanidad el que inspira las exaltadas expresiones del salmista.
Citado por el apóstol Pablo en un pasaje de su carta a los romanos que profetiza acerca de los últimos dos mil años de cristianismo, el salmo 19 ubica al lector atento frente a una paradoja. Todos, en efecto, han creído comprender muy bien aquello que el cielo narra, pero todos, también, han ignorado el tiempo en el que la historia anunciada una y otra vez por el cielo tendría su realización plena entre los hombres. Es así que hoy todos la consideran como un recordatorio de cosas pasadas y no como un anuncio de cosas a punto de cumplirse.