Dentro de los libros que componen las Escrituras, pocos hay tan mal entendidos —y, por ende, tan subestimados— como el libro del profeta Jonás. Todos o casi todos parecen haber visto en él apenas una historia ingenua, casi infantil, acerca del trato de Dios con los hombres. Sin embargo, según se lee en los evangelios sinópticos, ha sido el mismísimo Jesús quien validó el mensaje profético de la historia de Jonás señalándolo como un tipo y sombra del Hijo del Hombre. Es esta importancia manifiesta del libro la que me ha llevado a traducirlo del hebreo y a publicarlo aquí.
Según leemos en las Escrituras, la ciudad de Nínive prestó una vez oídos a la amenaza de ruina que Yahweh le enviara por medio del profeta Jonás, arrepintiéndose de su maldad y poniendo por una temporada su confianza en Él. Sin embargo, tratándose de la orgullosa capital del imperio asirio, no pasaría demasiado tiempo hasta que retornase a su auténtica naturaleza como centro mundial de la violencia y del despojo de los pueblos de su región. Tal es el contexto profético del libro de Nahum, compuesto por entero por esta «carga de Nínive» cuya traducción anotada del hebreo presento aquí.