Siguiendo la tendencia del Libro de los Salmos, el Salmo 24 es una profecía cuya formulación se instala entre el final de la era presente y el comienzo de la era venidera, aquella en la que Yahweh reinará glorioso sobre la tierra y en la que compartirá todos sus bienes con aquellos que lo han buscado incansablemente y se han conservado íntegros en medio de una generación torcida y ruinosa. La instancia final del salmo presenta una imagen apoteótica del momento en que el rey de la gloria está a punto de tomar su lugar en el monte de Yahweh.
Tal como ha ocurrido con algunos otros salmos —y más que con cualquier otro—, el Salmo 23 ha sido para muchos un objeto de atención lindante con la superstición, como si la mera repetición de sus líneas tuviese algún tipo de poder en sí misma. En realidad, se trata de una declaración de confianza en Yahweh por parte de David que constituye, a su vez, una profecía sobre el siervo del Señor, quien —según lo dicho en el libro del profeta Isaías— caminaría en las oscuridades confiando solamente en el nombre de Yahweh y apoyándose solamente en su Dios.
En su justa brevedad, el Salmo 12 profetiza sobre el fin de la era presente, en el que la inmensa mayoría de la humanidad estaría dominada por la hipocresía propia de una mente desdoblada, la cual se mostraría por fuera complaciente y dócil, mientras que por dentro acariciaría con orgullo, empedernidamente, su supuesta autonomía de juicio para ir en pos de las cosas más viles y vacuas. El salmo presenta también el momento en que Yahweh se levantaría para actuar en favor de quienes sufren profundamente tal estado de cosas a fin de ponerlos a salvo de dicha generación desnaturalizada.
Atribuido a David y dedicado «Al director», el más que breve Salmo 11 guarda cierto aire en común con el Salmo 55 —un masquil de David que en su título de encabezamiento presenta la misma dedicatoria—, en el cual, en un momento de zozobra del ánimo, su autor plantea el deseo de emprender un vuelo o huída lejos del lugar en el que padece una gran traición. El presente salmo, en cambio, desestima desde un mismo comienzo los consejos (¿o las amenazas veladas?) de emprender cualquier huída, afirmando así su plena confianza en Yahweh y en su omnisciente justicia.
El salmo 5 es el segundo dentro de la colección de los salmos dirigidos «Al director», designación profética cuyo sentido en el original hebreo siempre ha desorientado a los eruditos bíblicos y que señala inequívocamente al Cristo descendiente de David. En este, al igual que en otros salmos, la plena conciencia de la debilidad humana propia y ajena lleva al salmista a establecer una serie de contrapuntos de las conductas humanas, al tiempo que a buscar la guía de Dios a fin de transitar rectamente el camino que conduce a su santo templo en la dicha de la era venidera.
No sería exagerado afirmar que el Salmo 89 es uno de los textos principalísimos que configuran todo aquello que se ha dicho y podría decirse acerca del Cristo. Ello se manifiesta muy claramente en el lugar que algunos de sus pasajes tienen en el mismísimo libro de Apocalipsis, el cual corona a todo el asunto del que habla el resto de las Escrituras. Sin embargo, el cristianismo todo nunca ha dejado de ver su contenido y el de otras profecías como a través de un vidrio esmerilado, algo que pronto dejará de ser para dar lugar a lo perfecto.
Una vez más entre tantas otras ocurrencias en el Libro de los Salmos, la oración de David que comprende el Salmo 86 pone el foco de la profecía referida al siervo del Señor en la oposición que este experimentaría en los tramos más cruciales de su experiencia humana, en el estado de humillación que precedería al de su exaltación entre todas las naciones en la era venidera. Por todo ello, la oración no está enfocada tanto en la ruina de los soberbios como en la súplica por la ayuda y el consuelo que provienen de Dios para sobrellevar toda adversidad.