Tal como el Salmo 56, el Salmo 34 atribuye su inspiración a aquel mismo episodio que viviera David en la corte de Abimélej, rey de la ciudad filistea de Gat. Sin embargo, a diferencia del primero —donde predomina la contrariedad—, el caso presente se centra en el cuidado que Yahweh muestra por todos aquellos que lo honran. El aspecto profético de este salmo se manifiesta mayormente en el consejo del autor para el “hombre que se deleita con la vida”, una alusión al Cristo y a la era venidera, en la que se experimentará la verdadera vida de Dios.
El Salmo 140 es el último de los cincuenta y tres que integran la serie dedicada «Al director» en el Libro de los Salmos, siendo la única otra instancia donde se encuentra dicho título la oración del profeta Habacuc, en el tercer y último capítulo del libro del mismo nombre. El salmo es una profecía en la que el siervo del Señor se dirige a este a propósito de los hombres que en el final de la era llegarían al colmo de la crueldad en su recurrencia a la coerción, luego de lo cual caerían para no volver a levantarse.
Con cierta afinidad respecto de la composición que lo antecede en el orden del Libro de los Salmos, el Salmo 10 se centra en la fragilidad sin remedio de la naturaleza humana y explora uno de sus casos más comunes. El impío —que de este se trata— es ante todo alguien que se recuesta sobre sus propios sentidos a la hora de discernir a Dios. Y como dichos sentidos no están sino volcados hacia la animalidad de una vida voraz y codiciosa, muy pronto pierde todo temor, volcando así toda su ciega rapacidad sobre las vidas de los más débiles.