En una colección especial e íntimamente tan profética como es el Libro de los Salmos, el Salmo 77 ocupa un lugar muy destacado. Su tema parecería agotarse en las proezas y maravillas de Dios en los días antiguos, en los que liberó a su pueblo de Egipto con mano poderosa. Sin embargo, todo esto no es sino parte de una meditación del siervo del Señor en medio de la angustia y el pesar reinantes en los últimos días de la era presente, en que la liberación se ha vuelto tan necesaria como entonces, si es que no aún mucho más.
Dentro de los salmos atribuidos a David, el Salmo 143 se ubica entre aquellos en los que el espíritu de la profecía extiende el sentido en el tiempo para dar voz a la súplica del siervo del Señor en el final de la era. En el caso presente, es desde dicho tiempo que se plantea una meditación en las obras efectuadas por Yahweh en los días de antaño o del oriente, ya que es así, en verdad, con este doble sentido, que se ha de entender la expresión «yamim miquedem» y otras similares que frecuentan los textos del Antiguo Testamento.
Tal como lo aclara su título, el Salmo 44 es un masquil, esto es, una composición para despertar un discernimiento o entendimiento profundo. Y resulta, en verdad, un hecho contundente el que este y otros salmos avanzan la revelación de las cosas de Dios por intermediación de su espíritu, inspirador, de hecho, de todas las Escrituras. En este y en otros salmos se trata, más concretamente, del discernimiento de las cosas primeras y de las últimas, así como del contexto espacio-temporal que enmarca a unas y a otras; todo ello, además, contemplado proféticamente desde el final de la era presente.
Con su autoría atribuida a David, el Salmo 29 es uno de los más exaltados de toda la colección que compone al Libro de los Salmos. Su lenguaje, sumamente vivaz y en extremo pródigo en figuras de poder y majestad, viene a ser un atisbo del comienzo de la era venidera, en la que Yahweh tomará su lugar como rey de toda la tierra. El salmo lo presenta en una marcha triunfal por todo el mundo a fin de ser reverenciado y reconocido como aquel que ha rescatado a su pueblo de la opresión y la impotencia entre las naciones.
Siguiendo la tendencia del Libro de los Salmos, el Salmo 24 es una profecía cuya formulación se instala entre el final de la era presente y el comienzo de la era venidera, aquella en la que Yahweh reinará glorioso sobre la tierra y en la que compartirá todos sus bienes con aquellos que lo han buscado incansablemente y se han conservado íntegros en medio de una generación torcida y ruinosa. La instancia final del salmo presenta una imagen apoteótica del momento en que el rey de la gloria está a punto de tomar su lugar en el monte de Yahweh.
Tal como ha ocurrido con algunos otros salmos —y más que con cualquier otro—, el Salmo 23 ha sido para muchos un objeto de atención lindante con la superstición, como si la mera repetición de sus líneas tuviese algún tipo de poder en sí misma. En realidad, se trata de una declaración de confianza en Yahweh por parte de David que constituye, a su vez, una profecía sobre el siervo del Señor, quien —según lo dicho en el libro del profeta Isaías— caminaría en las oscuridades confiando solamente en el nombre de Yahweh y apoyándose solamente en su Dios.
Podría decirse que nada hay mejor, para precisar el sentido de las palabras que componen el Nuevo Testamento, que dirigirse a sus fuentes. Esto resulta especialmente cierto cuando se trata de dilucidar la quintaesencia de la iniquidad, sin arrepentirse de la cual nadie verá la vida de la era venidera.