Acaso como ningún otro libro del Antiguo Testamento, la sección del libro del profeta Isaías que comienza en su capítulo cuarenta y continúa hasta su mismo final presenta un esquema completo de los últimos días de la era y del comienzo de la era que viene. Se trata de un éxodo como el de Egipto, pero que esta vez tendrá a Babilonia como lugar de partida y a Sión como lugar de llegada de los redimidos por el siervo de Yahweh, quien, luego de cumplido su ministerio, es finalmente adoptado como Hijo de Dios con todos los atributos del Padre.
El Salmo 137 refleja toda la tristeza y la amargura del exilio en Babilonia de los habitantes de Jerusalén desde los días en que Nabucodonosor arrasó con la ciudad y el templo por orden del mismo Yahweh, según puede leerse en el libro del profeta Jeremías. Su fuerte imprecación del final contra los descendientes de Edom, hermano de Israel, constituye en verdad una profecía acerca de los idumeos en el fin de la era, sobre lo cual puede leerse en los libros de los profetas, muy especialmente en el de Abdías, cuyo contenido aporta el contexto profético de este salmo.
Dentro de los salmos listados entre los atribuidos a los hijos de Córaj, el salmo 87 es, en toda su brevedad, un tanto desconcertante, ya desde el sujeto de la frase que le da inicio. Lo mismo puede decirse de la mención de Rahab —nombre poético y profético que se aplica a Egipto—, de Babilonia, así como también de Filistea, de Tiro y de Cush, una mención que no deja de dar la impresión de una breve y arbitraria enumeración caótica. Desde luego, nada hay de arbitrario ni de caótico en este bello aunque críptico salmo referido a Sión…
En su titulación clásica, las ediciones occidentales de la Biblia suelen circunscribir la «carga de Babilonia» al capítulo trece del libro del profeta Isaías. Al hacerlo, pasan por alto que el capítulo catorce —que contiene una burla contra el rey de Babilonia en la que se ha originado el mito del ángel caído al que el mundo occidental llama unánimemente Lucifer— es también, con toda probabilidad, una parte integral de dicha «carga». Por lo tanto, dando cierre a esta serie que he dedicado a las «cargas proféticas», publico aquí mi traducción anotada de ambos capítulos de la «carga de Babilonia».
El capítulo veintiuno del libro del profeta Isaías contiene tres breves «cargas» proféticas cuyo sentido es ciertamente muy oscuro y que, de hecho, conforman uno de los pasajes más enigmáticos de todo el Antiguo Testamento. Al parecer, cada una de ellas no constituye tanto mensaje en sí mismo como un complemento de otros oráculos incluidos en el mencionado libro, debiendo ser, por ello mismo, leídas y sopesadas junto con ellos a fin de tener un cuadro más acabado del fin de la era. Como es mi costumbre aquí, ofrezco a continuación mi lectura y mi traducción anotada de las mismas.