El título del Salmo 30 informa que el mismo se trata de una «canción de inauguración de la casa para David», lo cual indica una cierta evocación de los momentos difíciles del pasado hecha desde un presente de estabilidad y prosperidad. Tales contrapuntos configuran un cuadro altamente profético de las vicisitudes del Cristo en el final de la era y del momento en que, alcanzada la era venidera, daría las gracias a su Dios y Padre Yahweh por toda su gracia y su favor para con él, un simple hombre en quien siempre, según sus designios, tuviera puesta su atención.
El Salmo 21 de David se dirige, por un lado, a Yahweh y, por el otro, al siervo del Señor, no otro que el «director» del título del encabezamiento, tal como puede verse en los respectivos títulos de los Salmos 18 y 46. Su tema es doble: por una parte, la inmensa bondad de Yahweh para con su Cristo, descendiente de David, la cual, en la era venidera, se manifestaría a la vista de todos; por la otra, las hazañas heroicas que el Cristo desplegaría al vencer a todos sus enemigos y aborrecedores en el comienzo mismo de su reinado.
Con su lenguaje manifiestamente profético, el Salmo 103 se constituye en uno de los más dichosos de toda la colección que compone el Libro de los Salmos. En él, su autor hace una enumeración de todos los beneficios de Yahweh para con aquellos que serían depositarios de su gracia, especialmente hacia el fin de la era, en el tiempo de la transición de esta con la era venidera. Es entonces que Yahweh, tal como reina ya en los cielos, reinará sobre toda la tierra en la persona de su Hijo, quien desde su trono desplegará todas las características del Padre.
El Salmo 148 es una exhortación de alabanza a Yahweh dirigida a toda su creación, cuya acotada enumeración se presenta, sin embargo, de no poca significación profética. En efecto, mencionando tanto elementos del cielo como de la tierra, la misma establece una suerte de paralelismo entre unos y otros, dando una clave de aquello que Yahweh ha planeado desde un comienzo de su creación. El cuerno que Dios exaltaría en favor de su pueblo es, desde luego, una clara y familiar alusión al Cristo, el Hijo de Dios que reinará sobre la tierra en la era venidera que se aproxima.
Continuando con la serie de alabanzas que ocupan el final del Libro de los Salmos, el Salmo 147 acota la exhortación a alabar a Yahweh a quienes integran su pueblo de ayer, de hoy y de la era que viene, representado en Jerusalén y en Sión. No sorprende, así, que su contexto sea el de dicha era venidera, tal como es el caso con el resto de las composiciones que dan término a la colección. El salmo culmina afirmando la gran singularidad histórica del pueblo de Yahweh, único al que este ha distinguido con el anticipado conocimiento de sus caminos.
En forma similar a la del salmo que lo antecede, el Salmo 146 es una alabanza de Yahweh como gran benefactor y sustentador de toda vida humana, además del único que, no siendo un hombre mortal, tiene un poder ilimitado para librar. Hay aquí, sin embargo, una gran revelación que hace al corazón mismo de las buenas nuevas y que ha pasado desapercibida para todos: Yahweh preserva la verdad para la ya muy cercana era venidera, en la que el Hijo de Dios se manifestará sobre la tierra para hacer valer, con su poder, el auténtico derecho de los oprimidos.
El Salmo 145 es una alabanza de David que mira proféticamente hacia la era venidera, en la que Yahweh reinará sobre toda la tierra conforme a las disposiciones de su propósito primigenio y de los procedimientos de su justicia para justificar a toda la humanidad una vez cumplidas las eras que preparara para ello. Se trata, más especialmente, de un ensalzamiento del carácter heroico del Hijo de Dios y de una cierta enumeración de sus bondades para con sus hermanos, los humanos entre los que naciera a fin de librarlos de todo mal y redimirlos del poder de la muerte.