En el Salmo 73 se presenta una disquisición acerca de algo que siempre ha hecho dudar a la humanidad respecto de la justicia del orden dado por Dios al mundo y aun respecto de la propia existencia de este: la impiedad de quienes suelen llevar una vida muy próspera. La segunda mitad del salmo adquiere, sin embargo, el decidido tono profético de un discurso cuyo pleno sentido se encuentra en las vicisitudes del Cristo llamado a convertirse en el Hijo de Dios, vicisitudes que ciertamente son, en parte, experimentadas también por aquellos que estarán junto a él en su reino.
Dentro de los salmos de David, el Salmo 37 ocupa un lugar muy especial, ya que es la base de muchos dichos del Señor en su anuncio de las buenas nuevas del reino de Dios hace ya dos mil años. Leerlo deja la sensación de que dicho reino de justicia, belleza y gloria puede ya casi tocarse con la punta de los dedos. Hoy, de hecho, cuando su manifestación en la tierra se encuentra casi a las puertas, todas y cada una de sus palabras han de ser sopesadas por todos aquellos que irán a tener su parte en él.
Tal como el Salmo 56, el Salmo 34 atribuye su inspiración a aquel mismo episodio que viviera David en la corte de Abimélej, rey de la ciudad filistea de Gat. Sin embargo, a diferencia del primero —donde predomina la contrariedad—, el caso presente se centra en el cuidado que Yahweh muestra por todos aquellos que lo honran. El aspecto profético de este salmo se manifiesta mayormente en el consejo del autor para el “hombre que se deleita con la vida”, una alusión al Cristo y a la era venidera, en la que se experimentará la verdadera vida de Dios.
El Salmo 92 está dedicado al sábado, el séptimo día de la creación mencionado en el libro del Génesis e instituido luego, en los días de Moisés, como un día para ser observado por el pueblo. Sin embargo, todo ello no era más que una sombra de lo por venir, ya que dicha disposición de la instrucción de Dios no hace más que señalar proféticamente a la era que viene, en la cual el Hijo del Hombre será el señor de toda la tierra y en la que los redimidos y los justificados tendrán una vida dichosa junto a él.
Con varias y fuertes reminiscencias lingüísticas de la segunda parte del libro de Isaías, el Salmo 149 forma parte de la serie de composiciones que hacen mención de la nueva canción que sólo podrían aprender aquellos que —al final de la era, a manera de primeros frutos— redimirá el Corderito, figura central en el libro de Apocalipsis. Así, la visión en él se ubica claramente en el comienzo de la era venidera, un momento crucial en que el Hijo de Dios ejecutará, junto a los suyos, juicio sobre las naciones y sus poderosos, al tiempo que corregirá a los pueblos.
Los dichos de David en el Salmo 138 son ante todo una alabanza a Yahweh con le que le agradece su cuidado y su atención para con él en todo momento. Aun así, el salmo no deja de manifestar, en su final mismo, la tensión propia de quien aun se encuentra en la debilidad de la carne y expuesto a las impresiones de aquello que lo rodea. Sin embargo, el salmo es ante todo una profecía sobre el siervo del Señor, lo cual queda bastante claro en la mención de los reyes que escucharían, entenderían y alabarían a Yahweh agradecidos.
El Salmo 113 da inicio a la serie conocida como el Halél, la cual se extiende hasta el Salmo 118, una serie de salmos que solían entonar quienes peregrinaban a la ciudad de Jerusalén de tiempos del segundo templo durante las fiestas principales, mayormente la fiesta de la Pascua. El presente salmo trata mayormente de la dichosa y poderosa singularidad de Yahweh, la cual es garante no solamente de la dicha de quienes han experimentado su gracia en la era presente, sino incluso de aquellos de entre las naciones que lo harán en la era venidera y aun más allá.