Con cierta afinidad respecto de la composición que lo antecede en el orden del Libro de los Salmos, el Salmo 10 se centra en la fragilidad sin remedio de la naturaleza humana y explora uno de sus casos más comunes. El impío —que de este se trata— es ante todo alguien que se recuesta sobre sus propios sentidos a la hora de discernir a Dios. Y como dichos sentidos no están sino volcados hacia la animalidad de una vida voraz y codiciosa, muy pronto pierde todo temor, volcando así toda su ciega rapacidad sobre las vidas de los más débiles.
Tal como ocurre con el resto de las Escrituras, el texto del salmo 106 es eminentemente profético, orientado hacia el fin de la presente era que ya está sobre nosotros. Su contenido desgrana, con detalle concienzudo, la experiencia de Yahweh con su pueblo, al que rescató de Egipto con mano poderosa a fin de establecerlo en Canaán y cuya falta de confianza e infidelidad trazaría su devenir a través de los siglos. Su lectura, por lo tanto, resulta de máximo provecho para todo aquel que aspire sinceramente a adquirir un cierto discernimiento del trato de Dios para con su pueblo.