El Salmo 68 es de los más enigmáticos que integran la colección del Libro de los Salmos, la cual es ya de suyo harto enigmática en algunas de sus declaraciones proféticas. En el caso presente abundan, por ejemplo, los juegos de palabras sobre la base de dos y hasta de tres sentidos diferentes. Con todo, algunas expresiones en el salmo permiten afirmar con bastante certeza que el cuadro que este presenta pertenece al tópico de las «cosas primeras y últimas», esto es, de los comienzos de la obra de Dios en la era presente y, muy especialmente, de su final.
Varios son los salmos atribuidos a los hijos de Córaj signados por el tema de la supervivencia, acaso porque los hijos de Córaj sobrevivieron al destino aciago de su padre en el desierto, a quien la tierra tragó vivo luego de desafiar junto a los suyos la autoridad de Moisés y de Aarón. Sin embargo, sus hijos quedaron con vida. En el caso del Salmo 47, la supervivencia sería la de los pueblos que llegarán a ver la era venidera luego de ser librados por Yahweh, por lo cual al comienzo del mismo son exhortados a regocijarse junto a él.
El salmo 66 constituye una elocuentísima canción que el espíritu de la profecía pone en boca del salmista y que imprime a toda la composición el inconfundible sello de las cosas primeras y últimas, evidente, también, en algunos otros salmos. El tiempo de su enunciación es entre el final de la era actual y el inicio de la era venidera, lo cual deja suficientemente en claro la exhortación del siervo del Señor a todos los pueblos para que se regocijen en su Dios, quien tratara tan singularmente con su pueblo en el pasado y con él mismo en el presente.
El Salmo 67 es una suerte de complemento del Salmo 61, ya que ubicado proféticamente en los albores de la era venidera formula en plural el asunto que en este último adquiere la singularidad propia del siervo del Señor. Se trata, más concretamente, de una canción de celebración que presenta similitudes con los salmos apoteóticos de Yahweh en los que se menciona la nueva canción que el pueblo de Dios llevaría a las naciones, no solamente a manera de buenas nuevas, sino también como medio para que las mismas reconociesen, al fin, el camino de Dios representado en su Hijo.