El Salmo 38, atribuido a David, presenta proféticamente, con un lenguaje especialmente metafórico e hiperbólico, un recordatorio que el siervo del Señor dirige a este a propósito de un misterioso episodio de su vida en el que, luego de incurrir en algún tipo de imprudencia, se hunde en el recuerdo de sus iniquidades pasadas e ingresa en un espiral descendente de penas para el que no parece haber consuelo a la vista. Todo ello parece sugerir que aquello que estaría en entredicho debido al mencionado episodio sería, en última instancia, la legitimidad de su servicio a Yahweh, cuya reivindicación espera.
El salmo 25 es una oración de David en la que este recuerda a Yahweh su espera en pos de la liberación en medio de fuertes sentimientos de soledad y aflicción, propiciados por la traición y por el odio inclaudicable de quienes se le volvieron enemigos gratuitamente. Dicho contexto propicia una serie de declaraciones importantísimas respecto de quiénes son aquellos que llegarán a conocer el pacto de Yahweh, un pacto fundado en la gracia y en la lealtad que él demuestra a aquellos que esperan en él en todo tiempo para el perdón de sus pecados y de sus iniquidades.
Atribuido en su título a David, el Salmo 13 forma parte de una serie integrada por varios salmos en la que proféticamente, en el fin de la era, el siervo del Señor derrama toda su ansiedad respecto del tiempo de su liberación, denostando el desgastante efecto que la aparente demora de Yahweh tiene sobre su vida y su ánimo a diario. Es esta profunda conciencia del espíritu acerca de la debilidad de la propia naturaleza humana la que establece la clave de este clamor a Yahweh, en que su siervo le recuerda indirectamente su promesa de salvarlo de la muerte.
En una colección especial e íntimamente tan profética como es el Libro de los Salmos, el Salmo 77 ocupa un lugar muy destacado. Su tema parecería agotarse en las proezas y maravillas de Dios en los días antiguos, en los que liberó a su pueblo de Egipto con mano poderosa. Sin embargo, todo esto no es sino parte de una meditación del siervo del Señor en medio de la angustia y el pesar reinantes en los últimos días de la era presente, en que la liberación se ha vuelto tan necesaria como entonces, si es que no aún mucho más.
El Salmo 91 ha sido siempre para muchos una suerte de texto fetiche respecto de la protección de Dios en tiempos difíciles y aun calamitosos. Sin embargo, todos parecen haber pasado por alto que el tema dominante del mismo es la protección que al final de la era tendría el siervo del Señor, algo que sin duda confirma el hecho de que Satanás citara algunas de sus palabras al poner a prueba a Jesús, al final de su estada de cuarenta días en el desierto. Se trata, en definitiva, al igual que el resto de los Salmos, de una profecía.
El Salmo 70 reproduce en forma idéntica los últimos tramos del Salmo 40. Tal como lo deja entrever el titulo del encabezamiento, se trata, en realidad, de un recordatorio lanzado a Dios por su mismo siervo que previamente, en el último de los salmos mencionados, se expresara con palabras en extremo exultantes, una parte de las cuales se encuentra citada en la carta «A los hebreos» del Nuevo Testamento. Su carácter de recordatorio dirigido a Dios queda, de hecho, confirmado en la versión griega de la Septuaginta, donde se lee: “De David, como recordatorio para que me salve el Señor”.
Dentro del grupo de los salmos que constituyen el Halel —esto es, los salmos 113 al 118, los cuales solían entonarse en Jerusalén durante las grandes festividades en los días del segundo templo— el salmo 116 ofrece un palpitante testimonio profético de las disquisiciones íntimas del siervo de Yahweh. Se trata de un salmo de agradecimiento por haber sido librado de la angustia mortal que se sigue de la conciencia de la propia impotencia humana para servir adecuadamente a Dios y para alcanzar la vida dichosa que este ha prometido a sus siervos y a todos los que lo aman.