Carente de todo título de encabezamiento, el Salmo 71 es una suerte de continuación del salmo de David que lo antecede, el cual es, a su vez, un recordatorio fundado en el Salmo 40. En el caso presente, el espíritu de la profecía anticipa lo que podría llamarse una recomposición del ánimo y de la confianza del siervo del Señor, quien rememora las hazañas pasadas de Yahweh y su providencia para con él desde el vientre materno. Todo ello lo lleva a renovar su visión de la era venidera, en que contará sobre todas estas cosas a aquellos que vendrán.
Tal como es costumbre con los salmos de David dedicados «Al director», el Salmo 62 desgrana una serie de pensamientos y dichos del siervo del Señor, el cual se expresa aquí mediante el espíritu de la profecía. Su tema es, en este caso, el de Dios como único garante de la espera en pos de la ansiada liberación de una realidad en la que prevalecen los envidiosos, los mentirosos y los hipócritas. Que se trata en última instancia del siervo del Señor queda bien confirmado en el consejo dado al pueblo, del cual, una vez librado, sería él mismo libertador.
Tal como ha ocurrido con algunos otros salmos —y más que con cualquier otro—, el Salmo 23 ha sido para muchos un objeto de atención lindante con la superstición, como si la mera repetición de sus líneas tuviese algún tipo de poder en sí misma. En realidad, se trata de una declaración de confianza en Yahweh por parte de David que constituye, a su vez, una profecía sobre el siervo del Señor, quien —según lo dicho en el libro del profeta Isaías— caminaría en las oscuridades confiando solamente en el nombre de Yahweh y apoyándose solamente en su Dios.
Atribuido a David y dedicado «Al director», el más que breve Salmo 11 guarda cierto aire en común con el Salmo 55 —un masquil de David que en su título de encabezamiento presenta la misma dedicatoria—, en el cual, en un momento de zozobra del ánimo, su autor plantea el deseo de emprender un vuelo o huída lejos del lugar en el que padece una gran traición. El presente salmo, en cambio, desestima desde un mismo comienzo los consejos (¿o las amenazas veladas?) de emprender cualquier huída, afirmando así su plena confianza en Yahweh y en su omnisciente justicia.
Como el de varios otros salmos dedicados «Al director» en los títulos que los encabezan, el salmo 41 refiere un período de expectativa que transcurre en medio de la debilidad y el abatimiento a la vez que se adentra, con los ojos de la fe, en la era venidera, en la que el Cristo ejercerá su reinado de misericordia, juicio y justicia sobre la tierra. Se trata este de un esquema que reproduce inconfundiblemente la fe del anciano Abraham, quien antepuso su expectativa fundada sobre las promesas de Dios a aquella otra expectativa que le dictaban sus propios sentidos humanos.
El libro de los Salmos contiene una serie de quince composiciones cuyo encabezamiento común —«canción de los ascensos»— parece vincularse, en cierto sentido profético, con aquella experiencia de enfermedad mortal y sanación por la que pasara Ezequías, el rey de Judá en Jerusalén durante los días del profeta Isaías, en cuyo libro profético, más específicamente en su capítulo treinta y ocho, se encuentra consignada la misma. Por mi parte, me pareció más que interesante publicarla aquí traducida del texto hebreo estándar (aunque cotejado, aquí y allá, con sus versiones aramea del Targum, griega y siríaca) e incluyendo algunas notas aclaratorias.
En su contundente unicidad temática, el salmo 20 rezuma poderosas declaraciones orientadas hacia el final de la presente era, esto es, hacia el tiempo en que Yahweh intervendrá decisivamente a favor de su pueblo en medio de una situación angustiosa que, vista desde una perspectiva meramente humana, no tendría salida alguna. En él, el lector avezado a las formas en que Dios se mueve reconocerá, sin duda, dos temas que atraviesan las Escrituras de principio a fin, a saber: la victoria asegurada de quienes confían plenamente en Él y la inevitable derrota de quienes lo hacen en sus propias fuerzas.