El libro del profeta Zacarías —claro complemento del libro de Hageo— es uno de los que más reverberaciones presenta en algunos libros del Nuevo Testamento, principalmente en los Evangelios y en el libro de Apocalipsis. Su tema principal es el de la restauración del remanente del pueblo de Dios en los últimos días de la presente era, es decir, en los nuestros. Dicha restauración vendría de la mano del siervo del Señor —el Cristo—, llamado aquí el Brote y simbolizado en el sumo sacerdote Josué hijo de Josadac, quien originalmente regresara a Jerusalén junto con los exiliados en Babilonia.
Recién publicado en Palabra & Testimonio…
Hageo
El libro del profeta Hageo —el más breve de todos los libros de los Doce Profetas— es previo al del profeta Zacarías, con el cual mantiene una fuerte complementariedad profética. Esto último se ve en el hecho de que, contando con tan sólo dos capítulos, incluye una datación de lo más estricta vinculada con la construcción del templo definitivo de Yahweh en los últimos días de esta era. Todo ello ocurriría durante un período en el que todos los gobiernos de las naciones serían debilitados como preludio de la llegada del deseo de todas las naciones, es decir, del Cristo.
El libro del profeta Hageo —el más breve de todos los libros de los Doce Profetas— es previo al del profeta Zacarías, con el cual mantiene una fuerte complementariedad profética. Esto último se ve en el hecho de que, como en el caso de Zacarías, incluye una datación de lo más estricta vinculada con la construcción del templo definitivo de Yahweh en los últimos días de esta era. Todo ello ocurriría durante un período en el que todos los gobiernos de las naciones serían debilitados como preludio de la llegada del deseo de todas las naciones, es decir, del Cristo.
Contando con varias citas y alusiones de algunos de sus pasajes en los Evangelios, el libro del profeta Miqueas es uno de los más incomprendidos de todos los libros de los profetas. Ello se debe, entre otras cosas, a la manifiestamente intencional oscuridad de su lenguaje. Tal como ocurre con el resto de los profetas, su mensaje se ubica en los últimos días de la era y se cuenta dentro del tópico de las «cosas primeras y últimas», centrándose en las vicisitudes del Cristo en relación con su heredad entre las naciones, las cuales llegan, finalmente, a reconocerlo como Dios.
En su brevedad —y dando conclusión a la colección de los Salmos—, el Salmo 150 constituye una suerte de apoteótico resumen del tema central que recorre el libro. Se trata de una dichosísima y jubilosa exhortación a todo aquello que respira a alabar al Hijo de Dios, aludido a través de toda la colección bajo expresiones como «el ungido», «el siervo de Yahweh», «el santo» y, muy especialmente, «el director», figura esta última que se encuentra tan manifiesta hacia el final del libro de Apocalipsis como oculta en el resto de las Escrituras desde el mismísimo libro del Génesis.
El Salmo 72 pone fin a las oraciones de David, el hijo de Isaí, dentro del Libro de los Salmos. El asunto del mismo es, por lo demás, muy sencillo de percibir. En efecto, partiendo de la persona de su hijo Salomón, David profetiza acerca de su otro descendiente —el siervo del Señor, su Cristo y su Hijo—, quien reinaría sobre la tierra en la era venidera, la cual pronto, en nuestros propios días, tendrá su comienzo. Difícilmente se haya hecho una descripción más dichosa del propósito de Dios para con la humanidad durante la era que pronto llegará.
El título del Salmo 30 informa que el mismo se trata de una «canción de inauguración de la casa para David», lo cual indica una cierta evocación de los momentos difíciles del pasado hecha desde un presente de estabilidad y prosperidad. Tales contrapuntos configuran un cuadro altamente profético de las vicisitudes del Cristo en el final de la era y del momento en que, alcanzada la era venidera, daría las gracias a su Dios y Padre Yahweh por toda su gracia y su favor para con él, un simple hombre en quien siempre, según sus designios, tuviera puesta su atención.
El Salmo 21 de David se dirige, por un lado, a Yahweh y, por el otro, al siervo del Señor, no otro que el «director» del título del encabezamiento, tal como puede verse en los respectivos títulos de los Salmos 18 y 46. Su tema es doble: por una parte, la inmensa bondad de Yahweh para con su Cristo, descendiente de David, la cual, en la era venidera, se manifestaría a la vista de todos; por la otra, las hazañas heroicas que el Cristo desplegaría al vencer a todos sus enemigos y aborrecedores en el comienzo mismo de su reinado.