La breve carta atribuida a Judas —hermano carnal de Santiago y del propio Cristo Jesús— se constituye en uno de los textos más misteriosos del Nuevo Testamento, sólo superada por el evangelio de Juan, las tres cartas atribuidas a este y, desde luego, el mismo Apocalipsis. En efecto, tanto sus alusiones y glosas de libros extra-canónicos (concretamente, el Libro de Enoc y la así llamada «Asunción de Moisés») como ciertas formas de dirigirse a sus destinatarios (“nuestra común salvación”), sugieren que la carta fue redactada mayormente para alcanzar a aquellos que estarían leyéndola hacia el final de la presente era.
Acaso como ningún otro libro del Antiguo Testamento, la sección del libro del profeta Isaías que comienza en su capítulo cuarenta y continúa hasta su mismo final presenta un esquema completo de los últimos días de la era y del comienzo de la era que viene. Se trata de un éxodo como el de Egipto, pero que esta vez tendrá a Babilonia como lugar de partida y a Sión como lugar de llegada de los redimidos por el siervo de Yahweh, quien, luego de cumplido su ministerio, es finalmente adoptado como Hijo de Dios con todos los atributos del Padre.
Desde siempre —y debido a ciertos dichos del Señor, de sus profetas y de sus apóstoles—, la cristiandad en su conjunto ha anticipado una gran división que, en torno al Cristo, tendría lugar en los últimos días de la era. ¿Pero qué es, exactamente, aquello que provocaría dicha división?
Incluido en los Escritos —junto al libro de los Salmos, el de Job y el de Rut, entre otros— el Cantar de los cantares es el texto más misterioso de todas las Escrituras hebreas. Sin duda, ha sido esta característica la que ha dado lugar, durante siglos y milenios, a las más dispares lecturas e interpretaciones de su contenido, comenzando por la dudosa atribución de su autoría al rey Salomón. En realidad, se trata de un escrito harto profético que señala, en términos personalísimos e íntimos, el despertar del amor entre el Cristo y su iglesia en los últimos días.
El tópico de las «cosas primeras y últimas» no sólo contiene el procedimiento de Dios para la justificación de toda humanidad, sino también la clave para transitar dichosamente estos últimos días. ¿Pero cómo irían a reconocer todas estas cosas quienes permanecen atados al pasado por las enseñanzas erróneas de siglos?
El libro del profeta Oseas consta de dos partes: la primera de ellas, en la que Yahweh ordena al profeta tomar para sí dos mujeres con el fin de establecer, a manera de símiles, lo que ocurriría con Israel en los últimos días; la segunda y más extensa es un apasionado discurso directo asumido por el propio Yahweh contra Efraín. En este último se pone de relieve el desconocimiento de Dios por parte de los descendientes de José, su confusión y su carnalidad, todo lo cual los llevaría a equivocarse grandemente y a pactar con el asirio, equiparándolo con Yahweh.
Los asuntos en el libro del profeta Amós presentan un cuadro del pueblo de Dios en los últimos días de la presente era, en cuyas conductas se combinan una serie de detalles claramente abominables a los ojos de Yahweh, tales como la hipocresía religiosa, la codicia desenfrenada, la jactancia personal y —muy especialmente— la coerción y el fraude ejercidos contra los necesitados y los desvalidos del pueblo. No obstante todo ello, el sustrato del libro es el nefasto influjo que Edom ejercería secretamente sobre Israel, con el cual Dios se pondría a cuenta antes de restaurarlo definitivamente en su tierra.