No hay otro lugar en las Escrituras en que el procedimiento de la justicia de Dios pueda verse tan completamente como en la instrucción para el Día de la Expiación, en el libro del Levítico. ¿Pero por qué iría Dios a desplegarlo veladamente, recurriendo a los tipos y las sombras?
Quienes hayan dedicado tiempo a una lectura meditada de las Escrituras, pueden haber reparado en que estas presentan —consistentemente y en todos o en casi todos sus libros— una serie de testimonios sobre lo que podría llamarse las «cosas primeras y últimas». ¿Pero habrá entendido alguien el mensaje de estas?
Dentro de los salmos de David, el Salmo 37 ocupa un lugar muy especial, ya que es la base de muchos dichos del Señor en su anuncio de las buenas nuevas del reino de Dios hace ya dos mil años. Leerlo deja la sensación de que dicho reino de justicia, belleza y gloria puede ya casi tocarse con la punta de los dedos. Hoy, de hecho, cuando su manifestación en la tierra se encuentra casi a las puertas, todas y cada una de sus palabras han de ser sopesadas por todos aquellos que irán a tener su parte en él.
Dentro de la serie de salmos atribuida a los hijos de Córaj, el Salmo 85 porta consigo una gran revelación dada como al pasar. En efecto, mientras que el mismo parece tratar principalmente sobre el ruego del pueblo dirigido a Yahweh en pos de su restauración, lo que en verdad despliega —en figuras que sólo podría reconocer quien tuviese el tipo de discernimiento que procede del espíritu de Dios— no es otra cosa que el orden de la justicia para justificación de quienes irán a creer las buenas nuevas a anunciarse en nuestros propios días, los últimos de la era.
Vinculado fuertemente con el Salmo 144 —con el que comparte varios elementos, muy particularmente el de la «canción nueva» presente en Isaías y en el libro de Apocalipsis y cuya mención primera se da, precisamente, en él— el Salmo 33 guarda asimismo una estrecha relación con su antecesor inmediato, del cual podría ser considerado una clara continuación. Su tema gira en torno a aquellos que han alcanzado justificación en la presencia de Yahweh y que han rectificado, por ende, sus corazones, todo ello en medio de los planes de una humanidad que aún no ha llegado a conocer a Dios.
El salmo 144 aborda proféticamente un momento sumamente álgido que tendría lugar en el final de la presente era, en el tiempo en que surgiría aquella canción nueva sobre la que puede leerse en algunos otros salmos, en el libro del profeta Isaías y en el libro de Apocalipsis, del cual podría decirse que es motivo principalísimo. Dicho momento consiste aquí en el conflicto, aún no resuelto, entre todo aquello que dicha nueva canción traerá al mundo en forma misteriosa y aquello otro que quienes no pueden aprenderla —ni mucho menos entonarla— se empeñarían en ofrecer como su espurio sucedáneo.
Como uno de los masquilim o composiciones que incitan al discernimiento en el libro de los Salmos, el salmo 32 señala a un tiempo en que no solamente habría una vía abierta para la expiación del pecado entre el pueblo de Dios, sino también para la de su iniquidad. Y así, además de alentar a la confianza en Yahweh a la hora de confesar las propias transgresiones, el salmista llama a la docilidad frente a la instrucción del Espíritu en aquellos que han experimentado la misericordia de Dios en el Cristo, a fin de llegar a ser uno con él.