El salmo 66 constituye una elocuentísima canción que el espíritu de la profecía pone en boca del salmista y que imprime a toda la composición el inconfundible sello de las cosas primeras y últimas, evidente, también, en algunos otros salmos. El tiempo de su enunciación es entre el final de la era actual y el inicio de la era venidera, lo cual deja suficientemente en claro la exhortación del siervo del Señor a todos los pueblos para que se regocijen en su Dios, quien tratara tan singularmente con su pueblo en el pasado y con él mismo en el presente.
Tal como es costumbre con los salmos de David dedicados «Al director», el Salmo 62 desgrana una serie de pensamientos y dichos del siervo del Señor, el cual se expresa aquí mediante el espíritu de la profecía. Su tema es, en este caso, el de Dios como único garante de la espera en pos de la ansiada liberación de una realidad en la que prevalecen los envidiosos, los mentirosos y los hipócritas. Que se trata en última instancia del siervo del Señor queda bien confirmado en el consejo dado al pueblo, del cual, una vez librado, sería él mismo libertador.
El Salmo 64 es otro de los salmos de David dirigido «Al director», lo cual le da un decidido tono profético. El mismo propone, en su aparente sencillez, un asunto muy importante dentro del propósito general de Dios. En él, el salmista presenta el caso de quienes todo lo juzgan según la naturaleza humana con la intención de condenar al íntegro en base a sus debilidades, es decir, no otras que las mismas debilidades que configuran a sus propias experiencias humanas. Sin embargo, la diferencia en favor del íntegro respecto de los impíos es el discernimiento del propósito de Dios.
El salmo 65 es una canción profética acerca de la era venidera como el tiempo en que Sión —sede central del reino de Dios— será establecida como el gozo de la tierra, del mar y de sus más remotos confines, aunque no sin que antes se haya calmado el tumulto de las naciones ignorantes de la justicia sobre la que Sión reposa. El salmo presenta, de hecho, algunas afinidades lingüísticas con el libro de Zacarías, en el que el sumo sacerdote Josué es coronado y designado «Renuevo» como un tipo del Cristo en su función de rey y sumo sacerdote.
El título del encabezamiento del Salmo 63 vincula al mismo con cierta estada de David en el desierto de Judá, al tiempo que las palabras que lo componen sugieren fuertemente la ocasión en que huía de la presencia del rey Saúl, quien lo buscaba por todas partes para matarlo. Es, entonces, en dicha circunstancia que el salmista se expresa acerca de algo que presenta como una visión profética, visión en la que se entremezclan su destino como rey de Israel y el de su descendiente, el Cristo, llamado a ser el rey de toda la tierra en la era venidera.
El Salmo 67 es una suerte de complemento del Salmo 61, ya que ubicado proféticamente en los albores de la era venidera formula en plural el asunto que en este último adquiere la singularidad propia del siervo del Señor. Se trata, más concretamente, de una canción de celebración que presenta similitudes con los salmos apoteóticos de Yahweh en los que se menciona la nueva canción que el pueblo de Dios llevaría a las naciones, no solamente a manera de buenas nuevas, sino también como medio para que las mismas reconociesen, al fin, el camino de Dios representado en su Hijo.
En su brevedad, el Salmo 61 presenta aspectos proféticos presentes en no pocas de las composiciones que integran el Libro de los Salmos, todos ellos referidos al Cristo en los últimos días de la era presente y en la era venidera, en la cual reinará sobre la humanidad. Así, aún cuando el salmo se encuentra formulado desde la realidad del Cristo en tanto que siervo del Señor y mero hombre, su tema principal es, a todas luces, la anticipación de su transformación a la semejanza de Dios, luego de lo cual sus años serán “como los de generación tras generación”.