Entre los masquilím atribuidos a David, el Salmo 52 se inspira en la ocasión en que Doeg el idumeo fue a delatar ante el rey Saúl la presencia de David en lo de Ahijeléj, sacerdote de Nob que lo acogiera junto con sus hombres, proveyéndolo de alimento y de la espada de Goliát, el gigantesco campeón filisteo a quien una vez diera muerte David y que se hallaba precisamente allí. Este salmo es en verdad una profecía acerca de la caída de Edom en el fin de la era, previamente a la instauración del reino de Dios sobre la tierra.
Siendo una de las composiciones más breves que integra la colección del Libro de los Salmos, el Salmo 100 constituye —según reza su título de encabezamiento— un salmo de acción de gracias en honor de Yahweh. Todo él recuerda en cierta medida lo dicho por el apóstol Pablo en su segunda carta a los corintios: Dios ya se ha reconciliado con la humanidad y ahora aguarda el momento en que las buenas nuevas de su reino hagan lo propio en el alma de su pueblo y de todos aquellos que vayan a amarlo de todo corazón en la era venidera.
El salmo 25 es una oración de David en la que este recuerda a Yahweh su espera en pos de la liberación en medio de fuertes sentimientos de soledad y aflicción, propiciados por la traición y por el odio inclaudicable de quienes se le volvieron enemigos gratuitamente. Dicho contexto propicia una serie de declaraciones importantísimas respecto de quiénes son aquellos que llegarán a conocer el pacto de Yahweh, un pacto fundado en la gracia y en la lealtad que él demuestra a aquellos que esperan en él en todo tiempo para el perdón de sus pecados y de sus iniquidades.
Atribuido por su título a «Moisés, hombre de Dios», el Salmo 90 es una oración y una declaración profética acerca del pueblo de Dios en el final de la era, cuando ya todo se habría dicho y hecho a través del largo tiempo y cuando, por ende, sólo cabría esperar en la bondad que Dios despliega ante los corazones arrepentidos hasta la contrición. En tal sentido, podría considerárselo como una suerte de réplica al cántico que el propio Moisés entonara ante el pueblo como un testimonio para su posteridad, poco antes del cruce del Jordán hacia el país de Canaán.
De todos los salmos que componen el libro del mismo nombre, el Salmo 117 resulta ser el más breve, ya que está compuesto de sólo dos versículos. Sin embargo, el cuadro futuro que presenta es tan claro como glorioso: todas las naciones y todos los pueblos alabarán un día a Yahweh por su bondad para con su pueblo, la cual no es sino un ejemplo adelantado de su fidelidad para con todos los seres humanos a los que ha creado con tanto amor. En sus pocas palabras se encuentra, por lo tanto, compendiado su propósito para con toda la humanidad.