Una vez más entre tantas otras ocurrencias en el Libro de los Salmos, la oración de David que comprende el Salmo 86 pone el foco de la profecía referida al siervo del Señor en la oposición que este experimentaría en los tramos más cruciales de su experiencia humana, en el estado de humillación que precedería al de su exaltación entre todas las naciones en la era venidera. Por todo ello, la oración no está enfocada tanto en la ruina de los soberbios como en la súplica por la ayuda y el consuelo que provienen de Dios para sobrellevar toda adversidad.
El Salmo 3 presenta una meditación de David sobre la oposición que experimentaría el siervo del Señor como parte de su experiencia expiatoria, conforme a la justicia de Dios. Tal como indica el título de su encabezamiento, dicha meditación gira en torno al amarguísimo episodio vivido por David al rebelarse contra él su hijo Absalón, quien lo obligara a huir de Jerusalén, llevando las cosas hasta un extremo que signaría, finalmente, su propia ruina. Con ello, antes que echar sobre alguien muy amado el peso de un odio perpetuo, el salmo parece preferir la compasión para con todos los enemigos.
El salmo 142 refleja el momento de la gran encrucijada en la vida de David, a la vez que se constituye en el último de los masquilim —las «composiciones para ser discernidas»— del libro de los Salmos. En él, vemos al futuro rey de Israel ocultándose en la cueva de Adulam, en su huída de la furia y los celos asesinos de su antecesor Saúl, grandemente angustiado y abatido por su pasado y con gran desorientación e incertidumbre respecto del futuro que Dios mismo le había augurado al enviar a Samuel a ungirlo como rey en medio de sus hermanos.
Dentro de la colección de los salmos de David, el salmo 27 es sin duda uno de los más sorprendentes desde un punto de vista meramente humano. En él, Yahweh se nos muestra no sólo como un Dios providencial —salvador y protector desde el corazón mismo del misterio—, sino también como un Dios que se deleita en alojar en su casa a los desvalidos y los abandonados de la tierra que lo tienen a él como su única esperanza. Es a estos, entonces, que se complace en atraerlos y en guiarlos, muy íntima y personalmente, hacia el destino más dichoso.
El salmo 144 aborda proféticamente un momento sumamente álgido que tendría lugar en el final de la presente era, en el tiempo en que surgiría aquella canción nueva sobre la que puede leerse en algunos otros salmos, en el libro del profeta Isaías y en el libro de Apocalipsis, del cual podría decirse que es motivo principalísimo. Dicho momento consiste aquí en el conflicto, aún no resuelto, entre todo aquello que dicha nueva canción traerá al mundo en forma misteriosa y aquello otro que quienes no pueden aprenderla —ni mucho menos entonarla— se empeñarían en ofrecer como su espurio sucedáneo.
Como el de varios otros salmos dedicados «Al director» en los títulos que los encabezan, el salmo 41 refiere un período de expectativa que transcurre en medio de la debilidad y el abatimiento a la vez que se adentra, con los ojos de la fe, en la era venidera, en la que el Cristo ejercerá su reinado de misericordia, juicio y justicia sobre la tierra. Se trata este de un esquema que reproduce inconfundiblemente la fe del anciano Abraham, quien antepuso su expectativa fundada sobre las promesas de Dios a aquella otra expectativa que le dictaban sus propios sentidos humanos.
Dentro del orden de los masquilim —siendo un masquil, literalmente, una “composición que da discernimiento”— el salmo 55, atribuido en su título a David, presenta una situación en la que un varón de Dios se encuentra sujeto a la oposición y a la traición, en un contexto en que su ciudad se ha vuelto un lugar en el que reinan el subterfugio, la coerción y la controversia, junto a un deseo jadeante de acabar con el oponente. No se trata, en realidad, sino de una profecía acerca del Cristo en los días previos a su presencia manifiesta entre los suyos.