Citado en algunos pasajes claves del Nuevo Testamento, el asunto que presenta el libro de Joel se compone de diversos aspectos que hacen al fin de la era presente y al comienzo de la era venidera. Su estructura presenta una cierta reformulación de algunos detalles que sugiere que aquello que Yahweh anuncia en un principio para su propio pueblo, finalmente recaería sobre sus enemigos. Esta especie de reversión de suertes es complementada por el reconocimiento del Cristo por parte de los hijos de Sión y por el juicio de las naciones que los habían expoliado durante la presente era.
El Salmo 21 de David se dirige, por un lado, a Yahweh y, por el otro, al siervo del Señor, no otro que el «director» del título del encabezamiento, tal como puede verse en los respectivos títulos de los Salmos 18 y 46. Su tema es doble: por una parte, la inmensa bondad de Yahweh para con su Cristo, descendiente de David, la cual, en la era venidera, se manifestaría a la vista de todos; por la otra, las hazañas heroicas que el Cristo desplegaría al vencer a todos sus enemigos y aborrecedores en el comienzo mismo de su reinado.
El Salmo 18 replica al que se encuentra al final del Segundo Libro de Samuel, dándole en el Libro de los Salmos un especial tono profético desde su misma dedicatoria: «Al director, al siervo de Yahweh». Esto último es una alusión al Cristo y a las vicisitudes que este experimentaría hacia el final de la era frente a sus enemigos, así como también a la victoria que Yahweh le daría sobre estos para dar paso así a su reinado en la era venidera. Su lenguaje bélico ha de entenderse ante todo como una prolongación del ensalzamiento de Yahweh, su salvador.
El Salmo 38, atribuido a David, presenta proféticamente, con un lenguaje especialmente metafórico e hiperbólico, un recordatorio que el siervo del Señor dirige a este a propósito de un misterioso episodio de su vida en el que, luego de incurrir en algún tipo de imprudencia, se hunde en el recuerdo de sus iniquidades pasadas e ingresa en un espiral descendente de penas para el que no parece haber consuelo a la vista. Todo ello parece sugerir que aquello que estaría en entredicho debido al mencionado episodio sería, en última instancia, la legitimidad de su servicio a Yahweh, cuya reivindicación espera.
El título de encabezamiento del Salmo 54 identifica con bastante elocuencia el asunto que lo inspirara. Se trata de un episodio en la vida de David de cuando el rey Saúl lo buscaba para matarlo, ocasión en que los de Zif fueron a delatar ante este la presencia en su territorio de aquel a quien tan obsesiva y fieramente perseguía. Esta circunstancia, seguida de que David pudo burlar nuevamente a Saúl y distinguir a los zifitas por lo que eran, es la que habría hecho de este salmo un masquíl, es decir, una composición para bridar o inspirar el discernimiento.
El Salmo 3 presenta una meditación de David sobre la oposición que experimentaría el siervo del Señor como parte de su experiencia expiatoria, conforme a la justicia de Dios. Tal como indica el título de su encabezamiento, dicha meditación gira en torno al amarguísimo episodio vivido por David al rebelarse contra él su hijo Absalón, quien lo obligara a huir de Jerusalén, llevando las cosas hasta un extremo que signaría, finalmente, su propia ruina. Con ello, antes que echar sobre alguien muy amado el peso de un odio perpetuo, el salmo parece preferir la compasión para con todos los enemigos.
El libro de Sofonías fue compuesto en base a un asunto recibido por el profeta homónimo hacia mediados del siglo noveno a. C. Sin embargo, nada de lo anunciado en él se refiere a otra cosa que no sea el portentoso día de la ira de Yahweh, tiempo en el que tanto su pueblo como las naciones circundantes recibirían la retribución debida a sus actos como preámbulo de aquello a lo que el apóstol Pedro llamara la «restauración de todas las cosas». Se trata, en definitiva, de una visión acerca de nuestros propios días, los ultimísimos de la presente era.