Acaso como ningún otro libro del Antiguo Testamento, la sección del libro del profeta Isaías que comienza en su capítulo cuarenta y continúa hasta su mismo final presenta un esquema completo de los últimos días de la era y del comienzo de la era que viene. Se trata de un éxodo como el de Egipto, pero que esta vez tendrá a Babilonia como lugar de partida y a Sión como lugar de llegada de los redimidos por el siervo de Yahweh, quien, luego de cumplido su ministerio, es finalmente adoptado como Hijo de Dios con todos los atributos del Padre.
Continuando con la serie de alabanzas que ocupan el final del Libro de los Salmos, el Salmo 147 acota la exhortación a alabar a Yahweh a quienes integran su pueblo de ayer, de hoy y de la era que viene, representado en Jerusalén y en Sión. No sorprende, así, que su contexto sea el de dicha era venidera, tal como es el caso con el resto de las composiciones que dan término a la colección. El salmo culmina afirmando la gran singularidad histórica del pueblo de Yahweh, único al que este ha distinguido con el anticipado conocimiento de sus caminos.
El Salmo 79 es otra de las composiciones de Asaf que tienen como tema central la humillación del pueblo de Dios entre las naciones como parte de la dura disciplina de Yahweh por sus iniquidades crónicas. En tal sentido, la mención específica de la ruina de Jerusalén a manos de dichas naciones tiene no pocos paralelos lingüísticos y temáticos con el libro de las Lamentaciones. Finalmente, la mención de la venganza de Dios a cuenta de la sangre derramada de sus siervos —presente en el libro de Apocalipsis— hace de este salmo otra profecía sobre el fin de la era.
El Salmo 137 refleja toda la tristeza y la amargura del exilio en Babilonia de los habitantes de Jerusalén desde los días en que Nabucodonosor arrasó con la ciudad y el templo por orden del mismo Yahweh, según puede leerse en el libro del profeta Jeremías. Su fuerte imprecación del final contra los descendientes de Edom, hermano de Israel, constituye en verdad una profecía acerca de los idumeos en el fin de la era, sobre lo cual puede leerse en los libros de los profetas, muy especialmente en el de Abdías, cuyo contenido aporta el contexto profético de este salmo.
El Salmo 6 es uno de los más breves dentro del libro de los Salmos. No obstante ello, su importancia profética es innegable, incluso preeminente. Esto se debe al hecho de que, en su evangelio, Juan registra el momento en que Jesús cita unas palabras de dicho salmo en el mismo día de su entrada triunfal en Jerusalén, a sabiendas de lo que allí le aguardaba en breve, a saber: su muerte en la cruz y su resurrección como una forma de glorificar el nombre del Padre y de rescatar a toda la humanidad de la muerte y del Seol.
Atribuido tradicionalmente al profeta Jeremías y al que habría sido su lamento sobre la antigua Jerusalén —destruida en sus mismos días por el ejército del rey neo-caldeo Nabucodonosor—, el libro de las Lamentaciones parece ser en verdad una elegía profética sobre una ciudad a la que su autor equipara con aquella y cuyas vicisitudes tendrían lugar en los últimos días de la presente era. Debido a la relevancia que esto último asigna al mencionado libro, ofrezco aquí mi traducción del texto hebreo del mismo, acompañada, como de costumbre, de las notas que he juzgado pertinentes para su mejor intelección.