Atribuido a David y dedicado «Al director», el más que breve Salmo 11 guarda cierto aire en común con el Salmo 55 —un masquil de David que en su título de encabezamiento presenta la misma dedicatoria—, en el cual, en un momento de zozobra del ánimo, su autor plantea el deseo de emprender un vuelo o huída lejos del lugar en el que padece una gran traición. El presente salmo, en cambio, desestima desde un mismo comienzo los consejos (¿o las amenazas veladas?) de emprender cualquier huída, afirmando así su plena confianza en Yahweh y en su omnisciente justicia.
Desde su misterioso título de encabezamiento, el Salmo 7 advierte que su contenido es un yerro o desliz cantado para Yahweh por parte de David a propósito de unas palabras o asuntos de un tal Cush, procedente, con toda probabilidad, de la tribu de Benjamín. Precisar, sin embargo, en qué cosa consiste este desliz por parte de David resulta difícil. Es posible que tal cosa se deba a expresiones suyas referidas a su propia justicia e integridad, siendo que el asunto principal del salmo consiste, precisamente, en la exaltación de la justicia de Dios como único fundamento de sus juicios.
Citado en un conocido pasaje del evangelio de Juan, el Salmo 82 ha sido desde siempre un enigma para todos los estudiosos de las Escrituras —tanto del campo religioso como del estrictamente académico—; esto, cuando no ha dado lugar a algunas serias aberraciones dentro de ciertas sectas de inspiración gnóstica y de lo que hoy podría identificarse como las nociones generales de la Nueva Era. Todo ello se ha debido, en gran medida, al sentido que debería asignarse a la palabra hebrea elohim en dicho salmo y sólo se resolverá cuando su protagonista tome su lugar en la tierra.
El libro de los Salmos cuenta con varios ordenamientos en base a diversas categorías. Una de tales categorías la constituyen los títulos que encabezan casi todos los salmos que lo componen, títulos sólo incluidos por entero en su versión original hebrea y que se encuentran, todos ellos, pletóricos de indicaciones proféticas para el final de la era presente. La serie que en su encabezamiento incluye la directiva “No corrompas” —comprendida por los salmos 57 al 59 y por el salmo 75— es un ejemplo de ello, al punto de encontrarse inserta, de hecho, en el griego del libro de Apocalipsis.
El libro de los Salmos cuenta con varios ordenamientos en base a diversas categorías. Una de tales categorías la constituyen los títulos que encabezan casi todos los salmos que lo componen, títulos sólo incluidos por entero en su versión original hebrea y que se encuentran, todos ellos, pletóricos de indicaciones proféticas para el final de la era presente. La serie que en su encabezamiento incluye la directiva “No corrompas” —comprendida por los salmos 57 al 59 y por el salmo 75— es un ejemplo de ello, al punto de encontrarse inserta, de hecho, en el griego del libro de Apocalipsis.
El que da inicio al profético libro de los Salmos es uno de los salmos más breves que integra dicha colección. Sus palabras constituyen un testimonio acerca del plan de Dios —el cual subyace en todo el texto y cuya contraparte es el consejo de los malignos, mencionado al comienzo del mismo— y ofrecen algunas claves para distinguir a quienes transitan los días de su vida en una forma que les dará una amplia entrada en la dicha del reino de Dios, cercano ya a manifestarse visiblemente, de aquellos que se conducen siguiendo solamente el dictado de sus sentidos humanos.
El salmo 94 describe proféticamente un tiempo en que una enorme malignidad y una extrema hipocresía se adueñarían de muchos encumbrados entre el pueblo de Dios, los cuales tomarían la ausencia de castigo por sus crímenes contra los indefensos como una señal de la total indiferencia de Dios, cuando no de su inexistencia. Sin embargo, su sola enunciación señala inequívocamente que todo ello ha sido desde siempre una parte importante del plan divino, a la vez que ofrece fuertes indicios sobre el tiempo en el que Dios actuará para restablecer la justicia y el juicio en medio de su pueblo.