Siendo cronológicamente, según los eruditos, la primera de las misivas de Pablo que integran el Nuevo Testamento, la carta a los gálatas tiene las marcas de un mensaje escrito con gran premura. En ella, Pablo confronta a aquellos de la región de Galacia que, presa de los grupos judaizantes diseminados en diversos lugares del mundo romano, se estaban volviendo a un entendimiento farisaico —y, por ende, carnal— de la ley de Moisés. El resultado de dicha confrontación es uno de los textos más sustanciosos de Pablo en lo que hace a la buena nueva que este anunciaba a las naciones.
Enviada por Pablo desde su prisión en Roma, la carta a los filipenses combina dichosamente una serie de detalles que hacen a la situación de su autor, a la de sus acompañantes y a la de sus destinatarios con uno de los pasajes más sorprendentes de todo el Nuevo Testamento: aquel en que, casi como al pasar, al instar a los filipenses a imitar al Cristo Jesús en su desprendimiento y en su humildad, Pablo identifica a este con Yahweh, algo que el cristianismo occidental parece no haber podido —o siquiera deseado— abordar cabalmente durante tantos y tantos siglos transcurridos.
La carta que Pablo dirigiera a los colosenses desde su prisión en Roma guarda un fuerte paralelismo temático, estructural e incluso lingüístico con la que enviara desde allí mismo a los efesios, al punto de dejar ambas la impresión de haber sido compuestas con una diferencia de días, incluso de horas. En ambos casos, el misterio del Cristo que se manifestaría entre las naciones destaca por sobre cualquier otro asunto, así como también el hecho de que los llamados y escogidos por Dios en el Cristo Jesús coheredarían el reino de Dios junto a él como miembros de su cuerpo.
Compuesta en algunos de sus tramos por extensísimos períodos que dificultan por momentos su lectura y la comprensión de su asunto principal, la carta de Pablo a los efesios constituye uno de los textos más reveladores del misterio del Cristo, al que Dios hubo ocultado por eras y por generaciones y de cuya administración se encargara el propio apóstol como parte de su anuncio de las buenas nuevas de Jesucristo a las naciones. El corazón de dicho misterio no es sólo el propio Cristo sino también, en no menor medida, el amor inalterable de este por su cuerpo, la Iglesia.
La carta de Pablo a los romanos constituye un auténtico tour de force de la exposición del plan de Dios para toda la humanidad. En ella no solamente se puede apreciar el entendimiento con que el espíritu de Dios dotó a Pablo a lo largo de los años, sino también su gran humildad y generosidad en su servicio a aquellos de las naciones que irían a creer en la buena nueva del Cristo. El resultado de todo ello viene a ser una suerte de guía imprescindible para quienes alguna vez han gustado del amor y de la gracia de Dios.
De casi cierta autoría del apóstol Pablo, la carta «A los hebreos» constituye una exposición de diversos asuntos que hacen a la superioridad del Cristo en tanto que realidad perenne de la cual los diversos elementos del tabernáculo y del culto instituido por Dios a través de Moisés serían meros tipos y sombras temporales. Es precisamente en tal sentido que su contenido aborda los procedimientos del Día de las Expiaciones para recordar a sus destinatarios que Jesús es la homología del Hijo de Dios y del sumo sacerdote de la orden de Melquisedec que había tenido lugar en sus días.