Con su lenguaje manifiestamente profético, el Salmo 103 se constituye en uno de los más dichosos de toda la colección que compone el Libro de los Salmos. En él, su autor hace una enumeración de todos los beneficios de Yahweh para con aquellos que serían depositarios de su gracia, especialmente hacia el fin de la era, en el tiempo de la transición de esta con la era venidera. Es entonces que Yahweh, tal como reina ya en los cielos, reinará sobre toda la tierra en la persona de su Hijo, quien desde su trono desplegará todas las características del Padre.
En forma similar a la del salmo que lo antecede, el Salmo 146 es una alabanza de Yahweh como gran benefactor y sustentador de toda vida humana, además del único que, no siendo un hombre mortal, tiene un poder ilimitado para librar. Hay aquí, sin embargo, una gran revelación que hace al corazón mismo de las buenas nuevas y que ha pasado desapercibida para todos: Yahweh preserva la verdad para la ya muy cercana era venidera, en la que el Hijo de Dios se manifestará sobre la tierra para hacer valer, con su poder, el auténtico derecho de los oprimidos.
El Salmo 145 es una alabanza de David que mira proféticamente hacia la era venidera, en la que Yahweh reinará sobre toda la tierra conforme a las disposiciones de su propósito primigenio y de los procedimientos de su justicia para justificar a toda la humanidad una vez cumplidas las eras que preparara para ello. Se trata, más especialmente, de un ensalzamiento del carácter heroico del Hijo de Dios y de una cierta enumeración de sus bondades para con sus hermanos, los humanos entre los que naciera a fin de librarlos de todo mal y redimirlos del poder de la muerte.
El Salmo 92 está dedicado al sábado, el séptimo día de la creación mencionado en el libro del Génesis e instituido luego, en los días de Moisés, como un día para ser observado por el pueblo. Sin embargo, todo ello no era más que una sombra de lo por venir, ya que dicha disposición de la instrucción de Dios no hace más que señalar proféticamente a la era que viene, en la cual el Hijo del Hombre será el señor de toda la tierra y en la que los redimidos y los justificados tendrán una vida dichosa junto a él.
El Salmo 136 es una suerte de reformulación del tema del salmo que lo precede en la forma de una alabanza agradecida dirigida a Yahweh según la fórmula «porque es bueno, porque su bondad es permanente», muy cara a los judíos de Jerusalén desde los tiempos pre-exílicos, y mucho más querida aún desde el regreso de los exiliados a aquella ciudad en los días de Esdras. Aunque se centra en la liberación del pueblo de la servidumbre en Egipto para recibir por herencia la tierra de Canaán, el salmo exalta la permanente bondad de Yahweh para con toda su creación.
Tal como es costumbre con los salmos de David dedicados «Al director», el Salmo 62 desgrana una serie de pensamientos y dichos del siervo del Señor, el cual se expresa aquí mediante el espíritu de la profecía. Su tema es, en este caso, el de Dios como único garante de la espera en pos de la ansiada liberación de una realidad en la que prevalecen los envidiosos, los mentirosos y los hipócritas. Que se trata en última instancia del siervo del Señor queda bien confirmado en el consejo dado al pueblo, del cual, una vez librado, sería él mismo libertador.
El título del encabezamiento del Salmo 63 vincula al mismo con cierta estada de David en el desierto de Judá, al tiempo que las palabras que lo componen sugieren fuertemente la ocasión en que huía de la presencia del rey Saúl, quien lo buscaba por todas partes para matarlo. Es, entonces, en dicha circunstancia que el salmista se expresa acerca de algo que presenta como una visión profética, visión en la que se entremezclan su destino como rey de Israel y el de su descendiente, el Cristo, llamado a ser el rey de toda la tierra en la era venidera.